viernes, 2 de noviembre de 2012

Koji Wakamatsu (1936- 2012)



La muerte de la bestia
Entre tanta muerte célebre, poca fue la repercusión –al menos en circuitos mainstream- del fallecimiento de Koji Wakamatsu, director nipón que el pasado 17 de octubre sufriera un grave accidente automovilístico. Poco popular por estas latitudes (posiblemente su labor más conocida haya sido la de haber sido productor de El imperio de los sentidos –Nagisa Oshima, 1976-, una película que marcó un antes y un después en lo referido al límite entre pornografía y cine de autor), el reconocimiento internacional le llegó relativamente tarde, posiblemente por el casi ineludiblemente sórdido contenido de sus films –donde las violaciones son prácticamente uno de los grandes leit motivs-, así como también su férreo corrimiento hacia la izquierda revolucionaria (especialmente hacia la Rengō Sekigun, conocida mundialmente como United Red Army). Más allá de esto, la filmografía de Koji Wakamatsu –con el delirante monto de ciento cinco films en su haber-, lejos de ser un oscuro ejemplo del cine exploitaition, es un material obligatorio para cualquier cinéfilo acérrimo, o cualquiera que le interese conocer un poco más de adentro algunas de las íntimas relaciones entre oriente y occidente, así como también entre eros y thanatos.

Las enseñanzas yakuzas

Nacido en un entorno rural el primero de abril de 1936, Koji enseguida resultó ser un niño poco adaptado a su entorno familiarista y cansino. Ya en la adolescencia escapó de su hogar, no tardando en unirse a un clan yakuza, haciendo pequeñas labores delictivas que lo llevaron a permanecer en prisión por varios meses. Este recorrido por el mundo yakuza suele ser tratado a vuelo de pájaro por la mayoría de los críticos y biógrafos de Wakamatsu, pero en este breve recorrido se produciría gran parte de la identidad y decisiones que llevaron al director a ser lo que es.

En primera instancia, es innegable la relación originaria entre la mafia yakuza y las películas pink-eiga (un subgénero de cine exploitation japonés, que suele basarse en historias violentas salpicadas por un montón de desnudos femeninos altamente estilizados – que figura como una influencia muy reconocible en el cine de muchos directores norteamericanos posteriores, como el caso de Quentin Tarantino), las cuales solían ser parcialmente financiadas por ellos y que en cierto punto le dio las primeras herramientas de filmación al director nipón. También, las explosivas relaciones que este grupo mantenía con la policía marcaron a fuego a Wakamatsu en lo que refiere a sus relaciones con la autoridad, uno de los temas centrales de su obra, casi siempre marcando un arco en el que una persona atareada por las obligaciones termina pasando al acto en una gran explosión de violencia y crítica al sistema imperante. Finalmente –y esto es algo que no figura en ninguna de sus biografías, pero que quien escribe maneja como una sólida hipótesis-, la práctica de las violaciones en los clanes yakuza no sólo eran más que comunes, sino que con el tiempo se fueron convirtiendo en, por así decirlo, una disciplina en sí misma. Sin ir muy lejos, los yakuzas fueron uno de los grupos responsables de haber tomado el particular sistema de atado a enemigos confeccionado por los samuráis, para desarrollarlo y convertirlo en la famosa práctica de bondage, hoy en día popularizada y resignificada en los grupos de práctica BDSM. Esta práctica, así como también la estilización –ya de por sí muy polémica- de la violencia, es un elemento que se da en una gran cantidad de films del director japonés.

Años dorados

Tras un corto período trabajando para la firma Nikkatsu (con películas eróticas y sensacionalistas en donde todavía no se veía mucho de la originalidad del director), luego de la que sería su primera película de autor, Secretos tras los muros (1965), el director funda su propia productora, Wakamatsu films, con la que, durante la segunda mitad de la década de los sesenta, tendría su período dorado en lo que refiere la relación calidad/cantidad de sus films.

Filmados con presupuestos mínimos, cercanos a los cinco mil dólares, sus películas de los sesenta son una muestra excelsa de cómo encontrar una voz propia dentro de un género históricamente limitado, así como también una lección magistral del manejo de la cámara (con la participación casi omnipresente del director de cinematografía, Hideo Ito) y experimentos de montaje. Ya en Secretos tras los muros se podía vislumbrar este estilo, con la superposición de material de archivo en primeros planos velocísimos, manejo de cámara en mano poco común para la época –sobre todo para la tradición nipona, muy afincada en el teatro kabuki-, sonidos extradiegéticos y postsincronizados que recuerdan al cine de Godard e intercalado de la narrativa del film con elementos del pasado y presente, así como también irrupciones de lo onírico.

Posiblemente el primer film que marque más notoriamente su estilo en mayor esplendor sea El embrión caza en secreto (1966), un film aparentemente sencillo en el que el dueño de una empresa secuestra y tortura metódicamente a una de sus empleadas, proceso que termina en la rebelión de ella y la posterior muerte de su superior, tras repetidas puñaladas. Más allá de lo reducido de la trama, uno empieza a notar que el film no habla tanto de la explotación sexual como la laboral, y en una escena en específico, donde parece haber una suspensión de la realidad, en el que la acosada parece súbitamente salir de su posición y dirigirse a la cámara, diciendo que podría escapar del apartamento, pero todo sería más o menos lo mismo. Un recurso similar, y duplicado en su efecto interpelante ocurre en la que posiblemente sea la mejor película del director Go! Go! Second time virgin (1969), en donde una adolescente, tras ser repetidamente violada en la terraza de un edificio se dirige a la cámara, esta vez al público, para preguntarles por qué les interesa ver eso, qué quieren de ella, sumergida ante tantas vejaciones.

Historia del ojo

En este último caso, el discurso lleva a la superficie uno de los asuntos primordiales del director, que es el tema de la mirada: hasta qué punto en nuestra mirada no somos sólo testigos, sino también cómplices de lo que está ocurriendo en cámara. Secretos tras los muros justamente empezaba con el ojo rasgado de un joven viendo por un telescopio el apartamento de una vecina, y se repetiría en Virgen Violenta (1969), uno de sus films más insignes y experimentales (por momentos parecería una película filmada por Alejandro Jodorowsky). En este último film, una pareja es secuestrada por un grupo yakuza y obligada a cometer un sinfín de actos impuros, para terminar rebelándose y abriéndose paso. Lo que no sabe el protagonista principal, es que toda su situación ha sido orquestada y vista por el jefe del clan, que registra todo con unos prismáticos y una cámara fotográfica. El final apoteósico, está justamente atravesado por el actor que traspasa el mero escenario de la fotografía y se venga de aquella figura de poder.

Entre las películas más recientes de Wakamatsu podía encontrarse Caterpillar, la historia de una mujer joven que mira horrorizada cómo su esposo vuelve de la guerra convertido en un torso sin piernas ni brazos, agregado a una profunda quemadura en el rostro que le impide hablar. La mujer, al principio diligente, se da cuenta de que es oportunidad de vengarse de todo el mal que le hizo pasar su esposo, quien solía golpearla continuamente antes de que se convirtiera en un inválido. Nuevamente, la venganza como un plato que se come frío.

Viendo todas estas películas, uno percibe que cuando Wakamatsu habla sobre sexo parece estar hablando de política, y cuando se refiere a la política, no puede dejar de entrever cierta dinámica libidinal o francamente sexual de fondo, como si fuera un ala radical del pensamiento marcusiano llevado al film. Sea cual sea la postura del espectador (que casi siempre lleva a uno a amar u odiar sus films), lo cierto es que se nos acaba de ir uno de los directores más polémicos y duros que haya dado el cine. 

Publicado en La diaria el 2/11/12

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