miércoles, 4 de abril de 2012

Entrevista a Paula Markovitch, directora de El premio



Flores del desierto

En el marco del XV Festival Internacional de Cine de Punta del Este, tuvimos la oportunidad de conversar con Paula Markovitch, directora argentina, pero residente en México, responsable de El premio , película que la hizo merecedora de dos Osos de plata en el Festival de Berlín y el premio a Mejor película en el Festival Internacional de Cine de Punta del Este, que trata sobre los recursos de sobrevivencia de una niña en el entorno secreto de una familia clandestina en plena dictadura.

Teniendo en cuenta que El premio está basada en tu propia vida, es inevitable intentar reconstruir tu infancia en un lugar tan inhóspito y yermo como el que vive la protagonista y a veces uno se pregunta cómo pudo salir una directora de cine de ahí…

Vivía en una playa con mis dos padres. Mi padre a veces tenía ausencias que eran muy angustiantes, pero nunca estuvo al borde de ser desaparecido. En la película es diferente, el padre no aparece, pero yo sentí que era necesario llevar aquello al extremo. Bueno, mis padres eran artistas. Eran pintores y cuando era niña me enseñaron a vivir el arte como algo muy cotidiano. Yo empecé a crecer y lo único que uno podía hacer para poder divertirse ni bien salía de la escuela, considerando que no tenía televisión y muchos años ni siquiera tuve luz eléctrica, era –en mi mundo personal, al menos- pintar o escribir. De hecho, yo no sabía ni siquiera el concepto de “arte”, ni siquiera sabía qué significaba esa palabra. Para mí eso estaba directamente involucrado con lo que significaba divertirse, pero no desde una manera libre, con esa libertad sin rigor. No, mis padres eran artistas y entonces me explicaban, me enseñaban dibujar con perspectiva, el puntillismo, alguna cosa sacada de la “Pinacoteca de los genios”. Si se iba a pintar había que pintar bien, ese era el desafío. Como cualquier juego, hay que jugar bien. A mi me pasó que cuando empecé a ir a las casa de mis compañeros de primario me empecé a sorprender de que los otros no hicieran eso. Yo me preguntaba “¿cómo se divierten?”. Me pareció sorprendente. Mi vida en el arte fue algo completamente natural y cotidiano. Creo que hubiera sido más rebelde de mi parte haber elegido para vida algo no vinculado al arte. Casi no es una elección. Estuvo dado. Creo que más que preguntarse cómo alguien en ese entorno pudo convertirse en un artista, habría que preguntarse cómo puede alguien vivir sin hacer arte. Desde que tengo uso de memoria escribo. Justo, el año pasado fue el único año en el que yo no pude escribir, porque me consumió mucho todo lo que es la promoción de un film, y no sé si me gustó, tengo la sensación de que me faltó algo vital. Es como si la vida se volviera muy hueca cuando no escribo

¿Y ese paso de guionista a directora se dio con la misma naturalidad?

La diferencia para mí está en que la puesta en escena siempre implica complemento con otros artistas. Y ese es otro desafío. Para mí trabajar con otros artistas fue un privilegio. Es otro tipo de compañía. Yo no digo nunca “trabajo de equipo” porque “equipo” se me hace una palabra demasiado deportiva. Creo que es cierto que una película no es de todos los que la hicieron, como si fuera de todos por igual. Yo creo que hay muy buenos realizadores, tres o cuatro, cinco artistas, como mucho, que son los que conciben la obra. El director y su mano derecha. Pero si hay muchos más artistas en escena, la cosa no funciona. Tiene que haber trabajadores y por otro lado artistas.

En los trabajos con niños protagonistas uno suele percibir que el niño se roba completamente la película y, sin embargo, noto que el reparto está muy balanceado y resulta muy efectivo, hasta personajes muy secundarios, que aparecen un par de segundos nada más, como el esposo de la maestra.

Fíjate que hubo una cosa muy interesante ahí, que yo quería encontrar a todos los personajes, hicimos un casting para encontrar a estos personajes en el pueblo de San Clemente. Justo, fue muy chistoso con ese actor que mencionás vos, porque le hice unas entrevistas y era genial, era un tipo muy talentoso, me gustaba sus expresiones y entonces lo confirmamos. El tenía el pelo largo, la barba crecida, un montón de cosas. Lo que sucedió fue que cuando se enteró que fue seleccionado, estaba tan ansioso y contento que se hizo un corte moderno y se sacó la barba. Me quería morir. Tratamos de compensarlo con maquillaje y se notaba mucho. Y así como lo ves, esa es la razón por la que no pudimos hacerle planos cerrados. Nos pasó esto también con los lugares, como las casas, que la elegís y entonces el dueño la mejora para la película. Es obvio, los códigos del cine no son los cotidianos, entonces incluso una cosa muy interesante del departamento de arte, es que trabajaron con un montón de carpinteros del pueblo y es gente muy, muy eficiente y al principio se resistían a hacer el acabado mal. Me decían “yo no puedo pintar mal esto”. Después se fascinaron cuando vieron el resultado en film. Descubrieron cómo pueden hacer algo “mal” y quedar muy bien.

Justo hablando de esos detalles específicos, veo a El premio como una película de objetos, algo que tiene bastante que ver con cómo uno construye un recuerdo a partir de una colección particular de objetos.

Sí, yo me puse muy fetichista en el rodaje. Había objetos que tenían un significado especial, tal cual como lo advertiste. Yo necesitaba trabajar con esos objetos. Los bancos del aula fueron muy difíciles de conseguirse. Tuvimos que ir hasta una escuela, a un depósito. Yo sentía que con cualquier otro banco no me creía la escena. Para un chino, un banco u otro hubiera significado lo mismo. Yo no sabía si era la relevancia del objeto en sí o la relevancia de que se viera en la pantalla. Yo simplemente necesitaba que estuviera ahí, un fetichismo del pasado.

Pero también es a través de los objetos, más que de las personas es que se entrevé la dictadura. Recuerdo por ejemplo el sonido constante de ese nylon, que intenta parar el viento, que no deja dormir a la madre

Mi experiencia es que en el fascismo no se puede quedar fuera. El fascismo nos atraviesa a todos, no hay fuera. Digamos que la tortura, el crimen fue algo realmente puntual que existió y que fue muy sangriento, pero eso mismo se reprodujo en todos los ámbitos, y yo creo que no hay nadie que pueda decir “yo quedé excento”. Incluso con la metáfora del agua que entra a la casa, del viento, de que todo entra, es expresar esa sensación de desamparo de que el alma no está a salvo. Cada uno reproduce el fascismo a su manera. Había gente ideológicamente muy esclarecida, muy militante, pero que en un momento tenía una actitud muy fascista y gente muy fascista como la maestra de la película que de repente tiene un gesto muy humano. No es todo blanco y negro. A mi me gusta mucho Primo Levi y los relatos de su experiencia como sobreviviente de los campos de concentración nazis y su análisis me hizo ver muchas cosas del fascismo argentino. Yo creo que en todo ese entorno el arte es la esperanza, porque no hay período histórico que no haya tenido arte. Yo creo que el ser humano siempre tiene esa luz. Creo que siempre triunfa el mal, lamentablemente, pero “al triunfar pierde”, como dice Lee Ching. Siempre existe esa manera de la humanidad de transfigurar su propio dolor y convertirlo en otra cosa.

Ese pueblo es como una maqueta de todo lo que pasaba en Argentina.

Sí, claramente. El ejercicio de la tortura y la delación, ese esquema mental donde la víctima es culpablilizada, donde el delator es premiado… Yo quería reflejar eso de que la maestra nunca puede dominar del todo a los niños, de que hay algo que crece. Yo por eso le pedía a las niñas que dibujaran flores, porque hay algo así como de unas flores que crecen en el medio del desierto. Siento que la vida es tan caprichosa como la muerte y de repente crecen plantas en cualquier lugar. Ese empecinamiento en sobrevivir. Yo quería que se reflejara eso de que la maestra por más que se empecinara en ser fascista y controladora no puede, los niños se ríen. La vida es incontrolable. Cuando yo era chica, mis padres me contaban de las cuevas de Altamira, y me decían “imaginate a esos tipos, que estaban encerrados en una cueva, estaba el diluvio universal afuera con todo y los tipos se ponían a dibujar”. Yo me imaginaba eso de los tipos pensando “ahora nos morimos todos y se acaba el mundo”. Es loco porque ellos se pensaban que aquello era el fin del mundo pero en realidad era el comienzo.

Hay un tema en particular que es que, a pesar de ser una historia íntimamente argentina, fue complicada la distribución en dicho país.

De hecho, no tengo distribución ahí. Creo que es fuerte que esta película no sea argentina. Yo apoyo mucho al gobierno argentino, es un gobierno con el que me siento muy afín y que está a favor de los derechos humanos. En ese contexto, que no hayan apoyado a esta película es como delirante. No sé, a lo mejor tuve mala suerte. O a lo mejor hay en la sociedad argentina algo un poquito expulsivo. Por ejemplo, hay reglamentaciones concretas que logran que si tu no vives ahí se te complique la financiación. Qué importa dónde vive una persona? No sé, si conoció un chino y se enamoró de un chino y se fue a vivir ahí por qué es tan importante si tiene un proyecto. Siento que ahora que por fin se empieza a hacer justicia, creo que después de encerrar a los criminales, la segunda tarea de una nación es analizarse a sí misma y cuánto de ese pensamiento fascista continúa. Esa especie de cuadratura e intolerancia a la diferencia. Los motivos por los que uno vive en otro lado son tan variados y múltiples que creo que es demasiado miope. Yo vivo en México y soy jurando de muchos concursos y en ningún momento hay una ordenanza que exija que los realizadores residan en el país. Es inconcebible. Los distribuidores me dicen “me encanta tu película, pero no la puedo distribuir porque yo sólo me dedico a films argentinos”. Hay un provincianismo elevado a una categoría trascendente

Por estas mismas razones me contaste hace poco que es muy difícil que estabas pensando hacer tu próxima película en Montevideo.

Lo que pasa es que yo siento que son muy afines las historias, lamentablemente, muchas veces. Y yo pienso que si en Argentina fuera complicado filmar por los motivos que sean, para mi es una opción, porque me gusta mucho Uruguay, me gusta mucho el cine uruguayo y me siento muy cómoda acá. Además, me gusta mucho visualmente. Perfectamente, la historia que yo estoy preparando, que es de mi papá, que vivió en Córdoba, en Argentina, en Uruguay podría adaptarla perfectamente. No sé si podría hacerlo en otro país, ahí creo que se sentiría artificial.

Esta entrevista se complementa muy bien con la que le hizo Diego Faraone en Brecha, disponible en este link


http://denmeceluloide.blogspot.com/2012/03/entrevista-paula-markovitch.html

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