Rasgando el lienzo
Lech Majewski (egresado de la prestigiosa
universidad de cine de Łódź, hogar de su célebre compatriota polaco Krzysztof
Kieslowski) es, junto a Peter Greenaway, uno de los más insignes traductores
del lenguaje pictórico al cinematográfico de la actualidad. Gran parte de su
carrera ha sido dedicada a estudiar o retratar la vida y/o obra de diferentes
artistas, como el caso de Jean Michelle Basquiat (en la película Basquiat -1996) y Hyeronimus Bosch (The Garden of earthly delights -2004).
En el caso de El
molino y la cruz, parece continuar el legado de El Bosco, centrándose esta
vez en Pieter Brueghel, posiblemente el más representativo e innovador de los
pintores flamencos. La vida de Brueghel –por esto nos referimos a la
recopilación de data biográfica extendida a lo largo de los años- es bastante
escasa, por lo que hacer un retrato de su vida significaría completar un cuadro
en base a unos pocos trazos dispersos. Pero este no es un film sobre el pintor,
sino un film sobre un cuadro, pero no la construcción histórica en donde se
produjo la obra, sino una película que es
el cuadro. La obra en cuestión es Camino del calvario (fechada en 1564,
actualmente en exposición en el Museo Kunsthistorisches, de Viena) una de las
obras más subversivas de Brueghel, en donde, mediante el uso de simbolismos,
retrataba las contradicciones inherentes de la inquisición española, al mando
del sanguinario Felipe II, quienes tuvieron un rol muy activo en la persecución
y ejecución sistemática de los integrantes del proceso de reforma protestante
en Flandes.
En un magistral juego de escalas, Majewski entra en
pequeños detalles del cuadro de Brueghel, como si hiciera un agujero en el
lienzo y se metiera dentro de cada una de las escenas. Pero al mismo tiempo,
Majewski mete dentro del cuadro a Brueghel, que más que un pintor, parecería
ser una mente maestra diseñando un gargantuesco tableaux vivant con todos los personajes que inundan sus cuadros. Y
aún más allá, mete dentro de la misma dimensión del cuadro, no sólo a Brueghel,
sino sus fantasías, la reescritura de la crucifixión de Jesús emplazada en el
siglo XVI.
Este complejo sistema de cuadros dentro de cuadros funciona
en base a distintas viñetas que se van extendiendo y solapando mutuamente, como
si fueran pequeñas piezas de puzle que se van encontrando desde diversos
rincones del modelo original. Estas viñetas están construidas en un estilo que
prescinde todo tipo de diálogo, casi en todos los casos prefiriendo por dotar a
los personajes de un paralenguaje que colinda con los simples gruñidos o
vociferaciones. En esta inmersión en los detalles se retrata con una extraña
naturalidad los métodos de los inquisidores españoles, personajes casi sin
rostro, como si fueran Nazguls de casacas rojas que atacan a algunos campesinos
perdidos en la inmensidad del territorio. Esta extraña naturalidad por la que
muchos especialistas criticaron a El
molino y la cruz de fría, no debería tomarse exactamente como tal,
prevaleciendo más bien un tono similar al de las películas de Roy Andersson,
sólo que suplantando lo comédico por lo dramático.
Los únicos que hablan en el film son el mismo
Brueghel (que explica algunas de los simbolismos usados en el cuadro, quizás el
momento más pedagógico –pero curiosamente interesante) y uno de sus mecenas,
sumándole la participación de Charlotte Rampling como madre de Brueghel –y a la
vez madre de Cristo-, quien en un extraño sistema de voiceovers tiene en el film una participación tan extraña y
desajustada como la de Sean Penn en El
árbol de la vida.
Considerando que son dos films recientes del
director y que ambos se adentran en dos importantes obras flamencas, sería
válida la contraposición de The garden of
earthly delights y esta, como obras que actúan como mutuo reverso. En
contraposición el tono formal y la perfecta estilización que habita en El
molino y la cruz, The garden of earthly
delights está íntegramente con una temblorosa cámara de mano, en el formato
de un video casero de una pareja. El movimiento de los personajes hacia la obra
también es opuesto: mientras que en El
molino y la cruz se produce un adentramiento del autor a la obra, The garden justamente hace el movimiento
inverso –una pareja obsesionada con la famosa obra de El Bosco que da nombre a
la película, enfrentándose a la enfermedad terminal de uno de ellos intenta
recrear en su vida misma algunas de las escenas del cuadro, como la
construcción artificial de un edén en el que puedan ser inmortales. Finalmente,
la emoción también pasa por sendas prácticamente opuestas, algo que se podría
contraponer en ese particular tono de extrañeza que circula alrededor de El molino y la cruz y el tono
dolorosísimo y trágico que pesa sobre la vida de los dos protagonistas de The garden of earthly delights.
En una película con diálogos que se pueden contar
con los dedos de la mano, en determinado momento del film llega del mismo
Brueghel una frase reveladora: “la mayoría de los grandes momentos de la
humanidad pasaron desapercibidos por la mayoría de la gente”. En ese zoom out
que sale del molino y se aleja hasta encontrar al cuadro de Brueghel en un
silencioso pasillo del Museo Kunsthistorisches vemos este curioso pacto del
pintor con el silencio. La vida continúa como si nada, pero en esa pintura vive
y se sigue agitando las grandes atrocidades de un tiempo ya olvidado.
Excelente post !
ResponderEliminarGracias !