miércoles, 29 de febrero de 2012

Tres monos (Nuri Bilge Ceylán)


Olla a presión

A pesar de seguir avocándose a retratar con particular maestría su Estanbul natal, Tres monos es una película bastante atípica dentro de la filmografía de Nuri Bilge Ceylan. El tema sigue siendo el mismo, la herencia de Antonioni enfocada en la incomunicación infranqueable entre los seres humanos, aspecto que me había llevado a preguntarme en la crítica de Distante sobre si la demarcación de esa pared hablaba de otra cosa o si, en definitiva, terminaba convirtiéndose en un fin en sí mismo, un imposible pautado de antemano. Aún así, hay dos elementos que rompen con parte de lo más notorio del director. Primero, la ubicación del drama en la clase trabajadora turca, que lo aleja de los retratos de intelectuales bien colocados que desfilaban en films como Nubes de mayo (2000), Distante (2002) y Climas (2006) Este viraje no es sólo un cambio de clase, sino un alejamiento de sí mismo, considerando que hasta la fecha, Ceylan siempre había retratado a protagonistas que oficiaban de directores de cine o fotógrafos, que de una forma u otra parecían hablar inevitablemente de él mismo. A este descentramiento se le corresponde otro cambio fundamental que es que, a diferencia de sus anteriores obras, Tres monos involucra mucho más desarrollo argumental (muy diferente a aquellos dramas más movidos por el retrato más cotidiano y austero de sus protagonistas), pudiéndose incluso circunscribirse dentro del género noir. Por supuesto, lejos se está de historias de detectives de gabardinas y femme fatales, pero el ánimo fundamental del film recaptura esa esencia trágica del noir, en la que la historia va llevando a los personajes por distintas sendas como si fueran movidos por pequeñas barras magnéticas debajo de una tabla.

Servet, importante político en pleno período de elecciones turcas, atropella a un peatón, dándose inmediatamente a la fuga. Sabiendo que la condena por tal accidente puede destrozar su candidatura, acude a Eyüb, su chofer diurno, para que se adjudique el siniestro, a cambio de una paga mensual durante el tiempo que permanece en la cárcel y una importante recompensa monetaria para cuando salga de la cárcel. Eyüb acepta, tras lo que se lo condena a nueve meses de reclusión, tiempo durante el cual su hijo permanece deprimido, sin hacer absolutamente nada por su vida y su esposa Hacer termina manteniendo un affaire con el mismo político que engatusó a su pareja para caer en la cárcel.

Todo un dramón. Casi, por así decirlo, parecería una telenovela, en la que la inminente salida de la cárcel de Eyüb amenaza con dinamitar todo el tenso equilibrio de silencios que sostiene a la familia. Sin embargo, Nuri Bilge Ceylan deja su trazo en esta escritura noir, no dándonos las cosas servidas en bandeja. Antes que nada, el director siempre parece huirle a los acontecimientos dramáticos que precipitan el resto de los hechos. En este sentido, Tres monos es un film con un curiosísimo manejo de las elipsis, en donde nunca se le da al espectador lo que está acostumbrado a obtener en el menú. En un momento de la película, el hijo cae a la casa y fugazmente se mete en el baño. La madre apenas lo escucha, pero cuando ve gotas de sangre en el parqué, abre súbitamente la puerta y ve a su hijo con la camiseta desgarrada, lleno de moretones y sangre, estado que parece haber sido resultado de algún encontronazo con los chicos del barrio. Sin embargo, nunca se dice qué pasó realmente. Así también, no hay imagen alguna del adulterio cometido por Hacer, sin siquiera quedarnos muy en claro cuánto es el tiempo que se prolonga este affaire. Incluso, un encuentro dramático en el que Servet y Hacer se enfrentan está filmado en un plano fijo desde una distancia de voyeur, apenas pudiendo ver sus cuerpos. Este encadenamiento elíptico, en cierto modo traza un puente entre el comportamiento de los personajes del film y el título del mismo. Los tres monos son los pertenecientes a aquel famoso dibujo en el que los vemos tapándose respectivamente los ojos, las orejas y la boca. Todos, incluso Eyüb, saben, en cierta medida lo que está pasando, pero nadie explicita nada, mezclando y calentándose todo este silencio en una olla a presión a punto de estallar. Ceylan, en cierto punto, hace lo mismo que la familia, evitando retratar los momentos de mayor pasión, dejando esos mismos agujeros negros que aparecen en la novela familiar.

Quizás podría reclamarse como mayor maestría del film algo pesado esta forma particular de encadenamiento, en donde por momentos las acciones parecen solaparse, no siguiendo un orden naturalista o realista de tiempo y acción. Casi parecería que nos moviéramos en un tiempo no lineal, en donde las acciones se anticipan o se retardan, al borde de mezclarse los tiempos –y que encuentra su máxima expresión en la presencia fantasmal (casi prestada del cine de terror japonés) de aquel hijo muerto omnipresente, pero casi nunca citado, que aparece casi de improvisto, en algún rincón de la escena.

El final del film traza un círculo moral perfecto, que en cierto punto obedece a la concesión de género más explícita de Ceylan hasta la fecha. Eyüb –tal como casi todos los protagonistas de la filmografía del director- queda contemplando el mar turco, dejándose enmantar por la lluvia gris de una tormenta que viene desde el horizonte, metáfora clásica de aquello que limpia las penas y los pecados de los padecientes.

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