El ojo del huracán
Yago dice que tiene alas de dragón, que puede ir de una costa a otra del Atlántico en prácticamente poco segundos. Su padre también es un dragón, pero al tiempo de dormir tiene sus alas replegadas en su espalda. Sabina cuando era chica y vivía en New Jersey (sus padres habían escapado de la dictadura instalándose ahí) pensaba que Uruguay era un país que quedaba en las nubes, que esa era la razón por la que había que ir en avión. En las nubes, con alas, o en aviones (cualquiera sea la fantasía a disposición para poder unir las costas y los corazones), el Uruguay perdido y reencontrado es una figura mítica que atraviesa Exiliados, última película de Mariana Viñoles, en la que trata de reconstruir las piezas de un puzzle familiar pateado por la crisis económica del 2002.
Como todo tiempo mítico, los sucesos y espacios se solapan. De un momento a otro vemos a uno de sus hermanos hablando en España y después mudándose a la casa de su madre; los rincones de una mesa familiar filmados en 1995 se superponen con la misma mesa en el tiempo actual; el labrador cachorro que aparecía en un momento mordisquando una escoba hace presencia ya plenamente adulto, entremezclándose entre los comensales y entrevistados. Estos pequeños detalles son como los tótems de Inception (Christopher Nolan, 2010), sólo que usados a la inversa: son los que nos permiten ver en sus mismas transformaciones el paso de un tiempo que parece clavado en un cartel (en referencia a La casa de al lado, de Fernando Cabrera).
Cuando uno ve Exiliados, lo primero que le viene es la suspicacia de saber si Viñoles (que también emigró y volvió de Bélgica) no lo tenía planeado, si ya había diseñado, desde mucho más pequeña, un guión en el que se sucedieran estas circularidades. Y no, uno sabe que el desarrollo de la película posiblemente haya sido tan azaroso como los destinos geográficos de todos los personajes retratados, pero quizás a nivel inconsciente, uno podría pensar que Mariana viene filmando esta película desde mucho antes de este proyecto, incluso antes de aquellos videos familiares detallistas y pacientes, cargados de primerísimos planos, captando esa textura granulosa, tan VHS del recuerdo. Se ha hablado de una cierta filmación directa y austera, pero en este documental en particular uno de los detalles que más salta a la vista es la habilidad de Viñoles en tanto directora de cámara. No vamos a encontrarnos con tomas a simple vista virtuosas, pero hay algunos detalles en los encuadres, en esa forma de filmar a su padre sin perder de marco el pizarrón donde se tejen todas sus teorías, en ese interés por volver una y otra vez a la misma piscina (por momentos parece el ojo del huracán, ese eje que se mantiene imperturbable, mientras el resto del mundo se va, regresa, crece, o se camufla), cierta sensibilidad técnica muy particular, que genera un doble fondo en los hechos que se mencionan o los rostros que disertan.
En este último sentido, los familiares de la directora también saben tomar la posta y ser tan interesantes como diversos a la hora de ser entrevistados. Nuevamente, todo está en los detalles: uno de los hermanos de Mariana fuma de una manera particular, con una exagerada seguridad, casi como si saliera de un aviso de Marlboro, y un discurso algo maníaco se le interrumpe por una fisura de su voz que lo deja al borde del llanto. Algo similar pasa con Sabina, mirando para abajo mientras se acomoda el top del vestido y dice “me vas a hacer llorar”. Manolo, el padre, es un ser muy amable, aunque algo excéntrico, en el que contrasta el orden de sus fórmulas con un cuarto tan desordenado como sus cavilaciones (un hombre que antes de irse a Caracas, dejando un cartel de “Ya vengo”, ya se había exiliado interiormente, encerrándose en su casa y cortando vínculo con casi todos sus familiares y conocidos). Así, pliego sobre pliego, se va construyendo la historia de una familia, que también es la historia de un país, que a pesar de la famosa “operación retorno” –más motivada por el malestar en los otros países que por las oportunidades en el nuestro- sigue teniendo a estas partidas, esta forma de exlilios económicos, como uno de los fenómenos que moldea la subjetividad de nuestro país, a una década de su más grave crisis económica.
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