viernes, 11 de abril de 2014

32º Festival Cinematográfico Internacional de Montevideo

heli


Posible ensayo sobre la crueldad

Escribir adelantos de festivales de cine es una labor complicada. Uno quiere evitar el formato gacetilla, que consistiría en un breve salpicón de sinopsis y datos extra de varias de las películas a exhibirse, pero al mismo tiempo carece del material y el tiempo para adelantarse a toda, o lo más importante de la programación. En ese plano, uno debe ingeniárselas para buscar copias de difusión, o bien abrirse a machetazos en la espesa selva de las descargas ilegales.

Ante la limitada cantidad de films a los que uno puede llegar a acceder, la opción más plausible es hacer un repaso a vuelo de pájaro asistido por boletines y material periodístico encontrado, pero otra es, justamente, intentar realizar una narración, casi un montaje intelectual a partir del material a disposición. En ese sentido, la primera opción confluiría en una nota que hablara de este 32º Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay (con ceremonia de apertura hoy jueves a las 20:30hs en Cinemateca 18), que hiciera hincapié en las películas de apertura y cierre, de los principales films en competencia, de las películas del “Focus Palestina” y “Portugal desde el margen”, junto a la retrospectiva de Lionel Baier y una mención de las películas uruguayas que se presentan por primera vez (Cometas sobre los muros –de Federico Pritsch- 23 segundos –del ucraniano, pero radicado en nuestro país, Dimitry Rudakov- y una presentación especial del proceso de restauración de Almas de la costa, a cargo de Nelson Carro). Sin embargo, quien escribe esta nota optó por el otro camino, intentar realizar una suerte de narración a través de las migajas que se fue encontrando en la espesura del gran bosque.

El llano en llamas

Una de las películas más esperadas del festival es Heli, obra por la cual el guanajuatense Amat Escalante  ganó el premio a Mejor Director en el Festival de Cannes y los Premios Platino , celebrados en Panamá hace tan sólo una semana. Discípulo de Carlos Reygadas –y por lo tanto, también familiar cercano de Bruno Dumont- Amat es un director que con sólo tres películas ya ha logrado construir una condensada noción de obra, con películas no sólo atravesadas por una temática en común, sino por una particularísima forma de filmar, algo que incluso llega a vislumbrarse en la gráfica de sus títulos, con mayúsculas abriéndose espacio entre el blanco y el rojo, que recuerdan al comienzo de Funny Games. La referencia a Michael Haneke no es gratuita, el cine de Escalante es un cine sobre la deshumanización maquinal del hombre, con héroes/villanos que parecerían estar desprovistos de una interioridad, o cuyo drama los envuelve como un manto, sin poder hacer nada más que reaccionar o actuar según los designios que les caen. Es, en definitiva, una especie de tragedia griega pero con un pathos sin ethos, los reflejos de un mundo al que los dioses hace tiempo le dieron la espalda.

Heli es un joven trabajador de una fábrica automotriz en una zona desértica del México profundo. Un día, al novio de su hermana se le ocurre robar unas bolsas de cocaína requisadas en un reciente golpe a un cartel, escondiéndolas en el tanque de agua de la casa. Heli descubre el paquete por accidente y sin dudarlo vacía el contenido del mismo, pero aun tomando estas precauciones no podrá evitar convertirse en el objetivo de un grupo de narcos que dieron con su paradero luego de torturar a su cuñado. Ante esta premisa uno podría pensar en una película de persecución como No hay lugar para los débiles, pero lo que en la mayoría de los films funciona como motor narrativo, en el cine de Escalante se articula más bien como fondo. Una muestra de esto es la escena de tortura, que entra, fiel al estilo de los otros directores mencionados antes, como un estallido de violencia que desarticula toda la narración, pero que a la vez presenta, como punto más perturbador, la naturalidad con la que es presentado. En medio de una escena en donde vemos a un encapuchado siéndole quemados los genitales, a lo lejos, abriéndose detrás del fondo, está la madre de los torturadores, sacando una olla para preparar algo de comer. Es un centro de torturas, pero también es una casa, y los palazos que reciben los torturados son sólo una continuación de los espadazos que los hijos de los narcos lanzan en una partida de Nintendo Wii.

En su anterior película, Los bastardos, se seguía el trayecto de dos jornaleros mexicanos que cruzan la frontera para intentar vivir y ayudar a sus familias, pero el film, con la constancia y precisión de una tortura china, va construyendo en el background ese mundo lleno de pequeñas indignidades que tienen que atravesar, hasta que se rebasa el límite y algo del registro interno estalla en la más pura violencia. El protagonista de Heli –al igual que el de Sangre- corre por el mismo camino, un personaj que personifica a México en sí mismo, observando cómo todo se va destruyendo como un terremoto en cámara lenta.

Desmontando al bullying

Fiel a ese estilo –y quizás asimilable a un género cinematográfico que podría arriesgarse a bautizar bajo el término “Nueva crueldad mexicana”- Después de Lucía (que ya había formado parte de una muestra del último Festival Internacional de Cine de Punta del Este) también describe un lento proceso de deshumanización, en este caso lejos de las clases pobres y más cerca de las altas, vinculadas al particular acoso liceal que sufre una adolescente. Al comienzo la chica intenta desentenderse con inesperada entereza a este ataque constante, pero pronto empieza a flaquear, tomando rol pasivo de esa especie de excrecencia humana que el resto de su grupo de compañeros pretende convertirla. A diferencia del ritmo de Amat, el grado de violencia de Después de Lucía va en un in crescendo constante, llegando al plano secuencia de sucesivos abusos sexuales (fuera de nuestra visión) a los cuales es sometida la protagonista, encerrada en el baño de un cuarto de hotel (algo bien típico de Haneke, en esas escenas desesperadas como la del asesinato del hijo en Funny Games). Sin embargo, hay algo que no cierra del todo en la película de Michel Franco, que es justamente el proceso interno de la violencia. Percibimos y sufrimos la violencia, pero nunca entendemos del todo su articulación, sólo cae porque cae, y por más que podamos establecer algunos vínculos con los móviles de la sociedad y algunos de los personajes (en donde el machismo es la moneda de cambio de todo el film), nunca se convierte en algo mayor –o cualitativamente distinto- a mera violencia. Lars von Trier suele tocar estos aspectos violentos y deshumanizantes también, pero casi siempre intentando colocar al espectador en un lugar en el que es interpelado. A diferencia de estos directores de referencia, cuando termina la película de Michel Franco no nos sentimos interpelados, ni llegamos a una noción de la particular ingeniería del sometimiento, sólo nos sentimos sucios y deprimidos.

Otra película del festival que lidia con el bullying es Los sucios, film dirigido y protagonizado por Matt Johnson, armado como un documental y película dentro de película en la que dos amigos intentan realizar un film en el que se vengan de los compañeros de clase que suelen acosarlos diariamente. Por fuera de lo vinculado estrictamente al bullying, es un interesante estudio sobre cómo nuestras vidas son moldeadas a imagen y semejanza de las ficciones que consumimos y una reflexión metacinematográfica paralela sobre el poder del montaje. En este último sentido, la película opera en un formato documental estrictamente filmado con cámara en mano –donde la presencia de micrófonos inhalámbricos siempre se hace consciente- pero luego volvemos a ver las mismas editadas, con filtros y banda de sonido, y vemos algo radicalmente distinto, en este punto, no sólo dentro de la película, sino fuera de ella, descubriendo en Matt Johnson un director habilísimo en el manejo de lenguajes cinematográficos.

En todo este proceso, en el cual el protagonista comienza a confundir realidad con ficción (y en donde la camiseta del toro que porta, tal como la que tenía el joven rubio de Elephant –Gus Van Sant, 2003-, pareciera anticiparse a hechos similares), los ataques esporádicos de los bullies aparecen como algo que hace saltar al metraje, obstáculos que parecen parte del fondo, en vez de ser la figura –como sí era el caso de Después de Lucía-, ocupando una suerte de invasión súbita de la realidad, que desgarra el mundo de fantasías de los protagonistas. Es un film inteligente, con un final un poco efectista y cierta traición a su premisa (algo que sucede con todas las películas con formato cámara en mano, que siempre terminan filmando mucho más de lo que podrían), pero aun así es una disección interesante sobre cómo la ficción puede ser colchón de resistencia, o arma definitiva de venganza en entornos marcados por la violencia.

Figura/Fondo/Ideología

En esta última dimensión, una película infaltable, la definitiva con respecto a todo esto hablado, sería El Acto de Matar. Ya se ha hablado en otras oportunidades sobre este fascinante objeto cinematográfico, una película en la que se da a antiguos miembros de un escuadrón de la muerte indonesio los medios para llevar a cine sus torturas, obteniendo un producto terrorífico, que supera los mismos límites de la ficción. Un ensayo sobre cómo, los mismos protagonistas de estos asesinatos, creyéndose Tony Montana, encontraban en el cine justificación y bálsamo  ante sus actos más violentos.

Repasando todo esto mencionado, uno percibe que el principal nexo y elemento diferencial entre todos estos films es la manera en que la violencia entra como fondo y figura, y el papel que la ficción actúa como escape o catalizador de estas explosiones. En referencia al papel del fondo, uno debería citar a Zizek en Guía del perverso a la ideología (también en la programación del festival): “No es sólo nuestra realidad la que nos esclaviza, la tragedia de nuestro predicamento cuando estamos dentro de la ideología es que cuando creemos que nos escapamos en nuestros sueños, a ese preciso punto es que estamos más adentro de la ideología”.

viernes, 4 de abril de 2014

Las brujas de Zugarramurdi (Alex de la Iglesia, 2014)

Las Brujas de Zugarramurdi Carolina Bang Hugo Si

El traficante de mulas

Ya desde La comunidad, uno podría decir que las mujeres de Alex de la Iglesia siempre tuvieron algo de brujas. Sean femme fatales, madres posesivas, o viejas desquiciadas, las mujeres siempre pasaron por su cinematografía como un síntoma del hombre, algo que tiene consistencia en el acotado mundo de los fantasmas masculinos. En Las brujas de Zugarramurdi, este aspecto disipado pero omnipresente en la filmografía del director aparece en todo su esplendor, ya no tras los velos, sino como la metáfora principal del film: todas las mujeres son unas brujas.

José (Hugo Silva), junto a su hijo Sergio (el jovencísimo Gabriel Delgado, que guarda un curioso parecido al niño de El Resplandor) y Antonio (Mario Casas) atracan una casa de empeño, tomando de rehén a un taxista (Jaime Ordóñez) y a un pasajero, dispuestos a escaparse hacia la frontera en Francia. La escena está filmada de una forma absurdamente vertiginosa, condimentándosela con el hecho de que José y Antonio planearon el atraco disfrazados de estatuas vivientes (de esas que pululan por la Plaza del Sol, en el centro de Madrid). Es, definitivamente, el mejor momento de la película, ya la mera posibilidad de ver a un Bob Esponja siendo acribillado a balazos paga el ticket de entrada.

Ya entre toda la explosiva dinámica de la secuencia inicial se despliega el tema central de la película: la castración masculina a cargo de las mujeres. Todos los personajes, víctimas y victimarios, a pesar de los momentos de tensión, tienen un pequeño espacio para quejarse de lo insufrible que se ha vuelto su vida por culpa de las mujeres. El mejor chiste de todos, por lejos, es el de los rehenes temporales del atraco, juzgando a José por su decisión de haber traído a su hijo allí, con este replicando que nadie le va a quitar el poco tiempo que su custodia no compartida le permite. Al mismo tiempo, el taxista está más preocupado por lo mucho que se va a enojar su esposa si no va a cenar y Antonio dice que su reciente pareja prácticamente le lee los pensamientos. En algún sentido, todo este primer tramo podría ser un sketch y no le faltaría ni le sobraría nada de lo que se verá en dosis más exageradas e irregulares en lo que resta del film.

Sin embargo, casi como en un quiebre similar al de Del crepúsculo al amanecer (aunque, por supuesto, sin la sorpresa que generaba la película de Robert Rodríguez), los cuatro -los cinco, si contamos al amordazado en el maletero del auto- terminan perdiéndose en Zugarramurdi, pueblo conocido por su oscuro pasado durante la inquisición española, en donde se llevó a la hoguera a una importante cantidad de brujas (o, más bien, lo que los pobladores de aquella zona creían que eran esas pobres mujeres). Rápidamente, la historia se pone escatológica, con tres brujas, Graciana (Carmen Maura), su madre Maritxu (Terele Pavez) y su hija Eva (Carolina Bang), que pretenden hacer un extraño sacrificio para obtener el control del mundo. No es sorpresa que estas tres familiares representan, en algún sentido, esa tría de fantasmagoría sobre la femineidad desde la perspectiva masculina que se había mencionado más arriba.

De ahí en más vienen muchísimas más escenas de acción y mundos paralelos, como si fuese una extraña mezcla entre Los locos Adams, El laberinto del Fauno y Acción mutante, en donde los tres hombres tienen que abrirse paso a través de un oscuro mundo de maldad, demencia, e histeria femenina.

El canto de los castrati

Lo que evidentemente salta a la vista en la película es la discusión sobre la misoginia. En una primera instancia, uno podría decir que Alex de la Iglesia es plenamente consciente de este mensaje y que en cierto punto no hace otra cosa que satirizarlo (eso para lo que los ingleses tienen un muy buen término, llamado una “versión tongue in cheek”). También, podría decirse, a su defensa, que la película no es tanto sobre la maldad femenina, como sobre la definitiva emasculación de los hombres. Apoyando a esta teoría, podríamos ver que los hombres son, en definitiva, todos unos pollerudos, que le temen a las mujeres y cuya vida está siendo constantemente negociada con ellas, llevándose siempre la peor parte. La película, sería así, una fantasía de liberación masculina, escenificada en un conflicto abierto, físico, entre el hombre y la mujer (hacía tiempo que no se veía en una película tantos golpes legítimos de hombres hacia mujeres), una conquista cuasi bélica en un terreno donde el feminismo –o simple y claro, lo femenino- fue agarrando cada vez más poder. Apoyando esta teoría tendríamos los créditos de inicio del film, con la proyección de fotografías de mujeres que en su nómina incluye a Mata Hari, La Reina Isabel, Frida Kahlo, Margareth Thatcher y Angela Merkel. Casi podría decirse que, lejos de señalar a mujeres terribles (como puede ser la Thactcher, o la asesina de los niños Moor - esa sobre la que los Smiths compusieron “Suffer little children”), lo que hay es un listado de mujeres importantes, o poderosas, casi como si se señalara que todas, en el fondo, son parte de una especie de confabulación histórica (como esa suerte de concilio de brujas que en la película planean una suerte de Apocalipsis).

La temática vinculada a la crisis del poderío masculino se ha vuelto bastante presente en el cine español (recordar como un exponente de este núcleo de films, la película Una pistola en cada mano), posiblemente cebada por la crisis europea, que dejó a un montón de hombres sin empleo (siendo el trabajo, históricamente, el principal espacio identificatorio que definía el rol masculino). Justamente, en Alex de la Iglesia lo social siempre aparece colado de alguna manera, y tal como en El día de la Bestia la temática sobre el crecimiento de la xenofobia avanzaba disimuladamente acompañando al metraje, en Las brujas, José intenta robar la casa de empeño justamente para paliar problemas económicos propios, quizás como espejo de esa crisis.

La gran pregunta

Aún más allá de esto, nos sigue quedando el tema de la misoginia ¿Es o no es misógina? Por un lado, esta pregunta se ha convertido en una subcategoría del periodismo, con un montón de plumas feministas que se dedican a revisar films, canciones, discursos, o cualquier expresión cultural intentando de encontrar cualquier hilacha que pueda denunciar cierta cuota de misoginia en algún ámbito (a veces con resultados justísimos, otras con cavilaciones absurdas, cerradas en sí mismas).

Pero el terreno es mucho más complicado de lo que parece. Las brujas, incluso por la temática, puede compararse a la película de Lars von Trier, Anticristo. En ella, el juego psicológico que nos planteaba el malévolo escandinavo -tal como sucedía en Manderlay en esa puesta en juego sobre el lugar que nosotros ocupamos frente a la esclavitud- era poner delante de nosotros el fantasma de la mujer-bruja, esa locura que se adueña del cuerpo de Charlotte Gainsbourg y ante el cual, por un momento, casi deseamos que Willem Dafoe la asesine ejemplarmente, cual verdugo de inquisición (lo mismo se daba en el final de Dogville, donde deseábamos que Nicole Kidman arrasara con todo aquel pueblo a su paso, llevándose consigo ancianos, madres, niños). El efecto es perturbador, pero efectivo: en semejante hipertrofia de las identificaciones nos vemos a nosotros mismos y nos horrorizamos ante la puesta en acto de aquello que construimos en nuestras mentes.

De cerca no se ve

Por supuesto, Alex de la Iglesia no sabe o no gusta de poner en funcionamiento –al menos conscientemente- una máquina de reflexión política tan perversa, pero aun así no deja de tener efectos. Nuevamente, uno podrá decir “es sólo una comedia” y que en definitiva, es más que nada una parodia sobre los estereotipos pelotudos que el hombre ha construido sobre las mujeres, salvo que el único problema es que, pese a esta opacidad, estos estereotipos siguen siendo las herramientas que utiliza y que no encuentran un desdoblamiento reflexivo, como si ocurría con Lars von Trier.

En épocas donde hay una caza de brujas de corrección política, justamente a veces lo que más se nos escapa es lo más evidente. Un ejemplo fundamental de esto es los pocos golpes que recibió El Lobo de Wall Street, siendo un film cuya misoginia a veces se le escapa por todos lados (y que, a pesar de eso, no lo oscurece como una película genial, divertidísima, e impactante). Con Las brujas en alguna medida pasa lo mismo, reproduciéndose la famosa parábola del traficante de mulas, aquel nómade que siempre al pasar la frontera se le chequeaban, para ver si traficaba algo, los sacos que sus animales cargaban, cuando lo que efectivamente traficaba eran las mismas mulas.

publicado en La diaria el 3 de abril de 2014