miércoles, 5 de marzo de 2014

Revólver- Vengan todos a la Luz (2013)

Revolver Vengan todos a la Luz
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El dilema del dragón

Días de blues posiblemente sea la banda más citada de la última generación de agrupaciones de rock locales. En un comienzo reservado a nichos más exclusivamente vinculados al blues, el Flaco Barral  fue ocupando en citas y referencias un lugar similar al que ocupó Eduardo Mateo a fines de los ochenta. La influencia, lejos de caer en esa colección de gestos y lecturas lineales en la que cayeron algunos continuadores simplistas de Mateo, demostró ser bastante fructífera, con un montón de bandas que utilizaron aquel influjo mezclándolo con un sonido proveniente de otros subgéneros. Como ejemplo de estos se podría citar a la progresiva “uruguayización” del hardcore de Hablan por la Espalda, la licuadora stoner de Santa Cruz, la arqueología folk de Sr. Faraon, o el enlentecimiento (pero con ganancia en contundencia) y poda –tanto conceptual como sonora- de Cadáver Exquisito. Es difícil precisar cuánto le deben todas estas bandas a Días de Blues, pero de alguna manera se refuerza esta noción de generación, pudiéndose llegar a algo más propio de “familia”, considerando la fuerte endogamia que se puede registrar entre todas las formaciones.

El heredero

Si pudiéramos hablar de familia, Revólver ocuparía el lugar de esos hermanos mayores disciplinados, deslumbrados por los logros de su padre, dispuestos a continuar el negocio familiar. Es, por así decirlo, la banda que recoge el legado de forma más purista, sin apostar tan de lleno a esa mixtura de géneros o relecturas visibles que sí se perciben en otras formaciones.

Quizás lo primero que habría señalar es que si se dice que Revólver revuelve en los cajones de sus padres, el producto que obtiene de ello no deja de ser excelente. Un rescate retro calibradísimo, con un juego de voces y coros poco usual en el rock local, complementado con una batería contundente y unos arreglos guitarrísticos que (como en el tema “Campanario”) pueden recurrir a un riff de sitar haciéndolo sonar como algo mucho más relevante que un asterisco a Their satanic majestie request, de los Rolling Stones.

El sonido no viene solo, Revólver es Daniel Croza (bajo), Gonzalo Marín (guitarra y voces), Ismael Varela (también conocido por su rol detrás de las tumbadoras de Hablan por la Espalda, o en su proyecto solista Sr. Pharaón; un tipo tan musical que podría hacer un disco entero con un juego de llaves), sumándole a la nómina la reciente incorporación de Mauri Sepúlveda (uno de los mejores guitarristas rítmicos del rock local). Si a esto le agregamos la participación de Andrés Varela en el hammond y a Luciano Supervielle en el piano wurlitzer, se puede concluir que el Revólver de Vengan todos a la luz (descargable en http://www.revolver.com.uy/) tiene uno de los mejores planteles de la vuelta.

En materia de sonido, los puntos más altos de su segundo álbum –un título que sigue en la senda del blues que ya se había abierto en Peligroso río (2010) , pero que en este caso se coloca un pie más cerca del hard rock - es el ya mencionado “Campanario” y “Necesidad”, un tema que desde el comienzo pone quinta sin desacelerar nunca, una metralla de múltiples cargadores que, más que por las guitarras circulares, se sostiene sobre el redoblante de Varela, con un pulso casi de marcha militar que se repite exitosamente en “En la luz”. En este sentido, prácticamente se podría decir que, más que las guitarras, es la calibradísima batería de Varela lo que marca de principio a fin el trote (refiriendo al primer tema) de Vengan todos a la luz.

Más aprestados a la mixtura genérica, “Está picando alrededor” lleva una cadencia más funk, acompañada por el wurlitzer de Supervielle y ciertos requiebres en la vocalización y coros que guarda varios enlaces con la música de Tótem, algo que también se mantiene en “Trota y trota”, aunque acercándose mucho más explícitamente al estilo de Manal (sobre todo en los versos “Mi corazón de muchacho también galopa en su trote/ Está golpeando a tu puerta porque el amor se le impone”).

El impulso y su freno

Uno describe Vengan todos a la luz y entonces aparecen todos esos nombres: Tótem, Manal, El Kinto, Días de blues, Pescado Rabioso, Psiglo. Y es que es rock setentoso, y bien hecho. El único problema de Revólver es la forma en que ese rescate a una década es lo que lo hace grande y a la vez lo que le marca un poco el techo. En esta paradoja de lectura quizás lo que más trastabilla es el tema de las letras, que por momentos uno no sabe precisar si el problema es que la letrística es demasiado burda o demasiado fiel a las letras de aquella época (algo que pasaba, por ejemplo, con el anacronismo hippie de algunos temas de La medio siglo). A diferencia de Peligroso Río, donde las letras se apoyaban en un aspecto más terrenal y una imaginería bluesera más concreta (por ejemplo, “Nena quisiera poderme ganar/ ese dinero para comprar/ Guitarra costosa y equipamiento/ para tocar/ Yo sé que no importa lo material/ y que el amor debería bastar/ Es que siento:/ merezco un millón y algo más”, en “Blues de los cuatro ceros”), Vengan todos a la luz toma un tenor un poco más abstracto, con un intento de vuelo más poético. El problema es que las letras del álbum quedan en un incomodísimo punto intermedio, con un abuso a ciertas imágenes y palabras (me imagino un juego de bebida en el cual uno debiera encajarse un shot de tequila por cada vez que dicen la palabra “luz”) y cierta vaguedad conceptual que a veces parece más movida por cerrar bien con la métrica y rima que con la idea de la canción.

Una forma útil para analizar una letra es preguntarse sobre ella de la forma más naive posible, es decir, preguntarse “¿qué me están contando?”. Citemos un ejemplo: en el tema que cierra el disco, la estrofa “Escupe fuego y es dorado/ Quiere volar sobre el lago/ Quiere volar con actitud”. Calculamos, por la descripción, que la canción se refiere a un dragón. A un comienzo quien escribe esta nota pensaba que lo que quería hacer ese dragón era “volar con altitud”, pero después, a partir de las letras, se dio cuenta de que el término era “actitud”. Hay un problema de base con el término “quiere”. Un dragón es un dragón, y si vuela –y más aún si logra arrojar fuego por la boca- lo que le sobra es actitud; lo que quiere, lo que pretende ese dragón –que me lo imagino volando dorado y majestuoso por encima de un lago-, y mucho más, su “actitud” en el vuelo, se vuelve irrelevante frente a su mera condición de dragón. Es un dragón, y basta con ser un dragón. Algo similar en “Hombre”: “Ahí va el hombre/ Cortando las malezas para que sus hijos puedan transitar/ Y los hombres van dejando senderos/ A veces oscuros, a veces con Luz”. Obviando el tono filosófico simplón –tampoco se tiene por qué pedirle a la música ser un tratado humanista-, el último verso “A veces oscuros, a veces con Luz” sufre de la misma redundancia que el ejemplo del dragón; es decir, basta con decir que a veces son oscuros, la parte de la luz viene por añadidura. Es un ejemplo que podría cristalizarse si suplantáramos la bina “luz-oscuridad” por “bueno-malo”. “Y los hombres van dejando senderos/ a veces son buenos, a veces son malos”. Ante un verso como ese, a uno no le quedaría otra que decir “y sí, che”.

Más allá de que los setenta guardaban letristas a veces bordeando lo barroco (en especial Luis Alberto Spinetta), la mayoría de las composiciones de las bandas mencionadas más arriba fueron -en la medida que se les fue colando lo setentoso- cortando las malezas de sus letras (uno de los ejemplos más notorios es la simplificación de aquella complejísima metralla expresionista, nietzscheana y anarca de las primeras épocas de Hablan por la Espalda a versos como “amigo hay que moverse/ que el frío ya llego /si no nos movemos/ se para el corazón/ viento sopla fuerte/ dame tu calor/ amigo hay que moverse/que el frío ya llegó”, de la época actual). Los resultados en la calidad de estos caminos es variable, pero el problema de las de Vengan todos a la luz es que no tienen ese tono más ambiental, de compañía de ruta, de Santacruz (recordar el “no tengo auto, no tengo chica/ cuanto humo en esta habitación/ por qué no nos vamos a fumar afuera” de “Stargirl blues”), ni la simpleza cuasi mística de Sr. Pharaon,  ni la linealidad mundana y guarra de Oro (“Nena por tu cara sé/ que tu novio no lo hace bien/ nena yo sé que vos querés/ un poco de/ un poco de amor” en “Te hacés desear). Obviamente no hay un sólo camino correcto en el rock y cualquiera de estas dos sendas demuestra ser válida –más que nada, útil- pero es en ese interregno, entre lo sencillo y lo florido, entre los filosófico y lo mundano, entre lo ambiental y lo lírico, que se pierde un poco la pluma de Revólver.


¿Esto hace a Vengan todos a la luz un mal disco? No. Le sobra música e intensidad para remar estas carencias, pero aun así, quizás más allá del álbum en sí, estudiar sus problemas letrísticos eleva una pregunta más profunda sobre los caminos que eligen tomar los músicos uruguayos a la hora de escribir sus canciones. Una cuestión que hace necesario pensar qué quiere decir uno y cómo quiere hacerlo. Algo así como evaluar qué es lo que se puede hacer con un dragón una vez que salió de su cueva.