viernes, 17 de diciembre de 2010

Malpaso- La estática del infierno (Tony Park Records, 2010)

Epitafio

Malpaso ya no existe más. Lo había augurado su cantante, Marco Tortarolo un año y medio antes de la fecha de defunción, pero el resto del pueblo lo tomó como un loco, como a uno de aquellos borrachos que saben algo demasiado importante para su propio bien, que suelen aparecer en sus canciones (pienso en el librero de El Tony Park, pero perfectamente podrían ser otros). Pero sí, un año y medio después se cumple el vaticinio y, mal que le pese a muchos, Malpaso da su último concierto oficial en la Sala Zavala Muniz (para peor, con fecha pospuesta, fruto de uno –otro- de los muchos inconvenientes de ADEOM) y presenta, junto con la entrada, un libro-disco-epitafio llamado La estática del infierno. Más allá de lo novedoso de la presentación en librillo (coqueteando con el formato comic, que parece, en base a sus dibujos, seguir una historia paralela, por más que en ellos, cada tanto pueda haber una representación de algo mencionado en la letra), la elección parece absolutamente coherente, considerando la tradición narrativa de las letras de Malpaso. Ya El Tony Park ha vuelto al pueblo se articulaba como una colección de relatos dispersos sobre una cosmogonía creada por la banda, un pueblo que era como una Santa María con tintes más demoníacos, en donde Marco se dedicaba a contar lo que más sabía: historia de marineros, putas, asesinos pasionales y locos. En el caso de este disco, por más que ya no esté el Tony Park presente, se puede invocar el dicho de que las ciudades no existen, sino que son tan sólo un estado de ánimo. Sin embargo, cuando citamos a Santa María, uno podría pensar en cierta puesta en escena, la construcción de cierto personaje que hace ofrenda a cierto pasado mítico (pienso, por ejemplo, en Melingo, cantando en ese por momentos incómodo lenguaje de tanguero en pleno siglo XXI), pero la voz de Marco, sobre todo en este disco, habla sobre cosas y suena de la manera que podría entenderse y sonar la voz de cualquier contemporáneo golpeado por cierta lucidez desesperada.

Epitafio o carta de suicidio, cuando uno se enfrenta ante determinado testamento, no le queda otra que interpretarlo, y para ello se tiene que lanzar como detective a pequeñas minas desperdigadas y enterradas en el camino de su historia. En este sentido, La estática del infierno tiene, en muchos aspectos, el papel de algo que culmina y da sentido a un trayecto. Malpaso, habiendo comenzado sus caminos, quince años atrás, con una estética mucho más gótica y post-punk que se hacía notar en Hard in the Kaos, nunca pudo, por más que cambiara su imaginería y fuentes de referencia (ese sonido que fue incorporando, primero a Tom Waits y Nick Cave, luego a Edmundo Rivero y al folclore general) despojarse de cierta marca de nacimiento romanticista en la conformación de sus letras. La bella muerte, así, siempre aparecía, pero es justamente en este disco donde parece jugar la última jugada de ajedrez. En lo que refiere a lo estrictamente musical, incluso, se puede notar un proceso de despojamiento, dándole cada vez más relevancia a la guitarra y, sobre todo, a la batería y percusiones de Alejandro Caper, que parece que fuera un corazón hipertrofiado que marcara, no solamente el ritmo, sino la atmósfera misma del disco. Pienso en este caso canciones como Arena en los ojos, con ese ritmo de marcha militar, o la intensa y entreverada Sushi Night, que parece ir por momentos tan rápido que parecería que el mismo pensamiento le pisara los talones a la voz del narrador. Malpaso fue podando su sonido hasta quedarse con el registro más punk, algo que parecía bastante lejano en su disco predecesor, Todo sobre el amor. Esto, además de ser un acierto de la banda, que históricamente pecó de cierto barroquismo a la hora de componer y grabar sus canciones (las post producciones de los mismos, casi siempre caseras, siempre fueron muy irregulares en cuanto a objetivos y resultados), también se encarama con el concepto mismo de la obra que bien definió Tortarolo, en una reciente entrevista publicada en la diaria, en la que decía que si el anterior álbum se llamó Todo sobre el amor, este perfectamente podría llamarse Todo sobre el odio ¿Odio hacia qué? ¿Odio de quién o quiénes? Es en este punto donde uno puede aventurarse y arriesgarse en ese terreno de lo meta musical, o donde la obra puede hablar un poco más sobre la banda en sí. La amistad con la puta muerte “tu odio y el mío se buscan, de encuentran, se miden, se miden la fuerza”, señala el proceso de fragmentación, el comienzo del fin. Todo el enojo que puede decir un cantante al final de una carrera está, atraviesa longitudinalmente todo el disco.

Quizás uno busca a la fuerza señales de despedida, pero quizás es solo eso, la muerte, como una puta tuerta enojada a la cual uno termina encontrando (o siendo encontrado por ella). Que una banda termine su último disco con una canción tan escandalosa y radical como “Igual que ahora”, con sus versos “Un día nos encontraremos, yo te invitaré un café. Luego de charlar un rato nos iremos a un hotel. Cuando Estemos en la pieza, te cortaré la cabeza. Para poder contemplarla la pondré sobre la mesa. Luego yo te haré el amor por este agujero del cuello y tu me vas a mirar, pero no me vas a ver. Igual que ahora, igual que ahora, igual”, es una forma de despedida, pero ya no por la puerta de atrás, sino por la puerta principal, interrumpiendo el brindis, rompiendo a patadas la entrada, empujando a mozos y dejando tras de sí, sólo una estela de silencio. Así, tan súbitamente como termina ese tema. Para Malpaso, es la mejor de las despedidas posibles.

Publicado en La diaria el 17 de diciembre de 2010

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