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El
dilema del dragón
Días de blues posiblemente sea la banda más citada
de la última generación de agrupaciones de rock locales. En un comienzo
reservado a nichos más exclusivamente vinculados al blues, el Flaco Barral fue ocupando en citas y referencias un lugar similar al que
ocupó Eduardo Mateo a fines de los ochenta. La influencia, lejos de caer en esa
colección de gestos y lecturas lineales en la que cayeron algunos continuadores
simplistas de Mateo, demostró ser bastante fructífera, con un montón de bandas
que utilizaron aquel influjo mezclándolo con un sonido proveniente de otros
subgéneros. Como ejemplo de estos se podría citar a la progresiva
“uruguayización” del hardcore de Hablan por la Espalda, la licuadora stoner de
Santa Cruz, la arqueología folk de Sr. Faraon, o el enlentecimiento (pero con
ganancia en contundencia) y poda –tanto conceptual como sonora- de Cadáver
Exquisito. Es difícil precisar cuánto le deben todas estas bandas a Días de
Blues, pero de alguna manera se refuerza esta noción de generación, pudiéndose
llegar a algo más propio de “familia”, considerando la fuerte endogamia que se
puede registrar entre todas las formaciones.
El
heredero
Si pudiéramos hablar de familia, Revólver ocuparía
el lugar de esos hermanos mayores disciplinados, deslumbrados por los logros de
su padre, dispuestos a continuar el negocio familiar. Es, por así decirlo, la
banda que recoge el legado de forma más purista, sin apostar tan de lleno a esa
mixtura de géneros o relecturas visibles que sí se perciben en otras
formaciones.
Quizás lo primero que habría señalar es que si se
dice que Revólver revuelve en los cajones de sus padres, el producto que
obtiene de ello no deja de ser excelente. Un rescate retro calibradísimo, con
un juego de voces y coros poco usual en el rock local, complementado con una
batería contundente y unos arreglos guitarrísticos que (como en el tema
“Campanario”) pueden recurrir a un riff
de sitar haciéndolo sonar como algo mucho más relevante que un asterisco a Their satanic majestie request, de los Rolling Stones.
El sonido no viene solo, Revólver es Daniel Croza
(bajo), Gonzalo Marín (guitarra y voces), Ismael Varela (también conocido por
su rol detrás de las tumbadoras de Hablan por la Espalda, o en su proyecto
solista Sr. Pharaón; un tipo tan musical que podría hacer un disco entero con
un juego de llaves), sumándole a la nómina la reciente incorporación de Mauri
Sepúlveda (uno de los mejores guitarristas rítmicos del rock local). Si a esto
le agregamos la participación de Andrés Varela en el hammond y a Luciano Supervielle en el piano wurlitzer, se puede concluir que el Revólver de Vengan todos a la luz (descargable en http://www.revolver.com.uy/) tiene uno
de los mejores planteles de la vuelta.
En materia de sonido, los puntos más altos de su
segundo álbum –un título que sigue en la senda del blues que ya se había
abierto en Peligroso río (2010) ,
pero que en este caso se coloca un pie más cerca del hard rock - es el ya mencionado “Campanario” y “Necesidad”, un tema
que desde el comienzo pone quinta sin desacelerar nunca, una metralla de
múltiples cargadores que, más que por las guitarras circulares, se sostiene sobre
el redoblante de Varela, con un pulso casi de marcha militar que se repite
exitosamente en “En la luz”. En este sentido, prácticamente se podría decir que,
más que las guitarras, es la calibradísima batería de Varela lo que marca de
principio a fin el trote (refiriendo al primer tema) de Vengan todos a la luz.
Más aprestados a la mixtura genérica, “Está picando
alrededor” lleva una cadencia más funk, acompañada por el wurlitzer de Supervielle y ciertos requiebres en la vocalización y
coros que guarda varios enlaces con la música de Tótem, algo que también se
mantiene en “Trota y trota”, aunque acercándose mucho más explícitamente al
estilo de Manal (sobre todo en los versos “Mi corazón de muchacho también
galopa en su trote/ Está golpeando a tu puerta porque el amor se le impone”).
El
impulso y su freno
Uno describe Vengan
todos a la luz y entonces aparecen todos esos nombres: Tótem, Manal, El
Kinto, Días de blues, Pescado Rabioso, Psiglo. Y es que es rock setentoso, y
bien hecho. El único problema de Revólver es la forma en que ese rescate a una
década es lo que lo hace grande y a la vez lo que le marca un poco el techo. En
esta paradoja de lectura quizás lo que más trastabilla es el tema de las
letras, que por momentos uno no sabe precisar si el problema es que la
letrística es demasiado burda o demasiado fiel a las letras de aquella época
(algo que pasaba, por ejemplo, con el anacronismo hippie de algunos temas de La
medio siglo). A diferencia de Peligroso
Río, donde las letras se apoyaban en un aspecto más terrenal y una
imaginería bluesera más concreta (por ejemplo, “Nena quisiera poderme ganar/
ese dinero para comprar/ Guitarra costosa y equipamiento/ para tocar/ Yo sé que
no importa lo material/ y que el amor debería bastar/ Es que siento:/ merezco
un millón y algo más”, en “Blues de los cuatro ceros”), Vengan todos a la luz toma un tenor un poco más abstracto, con un
intento de vuelo más poético. El problema es que las letras del álbum quedan en
un incomodísimo punto intermedio, con un abuso a ciertas imágenes y palabras
(me imagino un juego de bebida en el cual uno debiera encajarse un shot de
tequila por cada vez que dicen la palabra “luz”) y cierta vaguedad conceptual
que a veces parece más movida por cerrar bien con la métrica y rima que con la
idea de la canción.
Una forma útil para analizar una letra es
preguntarse sobre ella de la forma más naive posible, es decir, preguntarse
“¿qué me están contando?”. Citemos un ejemplo: en el tema que cierra el disco,
la estrofa “Escupe fuego y es dorado/ Quiere volar sobre el lago/ Quiere volar
con actitud”. Calculamos, por la descripción, que la canción se refiere a un
dragón. A un comienzo quien escribe esta nota pensaba que lo que quería hacer
ese dragón era “volar con altitud”, pero después, a partir de las letras, se
dio cuenta de que el término era “actitud”. Hay un problema de base con el
término “quiere”. Un dragón es un dragón, y si vuela –y más aún si logra arrojar
fuego por la boca- lo que le sobra es actitud; lo que quiere, lo que pretende
ese dragón –que me lo imagino volando dorado y majestuoso por encima de un
lago-, y mucho más, su “actitud” en el vuelo, se vuelve irrelevante frente a su
mera condición de dragón. Es un dragón, y basta con ser un dragón. Algo similar
en “Hombre”: “Ahí va el hombre/ Cortando las malezas para que sus hijos puedan
transitar/ Y los hombres van dejando senderos/ A veces oscuros, a veces con
Luz”. Obviando el tono filosófico simplón –tampoco se tiene por qué pedirle a
la música ser un tratado humanista-, el último verso “A veces oscuros, a veces
con Luz” sufre de la misma redundancia que el ejemplo del dragón; es decir,
basta con decir que a veces son oscuros, la parte de la luz viene por
añadidura. Es un ejemplo que podría cristalizarse si suplantáramos la bina
“luz-oscuridad” por “bueno-malo”. “Y los hombres van dejando senderos/ a veces
son buenos, a veces son malos”. Ante un verso como ese, a uno no le quedaría
otra que decir “y sí, che”.
Más allá de que los setenta guardaban letristas a
veces bordeando lo barroco (en especial Luis Alberto Spinetta), la mayoría de
las composiciones de las bandas mencionadas más arriba fueron -en la medida que
se les fue colando lo setentoso- cortando las malezas de sus letras (uno de los
ejemplos más notorios es la simplificación de aquella complejísima metralla
expresionista, nietzscheana y anarca de las primeras épocas de Hablan por la
Espalda a versos como “amigo hay que moverse/ que el frío ya llego /si no nos
movemos/ se para el corazón/ viento sopla fuerte/ dame tu calor/ amigo hay que
moverse/que el frío ya llegó”, de la época actual). Los resultados en la
calidad de estos caminos es variable, pero el problema de las de Vengan todos a la luz es que no tienen
ese tono más ambiental, de compañía de ruta, de Santacruz (recordar el “no
tengo auto, no tengo chica/ cuanto humo en esta habitación/ por qué no nos
vamos a fumar afuera” de “Stargirl blues”), ni la simpleza cuasi mística de Sr.
Pharaon, ni la linealidad mundana y
guarra de Oro (“Nena por tu cara sé/ que tu novio no lo hace bien/ nena yo sé
que vos querés/ un poco de/ un poco de amor” en “Te hacés desear). Obviamente
no hay un sólo camino correcto en el rock y cualquiera de estas dos sendas
demuestra ser válida –más que nada, útil-
pero es en ese interregno, entre lo sencillo y lo florido, entre los filosófico
y lo mundano, entre lo ambiental y lo lírico, que se pierde un poco la pluma de
Revólver.
¿Esto hace a Vengan
todos a la luz un mal disco? No. Le sobra música e intensidad para remar
estas carencias, pero aun así, quizás más allá del álbum en sí, estudiar sus
problemas letrísticos eleva una pregunta más profunda sobre los caminos que
eligen tomar los músicos uruguayos a la hora de escribir sus canciones. Una
cuestión que hace necesario pensar qué quiere decir uno y cómo quiere hacerlo.
Algo así como evaluar qué es lo que se puede hacer con un dragón una vez que
salió de su cueva.
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