Posible
ensayo sobre la crueldad
Escribir adelantos de festivales de cine
es una labor complicada. Uno quiere evitar el formato gacetilla, que consistiría
en un breve salpicón de sinopsis y datos extra de varias de las películas a
exhibirse, pero al mismo tiempo carece del material y el tiempo para
adelantarse a toda, o lo más importante de la programación. En ese plano, uno
debe ingeniárselas para buscar copias de difusión, o bien abrirse a machetazos
en la espesa selva de las descargas ilegales.
Ante la limitada cantidad de films a los
que uno puede llegar a acceder, la opción más plausible es hacer un repaso a
vuelo de pájaro asistido por boletines y material periodístico encontrado, pero
otra es, justamente, intentar realizar una narración, casi un montaje
intelectual a partir del material a disposición. En ese sentido, la primera
opción confluiría en una nota que hablara de este 32º Festival Cinematográfico
Internacional del Uruguay (con ceremonia de apertura hoy jueves a las 20:30hs
en Cinemateca 18), que hiciera hincapié en las películas de apertura y cierre,
de los principales films en competencia, de las películas del “Focus Palestina”
y “Portugal desde el margen”, junto a la retrospectiva de Lionel Baier y una
mención de las películas uruguayas que se presentan por primera vez (Cometas sobre los muros –de Federico
Pritsch- 23 segundos –del ucraniano,
pero radicado en nuestro país, Dimitry Rudakov- y una presentación especial del
proceso de restauración de Almas de la
costa, a cargo de Nelson Carro). Sin embargo, quien escribe esta nota optó
por el otro camino, intentar realizar una suerte de narración a través de las
migajas que se fue encontrando en la espesura del gran bosque.
El
llano en llamas
Una de las películas más esperadas del
festival es Heli, obra por la cual el
guanajuatense Amat Escalante ganó el
premio a Mejor Director en el Festival de Cannes y los Premios Platino , celebrados en Panamá hace tan sólo una semana.
Discípulo de Carlos Reygadas –y por lo tanto, también familiar cercano de Bruno
Dumont- Amat es un director que con sólo tres películas ya ha logrado construir
una condensada noción de obra, con películas no sólo atravesadas por una
temática en común, sino por una particularísima forma de filmar, algo que
incluso llega a vislumbrarse en la gráfica de sus títulos, con mayúsculas
abriéndose espacio entre el blanco y el rojo, que recuerdan al comienzo de Funny Games. La referencia a Michael Haneke
no es gratuita, el cine de Escalante es un cine sobre la deshumanización
maquinal del hombre, con héroes/villanos que parecerían estar desprovistos de
una interioridad, o cuyo drama los envuelve como un manto, sin poder hacer nada
más que reaccionar o actuar según los designios que les caen. Es, en
definitiva, una especie de tragedia griega pero con un pathos sin ethos, los
reflejos de un mundo al que los dioses hace tiempo le dieron la espalda.
Heli es un joven trabajador de una
fábrica automotriz en una zona desértica del México profundo. Un día, al novio
de su hermana se le ocurre robar unas bolsas de cocaína requisadas en un
reciente golpe a un cartel, escondiéndolas en el tanque de agua de la casa. Heli
descubre el paquete por accidente y sin dudarlo vacía el contenido del mismo, pero
aun tomando estas precauciones no podrá evitar convertirse en el objetivo de un
grupo de narcos que dieron con su paradero luego de torturar a su cuñado. Ante
esta premisa uno podría pensar en una película de persecución como No hay lugar para los débiles, pero lo
que en la mayoría de los films funciona como motor narrativo, en el cine de
Escalante se articula más bien como fondo. Una muestra de esto es la escena de
tortura, que entra, fiel al estilo de los otros directores mencionados antes,
como un estallido de violencia que desarticula toda la narración, pero que a la
vez presenta, como punto más perturbador, la naturalidad con la que es
presentado. En medio de una escena en donde vemos a un encapuchado siéndole
quemados los genitales, a lo lejos, abriéndose detrás del fondo, está la madre
de los torturadores, sacando una olla para preparar algo de comer. Es un centro
de torturas, pero también es una casa, y los palazos que reciben los torturados
son sólo una continuación de los espadazos que los hijos de los narcos lanzan
en una partida de Nintendo Wii.
En su anterior película, Los bastardos, se seguía el trayecto de
dos jornaleros mexicanos que cruzan la frontera para intentar vivir y ayudar a
sus familias, pero el film, con la constancia y precisión de una tortura china,
va construyendo en el background ese
mundo lleno de pequeñas indignidades que tienen que atravesar, hasta que se
rebasa el límite y algo del registro interno estalla en la más pura violencia.
El protagonista de Heli –al igual que el de Sangre-
corre por el mismo camino, un personaj que personifica a México en sí mismo,
observando cómo todo se va destruyendo como un terremoto en cámara lenta.
Desmontando
al bullying
Fiel a ese estilo –y quizás asimilable a
un género cinematográfico que podría arriesgarse a bautizar bajo el término
“Nueva crueldad mexicana”- Después de
Lucía (que ya había formado parte de una muestra del último Festival
Internacional de Cine de Punta del Este) también describe un lento proceso de
deshumanización, en este caso lejos de las clases pobres y más cerca de las
altas, vinculadas al particular acoso liceal que sufre una adolescente. Al
comienzo la chica intenta desentenderse con inesperada entereza a este ataque
constante, pero pronto empieza a flaquear, tomando rol pasivo de esa especie de
excrecencia humana que el resto de su grupo de compañeros pretende convertirla.
A diferencia del ritmo de Amat, el grado de violencia de Después de Lucía va en
un in crescendo constante, llegando
al plano secuencia de sucesivos abusos sexuales (fuera de nuestra visión) a los
cuales es sometida la protagonista, encerrada en el baño de un cuarto de hotel
(algo bien típico de Haneke, en esas escenas desesperadas como la del asesinato
del hijo en Funny Games). Sin
embargo, hay algo que no cierra del todo en la película de Michel Franco, que
es justamente el proceso interno de la violencia. Percibimos y sufrimos la
violencia, pero nunca entendemos del todo su articulación, sólo cae porque cae,
y por más que podamos establecer algunos vínculos con los móviles de la
sociedad y algunos de los personajes (en donde el machismo es la moneda de
cambio de todo el film), nunca se convierte en algo mayor –o cualitativamente
distinto- a mera violencia. Lars von Trier suele tocar estos aspectos violentos
y deshumanizantes también, pero casi siempre intentando colocar al espectador
en un lugar en el que es interpelado. A diferencia de estos directores de
referencia, cuando termina la película de Michel Franco no nos sentimos
interpelados, ni llegamos a una noción de la particular ingeniería del
sometimiento, sólo nos sentimos sucios y deprimidos.
Otra película del festival que lidia con
el bullying es Los sucios, film
dirigido y protagonizado por Matt Johnson, armado como un documental y película
dentro de película en la que dos amigos intentan realizar un film en el que se
vengan de los compañeros de clase que suelen acosarlos diariamente. Por fuera
de lo vinculado estrictamente al bullying,
es un interesante estudio sobre cómo nuestras vidas son moldeadas a imagen y
semejanza de las ficciones que consumimos y una reflexión metacinematográfica
paralela sobre el poder del montaje. En este último sentido, la película opera
en un formato documental estrictamente filmado con cámara en mano –donde la
presencia de micrófonos inhalámbricos siempre se hace consciente- pero luego
volvemos a ver las mismas editadas, con filtros y banda de sonido, y vemos algo
radicalmente distinto, en este punto, no sólo dentro de la película, sino fuera
de ella, descubriendo en Matt Johnson un director habilísimo en el manejo de
lenguajes cinematográficos.
En todo este proceso, en el cual el
protagonista comienza a confundir realidad con ficción (y en donde la camiseta
del toro que porta, tal como la que tenía el joven rubio de Elephant –Gus Van Sant, 2003-, pareciera
anticiparse a hechos similares), los ataques esporádicos de los bullies aparecen como algo que hace saltar
al metraje, obstáculos que parecen parte del fondo, en vez de ser la figura
–como sí era el caso de Después de Lucía-,
ocupando una suerte de invasión súbita de la realidad, que desgarra el mundo de
fantasías de los protagonistas. Es un film inteligente, con un final un poco
efectista y cierta traición a su premisa (algo que sucede con todas las
películas con formato cámara en mano, que siempre terminan filmando mucho más
de lo que podrían), pero aun así es una disección interesante sobre cómo la
ficción puede ser colchón de resistencia, o arma definitiva de venganza en
entornos marcados por la violencia.
Figura/Fondo/Ideología
En esta última dimensión, una película
infaltable, la definitiva con respecto a todo esto hablado, sería El Acto de Matar. Ya se ha hablado en otras
oportunidades sobre este fascinante objeto cinematográfico, una película en la
que se da a antiguos miembros de un escuadrón de la muerte indonesio los medios
para llevar a cine sus torturas, obteniendo un producto terrorífico, que supera
los mismos límites de la ficción. Un ensayo sobre cómo, los mismos
protagonistas de estos asesinatos, creyéndose Tony Montana, encontraban en el
cine justificación y bálsamo ante sus
actos más violentos.
Repasando todo esto mencionado, uno
percibe que el principal nexo y elemento diferencial entre todos estos films es
la manera en que la violencia entra como fondo y figura, y el papel que la
ficción actúa como escape o catalizador de estas explosiones. En referencia al
papel del fondo, uno debería citar a Zizek en Guía del perverso a la ideología (también en la programación del
festival): “No es sólo nuestra realidad la que nos esclaviza, la tragedia de
nuestro predicamento cuando estamos dentro de la ideología es que cuando
creemos que nos escapamos en nuestros sueños, a ese preciso punto es que
estamos más adentro de la ideología”.
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