Primavera
digital
Liderada por Francisco Risso, Dormidos
al volante puede pensarse como uno de los diferentes brotes que emergieron del
árbol caído de Astroboy, considerando que la formación incluye tres integrantes
que fueron miembros activos de la banda, aspecto que inevitablemente traerá las
acostumbradas y a menudo injustas comparaciones. Más allá de este carácter
meramente nominal, a una primera escucha Dormidos al volante mantiene notoriamente
la descendencia británica en su sonido, pero da un paso atrás en ese aspecto
generacional que definió a la ola brit que golpeó las costas uruguayas en el
despuntar del siglo XXI. A diferencia de las obvias (por momentos, excesivas)
referencias a Oasis que se registraban en Astroboy, Dormidos al volante parece
con un pie en los ochenta y otro en los noventa, con melodías que recuerdan a
algunos de los baluartes más fiesteros y cálidos de Madchester (dígasele Happy Mondays o Teenage Funclub), al tiempo
que se maneja con una superposición de texturas de sintes y programaciones que
hace inevitable su comparación con New Order y una porción importante del
tecnopop de la década anterior. Sin embargo –y de ahí la originalidad de la
banda- Dormidos al volante logra superar la mera adición de referencias, y hace
una versión, cuando no una relectura, interesante de estos dos linajes.
A diferencia de los arreglos más
típicamente ochentosos, donde había una aproximación bastante limpia de cada
una de las capas que se tendían sobre el tema (algo que habla no sólo de las
bandas, sino también de los modos de producción de aquella época), Dormidos al
volante parece mezclar los canales a un volumen altísimo, despreocupándose o
abiertamente buscando una suerte de saturación, un muro de sonido en el que
entran, como por agujeros de topo, un aluvión de guitarras y arreglos
electrónicos. A su vez, algo curioso a notar es que esta misma relación en
términos de producción y sonido tiende puentes con la voz de Francisco Risso,
que siempre parece desfalleciente , al borde del desgarro. Sobre todo a partir
de los noventa, este estilo vocalístico se volvió bastante extensivo al pop,
pero en la electrónica de los ochenta –especialmente la inglesa- siempre
preponderó un estilo frío, en algunos momentos robótico, de cantante que no se
afloja la corbata, aún en momentos en donde se mantiene un tono melodramático,
como el de Andy Bell, de Erasure (este estilo probablemente haya sido la
herencia que sembró el estilo barítono y
fantasmal de Ian Curtis, continuada por New Order, o Depeche Mode y otros). Casi
lo contrario a este estilo, parecería que cuanto más agrietada sea la voz de
Risso, más rinde (quien escribe recuerda un toque de ellos en el que el
cantante se disculpó ante el público por su afonía, siendo curiosamente una de
sus mejores performances que haya registrado).
Todo esto quizás condice con un aire
de explosión festiva, cuasi religiosa, que se hacía muy notoria en los shows de
los Happy Mondays, especialmente en los grandes años del éxtasis y el “segundo
verano del amor”. Lo mejor de Dormidos al volante está en esta línea masiva y
profética, especialmente en las pequeñas joyas “Crisis after midnight” y “NYC”,
tema que cierra el disco. En estas circunstancias, Risso y cia sacan particular
rédito a los coros, a los versos repetidos una y otra vez, recurso que en la
música uruguaya generalmente suele llevarse a cabo con resultados más bien poco
interesantes, o francamente pomposos. Es un adjetivo harto usado y por demás
impreciso, pero es extraño escuchar We
believe in monsters con el cielo y el frío de este mes de junio, porque lo
primero que viene a la cabeza cuando escucha temas como “Crisis after midnight”
es justamente en la primavera, música para caminar con audífonos por el parque,
de camiseta, una condición bastante peculiar que se podía notar en temas como “When
you sleep”, de My bloody Valentine.
Curiosamente, se percibe en We believe in monsters un proyecto que
fue cambiándose sobre la marcha. Por momentos parecería un trabajo con un peso originalmente
más contundente de lo electrónico y lo experimental, que luego fue dejando cada
vez más lugar a los arreglos guitarrísticos (léase esto como una lectura y no
tanto una hipótesis detectivesca de cómo fueron los reales procesos de
producción del disco). Se puede notar esto no sólo en la intro de “Last days”,
sino en las canciones “Extraños en un tren” –más que una canción, un pasaje,
que parece salida de alguno de los primeros discos de Stereo MCs- y en la
canción “Dormidos al volante”, temas que en contraste con el resto del disco,
parecen proyectos abortados, maquetas de lo que podría haber sido la banda. El
tema “Dormidos al volante” desentona en particular con respecto al resto del
disco, pareciendo a todo momento un experimento con demasiadas ideas para que
cuaje, de esos temas feos, que uno no entiende si fueron hechos en joda o como
parte de una idea que se nos escapa (algo similar a lo que ocurre con “La
discusión”, tema de Buenos Muchachos perdido en el mítico, casi perfecto Dendritas contra el bicho feo).
Se podría decir que We believe in monsters cae un poco en la
mitad, pero a uno le correspondería preguntarse si aquello no se debe por estar
armado entre dos picos tan altos como las canciones que lo abren y cierran. En
todo caso, lo más importante a rescatar es esa condición de Risso como
predicador de una primavera que dura los treinta y cuatro minutos que dura en
nuestros auriculares.
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