viernes, 27 de enero de 2012

¿Diferente de quién? (Umberto Riccione Carteni, 2009)



Progresismo light

¿Diferente de quién? empieza a 220, intentando resolver ciertos asuntos concernientes a la trama casi en tiempo record. Piero es un joven gay, con una estética medio modelo 1950 –no sólo sus lentes a lo Clark Kent, sino también su vestuario más casual y su gusto por los Camparis con naranja-, que milita en una coalición de centro de un pueblo del norte de Italia. Su partido ya tiene configurado un candidato para hacerle frente a la oposición, por lo que en las internas no quieren quemar sus cartas más fuertes. Es así que en cierta triquiñuela política terminan ofreciéndole la postulación a Piero, que demuestra armar –él junto a sus amigos y amigas de militancia homosexual-, más allá de ser abiertamente gay en una ciudad conservadora, una buena campaña. Evitando detallar demasiado la trama, por circunstancias imprevistas Piero llega a ser el candidato oficial del partido, cosa que deja atolondrados a los calculadores jerarcas de la coalición. Como solución a esto, pretenden emparejarlo como fórmula de candidatura con la política Adele, quien –como suele suceder en este tipo de comedias- no puede ser más diferente (su estilo conservador, completamente obsesionado con la familia, la lleva a desacreditar, e incluso injuriar al movimiento gay y todo lo que su compañero de partido representa). Todo esto en no más de veinte minutos.

Sin embargo, -como también suele suceder en estos films- los puntos de contacto van siendo varios y de forma bastante estrepitosa la relación de los dos da un quiebre, en el que Adele y Piero se convierten en cercanos amigos, hasta el punto de volverse ya algo más que cercanos. He aquí uno de las extrañas vueltas de ¿Diferente de quién?: lo que había comenzado siendo una comedia política, en donde la anécdota disparatada servía como vehículo para mostrar los disparatados medios y funcionamientos de la política italiana (citar a Berlusconi y la Cicciolina como senadora como una forma de demostrar lo ambigua que es la ficción y la realidad ya es una carta demasiado fácil para utilizar), termina por convertirse en una comedia de enredos, en el mejor estilo de revista porteño (por momentos los personajes entran a escena y dicen sus líneas como si aparecieran de un cortinado).

El cast logra manejarse bastante bien con el libreto –aún cuando interpretan personajes unidimensionales, o personalidades que cambian de comportamiento y sentir como una veleta-, pero la comedia, pese a ser en algunos aspectos divertida, nunca logra reflotar la cantidad de lugares comunes que presenta. El gran problema es que estos lugars comunes, lejos de ser meramente algo que apenas achata a la trama, presentan algunos escollos ideológicos que valdría la pena resaltar. En apariencia ¿Diferente de quién? es una película cuestionadora, que quiere discutir algunos grandes temas (sin ir muy lejos, habría que pensar cuándo en una comedia se mezclan asuntos como política de Estado, derechos homosexuales, tácticas electorales, críticas al centro, triángulos amorosos y concepciones familiaristas diferentes a la de dos progenitores), pero al nunca dejarse ese tono europeo liviano y progre cualquiera de sus cuestionamientos termina por volverse algo demasiado light, demasiado poco denso. Los miembros de la fórmula discuten no en términos de ideología, en términos de izquierda o derecha, sino únicamente en medidas específicas –muchas veces, completamente contradictorias. En su fondo, ¿Diferente de quien? encarna en cierta medida el mundo postpolítico del sistema de la eficacia y el pragmatismo, típicamente citado en varios discursos actuales.

A la vez, hay algunos aspectos incómodos en lo que involucra al retrato del movimiento gay. El film –y esto más posiblemente anclado en ciertos prejuicios, o cierta falta de inventiva, y no tanto en mala fe- en lo que refiere estrictamente a la política presenta a casi toda la comunidad gay como locas que sólo pueden llegar a lugares altos por accidente –como la candidatura de Piero, así como también su ojo morado que atrae a los medios-, o con mecanismos tan burdos como llevar a sus detractores más directos a comprar ropa (un pequeño paseo por algunas tiendas de Piero con Adele que puede tirar, como una torre de yenga, toda una construcción conceptual de una señora que “está en la política desde hace trece años”). Al comienzo de la campaña de Piero, se da a entender de un equipo de difusión conformado por varios especialistas homosexuales, pero en poco tiempo todo se termina reduciendo a un rubio platinado que al discutirse teóricamente algunos programas de campaña sólo puede describirse a sí mismo por haber escrito una tesis sobre Freddy Mercuri. A fin de cuentas, aún cuando el director se permite introducir otros modelos parentales y una militancia distinta a la clásicamente estereotipada –sobre todo en lo que respecta al padre de Piero-, los personajes gay nunca dejan de ser medio torpes, o bastante ingenuos, a diferencia de Adele, o los demás integrantes del staff partidario. Algo que podría ser tan molesto como la forma en que se retrata a los negros en Historias cruzadas –recientemente reseñada por Gonzalo Curbelo en este medio-, pero que zafa un poco más al ser notorio que el film tampoco tiene pretensiones demasiado elevadas.

Saliendo de estos aspectos de corte más ideológico, planteando la hipótesis de la historia en manos de otros autores, podría decirse que el mayor pecado de ¿Diferente de quién? es no jugársela más a fondo por ninguna de las dos sendas temáticas que despliega: alguien como Nanni Moretti podría haber encarado todo el tema del candidato gay como salvoconducto para comprender o parodiar la realidad electoral italiana (sólo recordar cómo la gloriosa Palombella Rossa hacía de un partido de waterpolo una gran metáfora de la situación actual e histórica del Partido Comunista Italiano); en la otra senda, alguien que diera más rienda suelta al absurdo del triángulo amoroso podría haber hecho de ¿Diferente de quién? una película almodovariana, que habría pegado un poco más fuerte en sus partes más comédicas.

El resultado final es el de un producto light, previsible, que termina sin ser chicha ni limonada. O un Campari con demasiado hielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario