jueves, 11 de agosto de 2011

La semana del documental (Montevideo Doc, 2011)


Lo público y lo privado
Entre las propuestas cinematográficas de este año, pese a llevarse a cartel solamente cinco películas, el ciclo de exhibiciones de La semana del documental de DocMontevideo presenta una de la selección de films más sólida que se hayan llevado a nuestras tierras en los últimos años. Las proyecciones, que se realizaran del 23 al 28 de junio en la sala Zavala Muniz y en la Torre de las Telecomunicaciones (contando en cada una de ellas con la presencia misma de sus directores), se presenta como una gran oportunidad para repasar la grilla y sus coincidencias temáticas y estilísticas.
La películas en cuestión son: Cuchillo de palo (Renate Costa, España, 2010) documental paraguayo que intenta realizar el retrato de un tío homosexual de la directora, pero abriendo el lente al oscuro proceso del dictador Stroessner, caracterizado por una particular persecución a la comunidad gay de dicho país; Cómo vivir (Marcel Lozinski, Polonia, 1977), la única película no contemporánea que figura en la grilla, pero que fue largamente censurada en su país de origen por hacer una especie de mockumentary en donde se introdujeron algunos actores a un campamento para jóvenes parejas de la Unión de las Juventudes Socialistas Polacas; Un abrigo Silencioso (Ramòn Giger, Suiza, 2010) un film sobre Roman, un joven autista que se comunica con el resto del mundo por medio de un complejo sistema de signos, a quien se filma y se lo deja filmar, produciéndose una película donde la autoría es casi compartida; Exiliados (Mariana Viñoles, Uruguay-Brasil, 2011), la única película uruguaya en la selección que narra, centrándose en la vida de su familia la otra cara del exilio –político o económico-: el regreso; Finalmente, la que posiblemente sea la película más redonda y a su manera, conmovedora, Santiago (Joao Moreira Salles, 2006), en la que el director intenta realizar un retrato, siempre huidizo, sobre la vida y obra de un mayordomo que trabajó en la casa de sus padres desde 1953 a 1983.
A vuelo de pájaro, parecería imposible encontrar algún coagulante ante tanta variedad temática, pero pronto comienza a descubrirse algunos elementos en común que atraviesan a varios de los films.

Retratos fugaces
Uno de los primeros detalles a tomar en cuenta es la relevancia de un personaje en particular como eje de todos los documentales. Casi todos ellos son, en definitivas cuentas, un retrato que termina siendo mucho más que un retrato, en el que una historia de vida puede condensar la historia de un colectivo entero, como el caso de Cuchillo de Palo, en el que Renate Costa, casi en clave de thriller, parte de la misteriosa muerte de su tío Rodolfo, pero que pronto empieza a desenredar la maraña que comienza a sacar a la luz a un montón de amigos del mismo, entre ellos grandes personajes (grandes en esa subhistoria y grandes en la pantalla) de la escena drag o travesti de Asunción. Posiblemente sea Cuchillo de palo la palo la película que tiene mejor repartido el peso de entrevistados sobre los que se sostiene el film. Gran parte de los mismos son inmensamente ricos y queribles (desde una histriónica travesti tan estoica como presa del llanto fácil, hasta la vieja profesora de baile de Rodolfo), pero se establece un particular un ida y vuelta entre la directora y su padre, que gira sobre ese gran eje que es aquella ausencia (¿quién fue Rodolfo?, ¿Por qué, más allá de todos los agravios políticos y familiares decidió nunca abandonar su casa, a pocas cuadras de la de sus padres?). La reconstrucción de esa ausencia (elaborada sólo a través de entrevistas, unas pocas fotos y una sola filmación), como un agujero que se desmorona hacia sus costados, se extiende a un término paraguayo en común, los 108, que en dicho país es sinónimo de “homosexual” por haber sido 108 las personas que figuraron en una lista confeccionada en 1959 por las fuerzas militares en la que se identificaba a algunos de los gays más notorios de dicho país. En este registro de la ausencia es interesante un detalle particular del film, que es que dicho número fue extraído de las placas de calles, o los números de apartamento o cuartos de hoteles. Así, la ausencia de Rodolfo ya deja de ser familiar, para volverse en nacional.
El abrigo silencioso intenta dar palabra a una persona que en su vida cotidiana resulta muy limitado, pero que encuentra las maneras de hacerse oír. Roman, a pesar de su autismo, ha logrado adaptarse a varias tareas, entre ellas a la forestación, en torno a la cual circula gran parte de su aprendizaje (es particular la relación con su maestro Xaber, que metódicamente intenta enseñarle a manejar una sierra eléctrica, por más riesgoso que aquello pueda parecer). Más allá del mero retrato, el verdadero testimonio de Roman es sus filmaciones –en el documental se optó por darle una cámara de mano-, en donde terminamos por poder ver el mundo desde sus ojos, un mundo gobernado por movimientos elípticos, veolocidades, quietudes y ecolalias (en particular, algunos de los sonidos que emite Roman, que parecer emular casi a la perfección algunas de las maquinarias con las que trabaja). Sin embargo, posiblemente el retrato más íntimamente elaborado sea el de Santiago, un mayordomo argentino que es presentado desde una anécdota en particular que parece hablar por sí sola. Cuenta el director (en un voiceover muy ajustado e inteligente) que cuando era chico, sus padres diplomáticos decidieron salir de noche, por lo que le dieron el día libre al mayordomo. Durante la noche, el director escuchó el sonido de un piano, y al acercarse a la fuente se encontró con Santiago, que estaba tocando Beethoven, vestido de frac, como si estuviese en medio de una gala. Cuando le preguntó por qué iba vestido así, el mayordomo explicó “Porque es Beethoven”. La anécdota sirve para resumir una de las principales facetas de Santiago, que es el respeto y la añoranza por un mundo aristocrático ya perdido, pero en que el protagonista se adentró para no salir nunca más. Ciertamente, durante más de veinte años, Santiago vivió solo, escribiendo y juntando en secreto, a lo Henry Darger, una obra monumental sobre todas las aristocracias del mundo, desde los egipcios hasta el último Papa. Ese mundo que se abre ante nuestros ojos y los del director es tan rico que parecería escaso un rodaje de sólo una hora y media.

Cine dentro del cine
En el caso de Vignoli y su película sobre exiliados, se guarda la particularidad de entroncarse una historia particular, la de su familia, con la historia de un país, pero en la que, el gran personaje termina siendo el huidizo padre, un matemático residente en Melo que parece haber cortado todo vínculo con el exterior. En el retrato de esa operación retorno (en tiempos de los millones de parados de España y el resurgimiento económico de Uruguay) surgen temas conocidos, pero tratados de una manera bastante personal, variando de un entrevistado a otro. Uno de los hermanos es apocado, silencioso y no está muy seguro de volver; hay uno que vivió más de seis años allá está entusiasmado con su regreso, pero se desilusiona cuando vuelve a su país; otra se queja del reproche de varios compatriotas de tratarla de cobarde por irse “cuando las papas queman”. Por ahí se puede increpar algunas decisiones estilísticas, optando por momentos demasiado por planos fijos que por momentos lentifican mucho el metraje, pero en criterios generales la película no le erra a la hora de elaborar un retrato familiar pivotando entre presente y pasado (muchas veces construyendo el relato en base a imagesnes de archivo familiar que se superponen con los personajes de la actualidad, mostrando el paso del tiempo).
El tema del cineasta como observador participante, a veces del cineasta como objeto mismo de estudio, parece ser uno de los grandes puntos en común, no sólo con la grilla presentada, sino con el cine actual (de hecho, fue una de las facturas más repetidas en la última Berlinale). Posiblemente en este punto el mayor equilibrio lo encuentre Santiago, en donde los detalles de infancia del director se presentan de una manera mucho más dosificada y, por así decirlo fantasmal, más mediado por los ecos de una casa vacía que sobre las mismas historias del documentado. Sin embargo, lo que dota a Santiago de una lucidez radical es cómo parte de ser una película-retrato, para ser un estudio sobre lo que es hacer un documental, cómo las decisiones estilísticas terminan posicionando al director en uno u otro lugar. Es así que la película no se cierra sobre sí misma y se amplía a Fred Astaire o a Historias de Tokio, de Yasujiro Ozu. Al final de Santiago, el director, al recaer sobre esa película que intenta reconstruir tras haber dejado atrás largo tiempo, se da cuenta de que nunca utilizó primeros planos, y ve ahí el detalle, de que el mismo formato plantó una distancia entre él y su entrevistado, en cómo, a pesar de todo, de ser un documentalista, Santiago no dejó de ser el mayordomo, y el no dejó de ser el hijo de sus patrones. Tales momentos de claridad son difíciles de encontrar en el cine.
Posiblemente la película más distinta al resto sea Cómo vivir, que tiene muchas puntas de el Cine de la angustia moral polaco, en el que se puede traer a mención algunas de las primeras películas de Krzsystof Kieslowsky (sobre todo en el manejo de la finísima ironía). La forma en que el director, al introducir actores a un contexto, para hacer hablar a todos los mecanismos de un régimen (en este caso, el de la Polonia perteneciente al bloque comunista de los setenta) de forma casi augúrica se anticipa a Borat y films similares que terminarían por diseccionar, mediante la entrada de un extraño, estos mismos mecanismos de producción social.
Resumiendo, la semana del documental intenta borrar los límites entre lo familiar y lo nacional, lo personal a lo metacinematográfico, pero cualquiera sea el interés en uno u otro de los polos, es una oportunidad de ver cine importante, y del bueno.

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