viernes, 26 de diciembre de 2014

Los 10 discos uruguayos del 2014

Los diez del 14’

2014 fue un año lleno de música. La ya acostumbrada profusión de discos grabados de forma casera y los nuevos sellos con música descargable de forma gratuita (incluso en artistas de larga trayectoria como lo ocurrido en el lanzamiento online de Formidable! de Riki Musso) quintuplicó el ya vasto material que había que cotejar a la hora de hacer las famosas listas de fin de año. Fue tanto lo que circuló, que dio para hacer, por fuera de los acostumbrados diez álbumes nacionales-internacionales, un conteo aparte los diez elaborados en nuestro territorio.


10) Ataque Chino- Archivo 1 (edición independiente)
Prácticamente construido como un diario de viaje, rincones de Irlanda, Estonia, Alemania, Latvia y Noruega se entremezclan en pasajes mentales como si alguien decidiera arrancar todas las fotos de un álbum y arrojarlas al viento. En los últimos tres años la poesía y el rock nacional han ido sufriendo un largo proceso de polinización mutua, alternado entre referencias a veces demasiado evidentes (por ejemplo, la de Pequeña Orquesta Reincidentes) y una dificultad de decodificación entre los tonos y las necesidades propias del pop y de la palabra escrita. Archivo 1 no deja de tener un tenor a proyecto piloto, pero es posiblemente haya oficiado de cura en el matrimonio más feliz entre estos dos mundos tan difíciles de conjugar.


9) Riki Musso- Formidable! (Montevideo Music Group)
Posiblemente el disco más celebrado, comentado y analizado del año, con un Riki Musso que luego un álbum críptico, retornaba a las canchas con un sonido más “normal” (habría que agregar, tres o cuatro comillas más al término para que se aproximase a su verdadero sentido) y una extrañísima raza de temas tan hiteros como surrealistas. Formidable! no es sólo una expedición de safari por el vastísima sabana mental de Musso (con sus animales, sus personajes excéntricos y desgraciados y sus laberínticas permutaciones de pensamientos sin ancla), sino una pieza arqueológica, o más bien un resto fósil –pero pasible de ser devuelto a la vida como el adn de dinosaurio reposando en los mosquitos atrapados en las piedras de ámbar de Jurassic Park- que nos permite rastrear aquello que una vez fue, o que podría ser el Cuarteto de Nos. Elemento de peritaje del drama más reciente del rock uruguayo, el álbum tuvo una inevitable comparación con lo que posteriormente salió por parte de sus antiguos compañeros y fue prácticamente unánime la opinión de la crítica sobre quién siempre había tenido razón.


8) Ivan y los Terribles- Los incautos no fallan (Esquizodelia)
Una especie de contra-manual de la moral y las buenas costumbres, Los incautos no fallan es un disco lleno de mala leche, de esa que solíamos ver en su esplendor más agrio en los primeros discos de Wire, o Crass. Con un bajo tan sucio y punzante como los rayos de sol que se cuelan por la persiana en una mañana de migraña, la banda no necesita de guitarras para hacer un muro de sonido que se van acumulando como los ladrillos alrededor de un condenado a emparedamiento. Aun así, detrás de toda la misantropía, hay una cuota vital, algo que parece escaparse en sus bordes, como una irrupción salvadora de la entropía.


7) Vincent Vega- El gran galgo (edición independiente)
Vincent Vega era la mejor banda de folk del Uruguay. En la asepsia melódica de las dos guitarras acústicas, los cuidadísimos arreglos y superposición de voces entre Matías Gonzalez y Mauri Sepúlveda se encontraba un nivel de fineza pocas veces visto en alguna banda –sobre todo, tan joven- que recogiera los sonidos maderosos de los hitos vivientes del folk de los sesenta. Un par de años después, el dúo se convirtió en banda y se pasó al sonido eléctrico, pero el resultado fue tan contundente que no fueron necesarias protestas como las que sufriera Dylan en el Newport Folk Festival. Con un swing envidiable, el nuevo sonido de Vincent Vega los eleva al nivel de los Travelling Wilburys uruguayos (o quizás, en igual medida, la versión local de The Band), haciendo gala de ese juego de voces que siguen intactos en temas como “She’s a boy”, posiblemente una de las mejores baladas que haya dado el rock uruguayo en los últimos años.


6) La Orquesta Subtropical- Tropicalgia (Ayuí)
En la canción “La negra Sofía” Diego Azar canta “No hay nada de malo con los repiques y sí hay cosas malas que alborotean / No hay nada de malo con ser ingenuos y sí lo que complicaría es no aprender / Tu nombre es sabiduría pero los griegos no son los que mandan aquí / acá manda aquel bantú que nunca viste". Tal estrofa es prácticamente una declaración de principios sobre la difícil relación entre la amnesia selectiva del rock uruguayo –más que nada el postdictadura- y la herencia negra de nuestra música. Armada originalmente como una superbanda para tocar en whiskerías, Diego Azar sumó a su proyecto figuras míticas de la talla de Carlos Fortes y Carlos “Boca” Ferreira, junto a una sección de tamboriles de altísima factura, para dar con un disco lleno de candombe y plenas (un estilo muy particular de plenas, propio de los años cincuenta, producto de la mixtura de los músicos caribeños y los locales) que nos llevan a un Uruguay no muchas veces inspeccionado. En años donde la cumbia, el pop latino y los sonidos caribeños volvieron a ocupar la primera plana (entre ellos músicos de muy diferente en extracción y público como El Gucci, El Reja y Lucas Sugo), al mismo tiempo que bandas de rock y electrónica importan los sonidos, a veces olvidándose de lo más íntimo del género, La Orquesta Subtropical ofició como la vuelta a un purismo perdido, una pieza para recordarnos de todo lo que nos estamos perdiendo.


5) Alessandro Podestá- Partido el ganado (Feel de agua)
Alessandro Podestá ya había hecho una excelente carta de presentación con sus discos Aspavento (2009) y, sobre todo, con Lo que no sé (2012), una tan densa como interesante pasta hecha del vastísimo folclorismo latinoamericano. En contraposición a su anterior álbum, Partido el ganado saca del eje lo percusivo y coloca en el centro de la composición la guitarra, un instrumento que se parecería en un mismo rasgado fisionarse y convertirse en muchos seres de voluntad propia. Con temas que incorporan la milonga, el huayno , la zamba y el rasguido doble, Partido el ganado coloca a Podestá no sólo en el sitial de los guitarristas más interesantes de nuestro país, un terreno cada vez más interesante, compartido con otros músicos emergentes como Santiago Bogacz (que quedó fuera de la lista por mero injusticia de la decena exigida), sino también como uno de los vocalistas más interesantes de la vuelta –escuchar en particular en “Cada pueblo y cada plaza” los ecos vocalísticos del Lazaroff de “Albañil” o “Milonga del caminante” en esa forma mántrica de mantener una vocal o una consonante.


4) Hijo Agrio- Jabalismo (El octavo sello- Módulo Records)
“Gueeerreeeroooo, guerreeeroooo!”…en algún momento la negrura en el rock se había perdido, como si una represa hubiese secado los cinco ríos del Hades. Por supuesto, seguían estando los Buenos Muchachos, los lejanos recuerdos de Gallos Humanos, alguna banda de black metal, los Mareos, o los momentos más autísticos y autolesivos de 3Pecados, pero Jabalismo de Hijo Agrio volvió a una negrura abstracta que devuelve a una pálida escala de grises todo lo que convive a su alrededor. Con presentaciones en vivo demoledoras y Darvin Elizondo como una de las figuras más extrañas en escenario del nuevo indie Uruguayo, el disco no llega a captar la intensidad de sus espectáculos abiertos al público, pero ya con esos retazos le da para bajar por la espiral descendiente cinco pisos más abajo que el resto de sus congéneres.


3) Ernesto Díaz- Cualquier uno (Ayuí)
La relación del música montevideana con la del interior es tan o más complicada que la de nuestro país con la brasileña. En esta eterna dicotomía, Cualquier uno es un disco que parecería patear el tablero con la agilidad de un salto de capoeira, con ese portuñol  del artiguense Díaz que atraviesa todo el álbum, mezclando samba con candombe y otros géneros con una sencillez y a la vez riqueza compositiva que se vuelven un deleite de escuchar con audífonos. Con un dream team de invitados, entre los que se incluye a Galemire, Leo Masliah, Ney Peraza y Braulio López, las canciones de Ernesto Díaz incluyen oboes, fagots, clarinetes, trombones, chelos, pianos, bajos, congas, mridangas y tamboriles, en lo que es uno de los álbumes con mayor riqueza tímbrica que haya dado el país en los últimos años. Ya al escuchar los primeros minutos del tema de apertura del disco (“Los Oreia”), con Díaz cantando “¿Quién son esos gurí que andan pidiendo por ahí?/ Y comen resto de chivito y toman caña Marumbí”, uno se mete en ese mundo tan lleno de Milton Nascimento y Tom Zé, como de Jaime Ross y Jorginho Gularte y se da cuenta de que lo que tiene en manos no es un disco, es un caballo de Troya importado de Brasil.


2) Julen y la gente sola- Julen y la gente sola (Estampita Records)
El más auténtico suceso dentro del terreno del indie uruguayo fue el de Julen y la gente sola. El disco rápidamente se disparó dentro de su microuniverso, armado sobre la base de pequeños himnos generacionales y un universo personalísimo del cantante y líder Federico de Paula, uno de los músicos vocalística y fisionómicamente más particulares que haya dado el nuevo rock uruguayo. Canciones casi todas orbitando alrededor del colchón autoficcional que se coloca el cantante para sobrepasar los abates del mundo real, Julen y la gente sola es casi un disco conceptual sobre la alienación imaginativa, con varios ríos que beben de los afluentes del twee pop, pero que lo vuelven una cosa distinta al resto de los grupos melifluos que parecieron salir como por molde después de películas como Juno. Ver el toque de Julen en la sala Vaz Ferreira fue de esos espectáculos extraños en donde uno se siente en un lugar clave, en un momento germinal de algo. Habrá que ver qué depara el futuro, pero con canciones como “La chica del mantenimiento” ya hay suficiente lana para tejerse unos cuantos buzos para el invierno.


1) Eté & los problems- El éxodo (Bizarro)

“Sos como Jordan flotando/ sobre las manos del resto/ Y en las alturas/ Estás tan sola”. En el 2014 se dio la casualidad de que el estribillo del año está contenido, no sólo en la canción del año, sino también en el mejor disco. Hecho como un disco de separación, donde el éxodo artiguista –y a la vez el del antiguo testamento- se equipara con el de la ruptura amorosa, en su último trabajo tenemos a Ernesto Tabárez tanto en su versión más dionisíaca y descarnada, como en su más medida e inteligente. Viéndolo desde los sonidos del rock rioplatense, Eté y los problems tienen la peculiaridad de tener un sonido y espíritu por momentos colindante con el del rock de La plata, pero que a su vez se distancia por la pluma de Tabárez que siempre se mantuvo lejos de la imaginería del indie chabón, con una riqueza de imágenes que provenían más de los clásicos y la abigarrada y minuciosa profusión de imágenes y temas  (recordar la impecable y existencial letra de “Los muertos”). En El éxodo tenemos a Tabárez y su banda en lo más cerca del tope de sus capacidades, con momentos de una intensidad impresionante como cuando lo vemos gritando “Río arriba”, así como cuando baja varios cambios y entra en terrenos más introspectivos. Uno escucha El éxodo y se va dando cuenta lo difícil que separar un solo tema. Es más bien la banda sonora de cualquier persona que se va dando cuenta de cómo esa eternidad ficticia que uno se proyectaba en su juventud comienza a derretirse como la escarcha en el freezer de un frigobar. Un disco que nos hace dar cuenta de que estamos solos, pero que no somos los únicos.

publicado en la diaria el 26/12/14