sábado, 26 de febrero de 2011

Educando a Víctor Vargas (Peter Sollett, 2002)


Premio a la insistencia

La película podría ser vista como el Ying del Yang que fue la truculenta Kids, de Larry Clark. Ambas se centran en la vida cotidiana de un conjunto de adolescentes de un ghetto latino de Nueva York, con un tono naturalista particularmente potenciado por la decisión de los dos directores de incorporar al cast adolescentes provenientes del mismo barrio sin experiencia cinematográfica previa. El sexo (o más bien, la obsesión de los protagonistas sobre la sexualidad) atraviesan todo el film, pero mientras en la película de Clark esta búsqueda daba la cabeza de sus personajes (de la manera más violenta posible) contra un denso muro de nihilismo, con los jóvenes latinos de Educando a Víctor Vargas, lo que comienza solamente en ejercicios fallidos de acercamiento, termina en cierta meta sublimada de conocimiento mutuo, amor y entendimiento.

Víctor vive en un diminuto apartamento regenteado por una abuela tan anticuada que parece salida de Macondo, junto a su hermanastra Melonie y su hermano Nino (quien, instantáneamente, por el parecido físico que mantiene con respecto a Víctor, no deja lugar a dudas de que es hermano del protagonista en la vida real).

La primera captura del film habla lo suficiente sobre la vida y medios de Victor, con la cámara inspeccionando a su cuerpo lentamente, mientras moja sus labios y se acomoda en poses seductoras. Los ojos que lo miran son de la gorda Donna, vecina con quien intenta perder la virginidad, pero la cámara perfectamente podría estar escenificando la imagen que el protagonista proyecta de sí mismo. Y es que Víctor realmente se siente un galán, quizás tomando una posta invisible que quedó de su abuelo (conocido por sus dotes de picaflor), de quien tiene, como única información, algunos cuentos lejanos de su abuela y un cuadro descolorido en el comedor de su casa. Tal como comenzaba el film, el vínculo del personaje (a decir verdad, de todos los personajes masculinos) con las mujeres, se da de pose en pose, perdiendo cualquier tipo de naturalidad, terminándose por volverse contra él en su afán de conquistar a la exótica

Judy (cuyo aspecto se encuentra en un curioso punto intermedio entre Jennifer López y Chlöe Sevigny –quien comenzara a hacerse conocida por su actuación en Kids), una exótica chica notoria por lo poco amigable que es con sus pretendientes. A partir de ahí, más o menos la misma y conocida batalla de los sexos, donde Víctor (en paralelo a su amigo Harold con una amiga de Judy y Carlos, quien intenta conquistar a la hermana del protagonista), a los ponchazos, intentará ganare el corazón de la chica. La educación sentimental de Víctor (no por nada se llama Educando a Víctor Vargas) es la que lo separa de actuar como un hombre (esas poses del comienzo, esos piropos ridículos, esas invitaciones poco elegantes a su cuarto) a ser un hombre, lo que también instala la película en ese género de los “coming-of-age films” (historias que se centran en el pasaje de la adolescencia a la adultez), con mensaje redentor.

La película es indudablemente simpática, con unos personajes creíbles, aunque no por ello algo estereotípicos (por “estereotípico” no debe entender “irreal”, considerando que hay pocas cosas más genuinamente estereotípicas que el galanteo en tiempos de la adolescencia). En todo caso, la película se aparta de varios lugares comunes del cine centrado en barrios latinos pobres (durante todo el metraje no hay mención alguna de aquellos traficantes, embarazos indeseados, o enfermedades que a los yanquis les gusta tanto temer), para quedarse en otros. A lo largo de todo el metraje prevalece una noción invisible bastante molesta sobre la seducción hacia la mujer, que es la de “no es que quiera estar conmigo, es que se resiste a sus ganas”, que lleva a los hombres a triunfar sobre sus mujeres, casi a base de persistencia y hartazgo. Aún así, ahí capaz que no es tanto culpa del film como del contexto cultural machista en el cual construye su historia.

Más allá de esto, el afán de la película (a diferencia de la de Clark, que en entrevistas decía que pretendía hacer “La gran película adolescente americana”) es modesto, y la estética y narrativa de Educando a Víctor Vargas va correctamente de la mano con estos fines. No es la primera, y segurísimamente no será la última de este tipo de películas, pero, aún manteniéndose fiel al mundo de convenciones que la precede, le falta ese “algo” excepcional del que sí supo sacar jugo el tunecino Abdellatif Kechiche en L’Esquive, película de amor cortesano entre dos púberes de un barrio árabe en Francia, que había logrado plasmar algo propio y distinto del lenguaje, valores y medios de los núcleos de jóvenes inmigrantes.

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