viernes, 10 de diciembre de 2010

La hermana menor (Bizarro, 2010)


El espejo astillado

Pretender partir de cierta concepción lineal a la hora de abordar a una banda como La hermana menor es una labor harto engañosa. Hablar sobre su historia es como hablar sobre una nación de los Balcanes: hay mutaciones, guerras, cambios de nombres, titulaciones, saqueos, y diferentes versiones de lo ocurrido. Entre todo esto, el único eje fantasmal que continúa y que atestigua de lo que ha sido La hermana menor, es Tüssi Dematteis, único integrante fijo en lo que han sido sus variadas formaciones. Luego de Todos estos cables rojos (2007), se produjo otro de los acostumbrados recambios. Se fueron Franco Di Gregorio y Mauricio Figueredo y se incorporó al teclado Ezequiel Rivero (integrante de la, por aquel entonces activa, Amelia) y en batería y percusión se añadió la genial dupla de Pablo Sónico (The Supersónicos) y José Nozar (Buenos Muchachos). Más allá de lo innovador de estas incorporaciones, la banda suena mejor engarzada que nunca, como si tocaran juntos desde hace años. En la primera escucha esa es una de las particularidades más evidentes del disco: es el álbum donde La hermana menor suena más homogénea, más como banda. A diferencia del Ex (2003) , cuyo sonido sufría un poco en el trabajo de postproducción, y de Todos estos cables rojos –un disco excesivo por dónde se lo mire, no sólo en su extensión (lo que le daba cierto aire irregular), sino en la multiplicidad de registros y picos emocionales-, Canarios (disco a ser presentado este sábado a las 21:00 hs en Espacio Guambia, junto a la banda Tres Pecados) es evidentemente más pop (con, por momentos, cierta sensibilidad pop francesa, o incluso lounge), sonando más pulido y cuidado que nunca. Las guitarras de Juan Sacco y Marcelo Alfaro nunca se entendieron mejor, en un diálogo constante lleno de brillo. Incluso los estallidos de violencia que en otros discos ocurrían de forma más imprevisibles, como brotes psicóticos, en el último disco parecen ordenados (una visita a Dionisos cada dos temas más armónicos, como es el caso de las estaciones “Casanova rojo”, “Tesla Boys” y “Mi rifle sanitario”). Podría decirse que por esta misma razón, Canarios, si bien está lleno de emoción, no llega a los niveles de intensidad de su predecesor (que contenía, además de su propuesta más extrema, una cierta dimensión hímnica en temas como “Bandera azul”, “Inútil”, o “Ray Ban Blues”), siendo, no un álbum frío, ni cerebral, sino astuto, como quien maneja una fuerza natural de la manera más propicia a sus planes. Y, curiosamente, su costado más pop viene de sus incorporaciones, algo que no llamaría tanto la atención de Ezequiel Rivero (que en su labor de producción ha demostrado un don particular de volver más pop a casi todos los proyectos en que ha trabajado), pero sí de los dos bateros, de tradiciones más rockeras, pero que calzaron como un guante en ese nuevo sonido de la banda.

Mayorcitos

Esta astucia ya mencionada adquiere otro sentido al notar que Canarios es el disco más evidentemente maduro de la banda. No “maduro”, en el sentido de un cierto estado de desarrollo e inteligencia adquirida que lo separase de una disposición menos armada o ingenua del pasado (tal noción evolutiva tendría poco que hacer en la poca linealidad histórica que se venía hablando más arriba), sino a lo más propiamente concerniente de la “adultez”. Porque Canarios es, posiblemente, el primer disco donde Tüssi Dematteis muestra, por primera vez, sus credenciales. En Ex, tanto como Todos estos cables rojos, se manejaba en un registro casi mítico, en donde el tiempo estaba suspendido, donde lo adolescente o joven se entremezclaba indistintamente con lo adulto, donde podían encontrarse temas variados, pero hablados por algo indefinible, una noción ahistórica de una miríada de recuerdos que era tan múltiple como quien lo enunciaba. En Canarios no, desde el comienzo de “Avenida de los Ginkos” (una hermosa balada otoñal, en contraposición a la tradición más efusiva o misántropa de las canciones apertura de sus discos, como el caso de “Eucaliptus” e “Inútil”), nos percatamos que quien canta ya no es un pibe. Incluso, en un tema como “El próximo verano” –una crónica veraniega plagada de ex novias y minas a las que hay demasiado qué decirle para sólo una o dos semanas-, que perfectamente podría aplicarse a la vida de algún adolescente o joven adulto saliendo a Rocha con amigos y amigas, se deschava, en dos únicas líneas -más que por lo que se dice, por cómo se lo dice-, una urgencia callada en cierta serenidad que es más propia de otra edad (“Laura me dijo “podés pedir un deseo, pero no me lo cuentes/ nena, yo nunca podría contarte lo que deseé”).“En el espacio sideral nadie te escucha suspirar/ y no tenés que decidir ¿querés coger, querés dormir?”, uno tiene que llegar a cierta edad para poder asumir tales postergaciones

El hermano mayor

En este último registro se percibe una de las grandes paradojas de Canarios: un álbum que es, por un lado, el disco donde La hermana menor suena más como banda, pero a la vez, el más personal de Tüssi Dematteis, siendo posiblemente el trabajo que va más de la mano de sus letras –y no es casualidad que sea justamente el que se puede escuchar la voz de forma más nítida (un asunto que siempre pareció escenario de luchas entre LHM y sus escuchas legos). Para quien ha seguido la producción de Tüssi –músico-, Gonzalo Curbelo –periodista-, Benito –bloggero-, puede ver diseminado por las letras un montón de sus obsesiones. Es interesante como se articula Canarios con gran parte del material de su blog http://dragonlieder.blogspot.com. Todo está ahí: el retrato más salvaje de las noches blancas de Juntacadáveres (la explosiva y distorsionada “Tesla Boys”, en la que hay menciones veladas –y ni tanto- a Chicos Eléctricos y Buenos Muchachos), la denuncia a la militancia farisea de “Casanova Rojo”, las fantasmales raíces fernandinas, y esa retrato impresionista de Parque Rodó (con sus fuentes vandalizadas y aquellos gigantescos eucaliptus arrancados por la tormenta). Con respecto a esto último, hay otro tema evidente en el disco, y es el del viaje (tanto real como emocional). Canarios es un compendio de localizaciones, desde San Gregorio hasta Brasil, pasando por Rocha y Buenos Aires. Esto habla tanto de Uruguay como de la persona detrás de las canciones. Por un lado, el nombre Canarios, como se ha hablado en algunas entrevistas, hace referencia a esa noción levemente despectiva del interior del país, pero que, incorporado en términos internacionales, nos hace igualmente pueblerinos a todos los uruguayos por igual. En esta línea, “En el borde”, más allá de una breve historia de excesos, habla como pocos de esta naturaleza “canaria” de la identidad uruguaya (la historia de unos amigos uruguayos que viajan a Brasil un día antes de la final del mundial del 94’ para sentir lo que es ver salir campeón a un país –tema que venía bien con el derrotismo futbolero uruguayo de los últimos años, pero que de último momento, con el buen rendimiento de la selección en el último mundial, podría haber salido tan mal como la movida de los televisores de plasma de Barraca Europa). Por otro lado, así como Todos estos cables rojos terminaba en “Escala en Ezeiza”, con un viaje de separación, que en Canarios se retoma en un viaje en Buquebús, esta vez acompañado. Esa idea de reencuentro y recomposición domina todo el disco.

Estadio del espejo

Pero nunca llega a haber un anclaje geográfico específico, y esto se da a la particular forma de construirse las canciones, en base a retazos, fragmentos perdidos pero ordenados de una manera que adquiere cierta resonancia. Se puede ver mucho de esa condición narrativa de las letras de John Darnielle (cantante y letrista de The Mountain Goats) por esa misma condición entomóloga, descentrada, de aislar un momento, un leve gesto y diseccionarlo hasta crear toda una escena, un mundo suspendido de ese fragmento (pienso en esa charla con la muchacha de Kilkenny en Hostal, o el jugador sacado a patadas del casino en “El muelle”). Las letras de Canarios son justamente eso, un caleidoscopio, o más bien un espejo astillado en el que se ven un montón de fragmentos perdidos y reencontrados de su autor. Juegos metonímicos donde la parte vale por el todo.

Pero en esta identidad, en esta condición especular, más allá del impacto de este disco o en lo que se convierta La hermana menor de acá a dos meses o cinco años, queda claro que uno no existe, no se construye más que a base de su reflejo percibido en los otros. Y no se necesita a Lacan si uno lee un verso como “me mirás a los ojos y ves lo linda que sos”.

Publicada en la diaria el 10 de diciembre de 2010

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