Perdidos en Coppola
Comparándola con otros directores de su generación, Sofia Coppola no es una figura particularmente prolífica (contando desde 1999, solamente nos encontramos con tres películas precedentes: Las vírgenes suicidas -1999-, Perdidos en Tokio -2003-, Maria Antonieta-2006 ), pero cada uno de sus films, sin ser tampoco un ejemplo de riesgo y provocación, tiene la particularidad de generar a su alrededor diferentes posicionamientos que llevan a gran parte de la critica a tomar posiciones opuestas.
El soundtrack de tu vida
Probablemente las razones de tal enconamiento entre diferentes formas de posicionarse ante la obra de Coppola vienen sesgadas por la gravitación de una determinada constelación de referencias culturales que suele calzar (por momentos demasiado) como anillo al dedo con determinado target de espectadores indies. No va a ser la primera ni la última en usar un recurso tan viejo como el cine mismo, pero en sus películas, todo parece estar atravesado o sumido en el remolino de determinadas canciones, determinada cita bibliográfica o cinematográfica. En algunos casos (este es el lugar que ocupan sus mas fervorosos críticos), se podría pensar en cierto efectismo, incluso a veces, cierto chantaje emocional de parte de la directora. En el cine de Coppola la música que escuchamos casi nunca es la que escucharían sus personajes, sino la que atraviesa la mente y corazón de la directora a la hora de pensar y componer escenas. El ejemplo mas claro de esto se da con Maria Antonieta, donde la corte de Versalles por momentos parece metamorfosearse en un boliche de Manchester, musicalizado por bandas como Gang of four, Bow Wow Wow, Adam and the Ants., o New Order. Uno quiere permanecer frío, no quiere ser dominado por tal bajo truco, pero termina resignándose amargamente al hecho de que el soundtrack es demasiado emocionante, demasiado perfecto como para resistirse. Sin ser la única que excava en escenas musicales similares, la particularidad de Coppola viene de la mano de la composición de escena y el elevamiento de un paradójico efecto operístico en bajo registro. Parecería que ella se tomara un taxi y se viera a sí misma, pensando en lo hermoso que seria que en ese preciso momento, no en el taxi, sino en la ciudad entera estuviera sonando algo de My bloody Valentine. Muchos acontecimientos de las vidas de algunos de nosotros están atravesados por ese anhelo estético, solo que la mayoría de las veces quedan ahí, en nuestras cabezas, a diferencia de la directora neoyorkina que tiene los medios para plasmar aquello en películas. A fin de cuentas, lo que compra un espectador cuando compra una entrada de Sofia Coppola, es nada más ni nada menos que sus fantasías, como si las pidiera prestadas al menos por una hora y media.
La jaula
En este sentido, una de las particularidades de Somewhere es el hecho de ser el primer film en donde la directora se baja de ese caballo, ya que la mayoría de la música o referencias que atraviesan la obra están más comprometidas con el universo diegético del film. A no ser por esa inusual y hermosa canción de los Strokes que perfectamente podría haber marcado el fin de la película y la entrada de los créditos, la mayoría de los temas son populares y despojados de cierto halo de melomanía (por ejemplo, la escena de patinaje artístico musicalizada por Gwen Stefani en otra circunstancia hubiera sido filmada de una manera completamente distinta). La película en sí opta por un tono mucho mas áspero y poco afectado que el de todas sus obras precedentes, retratando a un personaje que no deja de ser una versión joven y mas fachera de la de Bill Murray en Perdidos en Tokio, pero con mas puntos ciegos y, por así decirlo, con sus bordes menos limados (además que, bueno, Bill Murray hay uno solo).
Johnny Marco (Stephen Dorff) es un actor de Hollywood que transcurre sus días encerrado en un hotel de lujo y cuya vida parece resumirse una sucesión de ruedas de prensa y encuentros sexuales azarosos con un montón de féminas descomunales. Comentado así, parecería la idealizada vida de un rockstar, pero la realidad resulta ser todo lo contrario. La opción opuesta suele ser mostrar el infierno de drogas y sexo que llevan al personaje a cierta decadencia física y espiritual, pero sin embargo se opta por no elegir ninguno de los dos caminos. Más que nada, lo que rodea la vida de Johnny Marco (la referencia a Don Juan de Marco parece demasiado evidente) es un cummulus nimbus de absurdo que parece envolver prácticamente todo. En este sentido, la película sigue la línea en común de toda la filmografía de la directora, que es el retrato de personajes encerrados en sus propias jaulas de lujo: en Las vírgenes suicidas, las hermanas encerradas por sus padres, encapsuladas en aquel mundo mágico de Carole King y Todd Rundgren; en Perdidos en Tokio Murray y Johansson vagando en aquella ciudad completamente alienígena; en Maria Antonieta, primero enjaulada por la vida cortesana, luego asediada por el mismo pueblo que exige su cabeza.
Remitiéndonos a esta noción de jaula, en Somewhere, el mismo hotel se convierte en un laberinto, con aquellas supermodelos representando a los mismos minotauros que lo custodian. Siguiendo con las metáforas griegas, para tal laberinto el único hilo de carretel que parece salvarlo de allí es su hija Cleo (Elle Fanning, hermana de la conocida estrella infantil de Little Miss Sunshine), con quien tiene una relación tierna y natural. La película va de la mano de ese transcurrir cíclico, solo alterado por determinado momento en el que la esposa de Johnny decide “tomarse un tiempo para ella misma”, dejando a Cleo a su cuidado.
Deslices
En este escape de Cleo con Johnny se percibe cierta fragilidad de Coppola al deslumbramiento de lo cool y lo fastuoso, aspecto que suele revelarse como una de sus debilidades, pero que en definitiva, también es parte de lo que nos gusta de ella. Uno puede percibir en sus películas algo que incomoda un poco, un efecto similar a lo que se percibe en esa fascinación un poco babosa de lo último de Chabrol en su retrato de las clases adineradas. Esto último llegaba a su grado más paroxístico en Maria Antonieta, donde por momentos la fantasía de Coppola parecía convertir a Versalles en un castillo de Barbie, con implicaciones ideológicas un tanto incomodas.
Mas allá de esto (que de ultima, es signatura del autor, tómelo o déjelo), en ese tono mas despojado que rodea a Somewhere, la película gana en sinceridad lo que pierde en emotividad, con ciertos momentos o detalles mínimos y muy logrados, como la pequeña plataforma a la que se sube Johnny para estar a la misma altura de una coprotagonista (como un resto o residuo de esa condición de celebridad que nunca llega a calzarle del todo), o aquella escena donde le están haciendo un molde de rostro y lo vemos con todo su cabeza embadurnada por algo similar a la arcilla: una persona encerrada en su propio rostro, solo pudiendo respirar por dos agujeros, sin poder abrir los ojos ni decir nada. La circulación de metáforas se vuelve un poco redundante al final, con aquel detalle del auto dejado en la mitad de la carretera (una imagen bastante cliché, por demás), en cierto modo contraponiéndose al comienzo del film, donde la conducción en círculos parecería hablar sobre el mismo estado vital del protagonista. Quizás la directora flaqueó un poco al tratar redimir el personaje al final, quedándole un poco corto el metraje para la recomposición de su vida. También habría que pensar cuantas películas mas se pueden hacer sobre el vacío existencial de famosos sin caer en repeticiones. Sacando cuentas, Somewhere no llega a ser lo mejor de Coppola (más allá de ser premiada con el Leon de Oro), pero marca una nueva línea en su cine que habrá que ver a donde terminara por dirigirse.
Publicado en la diaria el 8 de abril de 2011
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