sábado, 26 de febrero de 2011

Flammen & Citronen (Ole Christian Madsen, 2008)

Dos lobos sin manada

Construir películas en base a personajes verídicos de guerra es una labor llena de trampas. Por un lado, el héroe de guerra (incluso el anti-héroe) tiene un cableado emocional con el espectador completamente directo. Uno cuando filma películas sobre ellos va a tener que elegir su tratamiento, sobre todo si pretende hacer de él un héroe épico o una persona de carne y hueso. He aquí uno de los primeros problemas: uno debe elegir uno u otro registro, siendo el hacer que funcionen los dos simultáneamente una labor harto difícil. Segundo, si uno cubre una guerra verdadera (y no pretende manejarse en una ucronía, tal como lo hace maravillosamente Tarantino en Bastardos sin gloria), también debe saber si pretende hacer una épica fantasiosa o una película más contemplativa, con cierto control hacia la espectacularidad ¿Pero qué pasa cuando las historias ya son de por sí, en los hechos concretos, espectaculares, épicas, increíbles? Podemos poner el ejemplo de Audie Murphy, el soldado norteamericano más condecorado de la Segunda Guerra Mundial, que luego de la misma actuó de sí mismo en To hell and back, teniendo que, por sugerencia de los mismos directores y productores, bajar un poco el tenor porque lo relatado –más allá de ser verídico- era demasiado increíble. Es decir, quién creería, entre muchas de las situaciones vividas por él, un pibe de menos de veinte años y un metro sesenta y cinco, que, tras ser acribillado su amigo se lanzó sin armas y mató con sus manos a un grupo de artillería alemán, metiéndose en un tanque en llamas para aprovechar sus balas y protección, dando combate durante varias horas. Enemigo al asecho (Jean Jacques Annaud, 2001) narra la historia del duelo de francotiradores entre el soviético Vasily Grigoryevich y el alemán Edwin König, pero muy pocos se animarían a contar la historia de Simo Hayha (también conocido como “la muerte blanca”), un cazador de alces que, sin mira telescópica, se convertiría durante la resistencia del ejército finlandés, en el mejor francotirador de la historia, habiendo matado a un número estimado de setecientos soldados rusos, en el tiempo de poco menos de un año.

Redondeando, hay héroes y héroes, como también hay guerras y guerras, y ahí es donde entra en un punto tan interesante Flammen y Citronen. Dirigida por Ole Christian Madsen, más conocido por sus películas de menor presupuesto (emparentado con el Dogma 95’), generalmente enfocadas a devenires de relaciones sentimentales, Fammen y Citronen es casi todo lo contrario a lo que lo hizo conocido. Con más de ocho millones de euros de presupuesto, la película retrata la historia verídica de Bent Faurschou-Hviid (Flammen) y Jorgen Haagen Schmith (Citronen), los dos miembros más célebres de la Holger Danske, grupo de resistencia danesa durante la ocupación alemana de dicho territorio, desde abril de 1940. La película comienza con imágenes de archivo, con el voiceover de Flammen preguntándole a alguien indeterminado, si se acuerda del día en que llegaron los nazis (recordar que Dinamarca se declaró neutral, pero pronto se mostró notoriamente colaboracionista con las fuerzas hitlerianas). Acto seguido, escuchamos la voz de Flammen que dice “sé que estoy haciendo lo correcto” y tras abrir la puerta, haciéndose pasar como un cartero con flores, le dispara un tiro entre ceja y ceja a un informante colaboracionista danés.

La primera mitad de la película está sumida a un pulso perfecto, armada en base a una dinámica que no tiene un mapa preciso, salvo lo que acontece a y en los protagonistas de un golpe a otro. Flammen, flaco, joven, veloz, preciso, lleva su nombre por el rojizo de su pelo (en danés significa “flama”), que no le tiembla la mano al disparar a sus enemigos. En esa dupla, Citronen es casi todo lo contrario, chofer oficial de los golpes que deviene en asesino, pero siempre sudando, atormentado por las dudas y las deudas emocionales hacia su familia. La estructuración episódica está filmada con una sobriedad, elegancia y un manejo de los tiempos envidiable. La película en sí nunca abandona esa secuencia, sólo que en la segunda mitad del metraje, comienza a dar un vuelco atmosférico y emocional distinto. Lejos de la presentación simpática de varios de los miembros de la resistencia danesa presentados en la mesa de un bar al comienzo del film, pronto se comienza a encontrar las intrigas, los delatores y la persecución de fines distintos del de la mera lucha contra los nazis. En ese mundo noir, de dinero, traiciones y dobles o triples agentes, aparece la esperable femme fatale, una mujer de la que nunca –como en toda buena película de género- se sabe cuales son sus verdaderos fines y que arrastra al protagonista hacia su último destino. Ahí entra la etapa más neurótica del film (tal como señala Gilbert en una confesión perfecta a Flammen sobre los distintos tipos de soldados) y el ritmo se quiebra, comenzando a presentarnos a los personajes desde sus dudas, ya no como figuras. Hay un momento en que Flammen y Citronen no les sirven a nadie ya, demasiado locos para la resistencia, evidentemente peligrosos para los nazis. Es eso lo extraño de Flammen y Citronen, los dos anomalías, líneas de fuga entre dos sistemas corruptos (tanto el nazi, como el de la mera resistencia), que terminan siendo unos locos, dos lobos que perdieron la manada y que, como el protagonista de The hurt locker (en una guerra completamente diferente, como es la guerra en Irak) en el fondo ansían su muerte tanto como la de los nazis. Hay momentos que parecen más propios de los héroes de comics, con una charla entre Flammen y Hoffmann (líder de la GESTAPO), cazadores y presas mutuas, que tiene mucho de la dinámica entre Batman y El guasón en las historias de Alan Moore, o, si se quiere la cita cinematográfica, la relación de mutuo completamiento que se da en entre los antagonistas de The dark knight (Christopher Nolan, 2008).

Pero al tiempo en que se los erige desde este lugar, también se los van dotando de un pasado, de remordimientos y fallas. Y ahí es donde entra lo más relevante, que es que, pese a las contraindicaciones que mencioné al principio, la película nunca deja de funcionar (aunque la segunda mitad tiene algunos baches, como ese tiroteo que a Madsen le va un poco la mano, pareciéndose, por momentos, a la escena famosa de Cara Cortada).

Uno termina comprendiendo a sus luces y sombras la realidad de un hecho histórico no muy difundido en el cine (la de los claroscuros de las resistencias, que recién con El libro negro de Verhoeven comenzó a salir a tratarse), y a la vez desearía que Flammen y Citronen siguieran matando, sobreviviendo a todos los golpes, con posibilidades de secuelas y secuelas. Pero eso ya es pedirle demasiado a la historia.

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