La
orden de la Santa Cruz
Santa Cruz es una banda curiosa en lo que respecta
a la poca cantidad de discos en su haber, en contraposición a sus años de
actividad y la vigencia que tiene dentro de cierta escena montevideana. Por
este mismo detalle, con sus dos larga duración (Sabú y Casa de piedra) cada uno
de sus lanzamientos parecen coronaciones de un sonido al que se viene dando
forma de manera metódica y progresiva desde hace años, casi como si el escucha
activo hubiese sido, a lo largo de la gran cantidad de toques en vivo, testigo y
participante del proceso de armado.
En Sabú las credenciales stoner (con esos riffs densos y aletargados) se contraponían con un
sonido más bluesero, que parecía de a
ratos abrir la ventana (como con los temas “Perfume” o “Black Mamma”) y airear
una atmósfera que se volvía por momentos opresiva. Había que esperar a un
próximo disco para ver si se mantenía esta ambivalencia, o si terminaba
prevaleciendo algunos de los dos extremos de este ying y yang (aunque hay que
reconocer una extensa gama de grises). Esta última frase es engañosa si
revisamos el párrafo anterior, porque en realidad, para la fecha que se habría
lanzado el disco (disponible en descarga virtual gratuita en www.modulorecords.com) ya más o menos,
en base a los en vivo de Santa Cruz, se volvía bastante patente el giro tomado
por la banda. En sus shows los temas se fueron alargando (a veces
confundiéndose entre sí), el tono se volvió más serio y la libertad festiva y bluesera fue perdiéndose en la niebla de
un estilo sólido, oscuro y disciplinado (a veces bordeando con lo progresivo).
Es como si, después de una avalancha de excesos, la banda se hubiese internado
en un monasterio perdido en una montaña, para sumergirse en extensísimas y
concienzudas introspecciones religiosas.
En este sentido, para los amantes de la clásica
mitología rockera toda esta descripción parecería una forma de resaltar algo
negativo, pero el resultado no puede ser más diferente. Santa Cruz da forma en Casa de piedra a uno de los discos más
sólidos y potentes que se hayan dado en los últimos años, con una atmósfera
pocas veces lograda por bandas locales. El disco se abre y ya en el primer tema
parece engullir al escucha, prácticamente sin dejarle respiro hasta el tema
final, donde se cierra el círculo. Las referencias monásticas anteriormente citadas
no se dan en forma gratuita o meramente estética, todo el disco parece
estar habitado por una espiritualidad
rayana con lo pagano (algo común en algunos discos de doom metal, como suele suceder en los álbumes de Om), donde las
voces de Pedro Luque y –como su contraparte demoníaca- Mauro Recchi suelen
detenerse en impresiones sobre fuerzas naturales, el sol, una montaña, la luz,
o el mismo Dios. Algo que hace a Casa de
piedra un disco diferente es que toda esta espiritualidad que en la mayoría
de las bandas parecería absurda, una rémora del hipismo sesentoso, o algo
meramente accesorio, en el disco se vuelve coherente, a veces incluso
fundamental.
Hay una relación muy íntima y particular entre las
voces y el sonido, casi como si entre estas dos dimensiones se compusieran, de
a brochazos expresionistas, ciertas imágenes y cuadros muy logrados. La voz de
Luque a menudo emula la línea melódica de las guitarras, elevándose mínimamente
por encima de ella, como si fuera un pájaro volando a escasos centímetros del agua.
Este efecto –que en algunas bandas puede llegar a aburrir o marcar una cierta
flojeza compositiva- en temas como “La misión”, por momentos da la extrañísima
impresión de que lo que oyéramos no fuera la voz de Luque, sino la misma
encarnación humana de los instrumentos. En su reverso perfecto, cuando en el
tema “Casa de piedra” se canta “Los aviones en la arena” las guitarras
parecerían ser la encarnación sonora de esas hélices que vuelan bajo, un
recurso que ya había sido usado por la banda en un excelente viejo tema, “La
orden de los helicópteros”, que nunca llegó a figurar en ningún lanzamiento
oficial.
Esta continuación orgánica entre palabra y sonido,
en cierto punto también guarda referencia con cómo Santa Cruz maneja sus
influencias. A veces en una misma canción pueden reconocerse pasajes de bandas
bastante diferentes, como puede ser el solo santanesco en “La misión”, o el
comienzo sincopado a lo Mars Volta en “Casa de piedra”. Sin embargo, incluso
cuando al comienzo de “Convento” (posiblemente el tema más fresco, por ponerle
un adjetivo, en el disco) Santa Cruz abraza un sonido disco similar al de la
canción “Why did you do that thing to me “(de la banda Stretch), nunca dejan de
ser Santa Cruz, todo el material de influencias pasa por la misma picadora, sin
perder la marca de fábrica de la formación. En este punto, contraponiéndola con
su banda hermana, Hablan por la Espalda (también conocida por su cambio de
sonido a lo largo de los años), Santa Cruz no parece alternar estilos (como se
da en el acercamiento al candombe o al afro-beat en el último disco de los
hermanos Solana), sino fagocitar todo y formarlo parte de una misma sustancia,
que nunca atisba a perder su fuerte marca stoner.
En definitiva, es en esta coherencia y densidad
atmosférica donde radica, no sólo la grandeza de Casa de Piedra, sino también su, por así decirlo, centro
espiritual. En definitiva, un profundo y meticuloso trabajo de panteísmo
stoner.
Baje es Album porque los escuché tocar en TVCiudad. Impresionante disco !!!!, un sonido que muchas veces (o la mayoría de esas) non se escucha de bandar nacionales.
ResponderEliminar