viernes, 15 de marzo de 2013

Habanastation (Ian Padrón, 2011)



La pobreza nos hará hermanos

Habanastation parte de un pequeño truco que va a ser el eje de toda la película. Vemos a una mujer aprontarse para ir a recoger a su marido al aeropuerto. La cámara no escatima en detalles para hacernos presente el hecho de estar frente a una familia de clase acomodada, ya sea por medio del registro de los amplios interiores, su moderno auto, o el hecho de contar con un jardinero propio. Lo primero que nos viene a idea –por el canto y el tono de la mujer- es que estamos tratando con una familia cubana radicada en Miami, pero pronto nos damos cuenta, al derivar al instituto al que asiste Mayito, el hijo de Moraina, de que todo está emplazado en no otro lugar que la mismísima Cuba.
Distinto de las imágenes clásicas de la Habana, la película parte de este detalle fundamental: de que hay personas de muy buen pasar en dicho país –en el caso de la familia acaudalada del niño Mayito, el bienestar proviene de la exitosa carrera musical del padre-, pero más importante aún, que este bienestar está contrapuesto a la realidad de clases sociales más bajas, con vidas atravesadas por situaciones bastante precarias, similares a la de los países capitalistas.
El retrato de estos diferentes estratos sociales se da desde el primer momento del film, en un tono casi didáctico. Al comienzo de Habanastation estos dos mundos parecen apenas rozarse en el terreno del aula escolar, pero pronto pegarán un fuerte viraje –llevándonos al centro de la trama- cuando Mayito se pierda en los festejos del día de los trabajadores y se tome una guagua –los ómnibus cubanos- equivocada y se baje en La tinta, un menoscabado barrio cerca de la Plaza de la Revolución, en el que se topa con Carlos, un compañero de clase de duro pasar, al que a diferencia de su compañero rico, suele irle muy mal en la escuela. Mayito necesita utilizar el teléfono para llamar a sus padres y Carlos le pide a cambio jugar con el flamante Playstation 3, que por pura casualidad lleva en su mochila. La llamada nunca se realiza y la película es una larga postergación de la utilización soñada de la consola, lo que deja campo a que los niños se conozcan como realmente son, aprendiendo cosas mutuas, descubriendo puentes más fuertes que las clases sociales (la dedicatoria final del director “a todos los niños del mundo” parecería señalar esta noción trascendental y universal de la infancia como un punto en común capaz de saltar barreras de todo tipo).
Ya analizando a Habanastation desde lo estrictamente cinematográfico podemos ver algunos traspiés, cuando no auténticas fallas, que afectan al producto final. En primera instancia, se advierte un lenguaje más televisivo que cinematográfico, abundando en primeros planos y diálogos más propios de las telenovelas de exteriores caribeñas que del cine de dicha región. A esto se le suma un fondo musical pobrísimo, casi todo centrado en un teclado que no escatima en sonidos y efectos sumamente anacrónicos, detalle que en una primera instancia parece perdonable, al percibirse cierto intento de hacer un paralelismo entre  las peripecias de Mayito con un juego de plataformas de la era antigua de los videojuegos (de ahí el nombre “Habanastation”), pero que pronto sólo sirve como prótesis sentimental de todas las escenas que transitan la película (predominando los tonos afectados en los momentos más edulcorados del film).
A estos errores de cinematografía y guión (algunos de los diálogos padecen de un acartonamiento propio de programas como Carrousel de las Américas), se le suma una ingenuidad ideológica que haría ver el producto más obtuso de Disney como una película de Miyazaki. En su contacto con la pobreza, Mayito aprende lo que es trabajar por las cosas que uno quiere y a su vez ser valiente y generoso, al tiempo que Carlos aprende cierta cuota de civilismo que no tuvo, ni supo enseñarle su padre –quien terminó en cárcel tras un asesinato en una riña callejera-. Sin embargo, esta relación, más que un intercambio, parecería una hora y media en la sala de máquinas de Titanic, ese lugar festivo en el que Kate Winslet descubre que la gente pobre se divierte mucho más que la rica. El gesto final de Mayito hace que la película cobre un extraño viraje ideológico, en el que Habanastation, tras partir originalmente de una especie de denuncia de la existencia de ciertos conflictos de clases en el centro de la mismísima Cuba, termina naturalizando esos conflictos. Es como si dijera “Si estos conflictos pasan en todos lados, aún en estados comunistas, lo mejor es, más que combatir la pobreza, encontrar puentes en el que los pobres y los ricos puedan conocerse, amigarse y compartir, tal como lo hacen los niños”. En algún rincón del cielo, Walt Disney y Che Guevara se dan la mano, secándose las lágrimas con la manga de la camisa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario