viernes, 12 de noviembre de 2010

Pajaros Volando (Néstor Montalbano, 2010)

(Dándose de cabeza contra) la cuarta pared

Siempre ha habido mil formas de sacar rédito a una genialidad acontecida en el lugar y momento adecuado, y una de ellas es llevar personajes o historias acotadas a un guiño o breve sketch a los terrenos del largometraje. El gran problema de esta fórmula es que lo que funciona o se perdona en un corto, rompe los ojos y resulta casi intransferible en un largo, teniendo que enarbolar una historia suficientemente consistente que contenga de una forma orgánica a aquel concepto breve o golpe de efecto. Ejemplos hay varios, pudiendo citarse como muestra a la gran factura de películas salidas de sketches de Saturday Night Live. Tal caso nos sirve como registro de cuán mezquina y riesgosa suele ser dicha fórmula, encontrándose en la casi totalidad de sus versiones –siendo Wayne’s World (1992) posiblemente la única realmente buena y efectiva a nivel de cultura popular de toda esa extraña camada que incluye fiascos como Superstar (1999) , incongruencias como It’s pat (1994) y películas más bien irregulares como The Ladies Man (2000) y Los coneados (1993) - películas que quedan muy oscurecidas por la sencillez e inmediatez de las originales.

Lo primeroa lo que uno se anticiparía al publicitarse una película protagonizada por Diego Capusotto, es que la misma se basaría en alguno de aquellos personajes insignes que, sin ánimos de exagerar, se convirtieron en lo único culturalmente relevante –no enmarcado exclusivamente en lo artístico, sino en relación con el impacto social que generó- que ha producido la vecina orilla en los últimos años. La opción estaba debajo de la manga: algún largo sobre Pomelo cayendo en un periplo de decadencia para volver al éxito en un film de formato mockumentary del estilo de Spinal Tap (Rob Reiner, 1984), o, siendo más arriesgados, una versión de larga duración de Bombita Rodríguez, considerando el mayor metraje y producción que ha rodeado las últimas ediciones de este personaje en lo nueva temporada de Peter Capusotto y sus videos. Sin embargo, Pájaros Volando no toma ninguno de estos caminos y pretende, siendo fiel al manejo de metáforas, salir de la jaula, y tomar vuelo propio, fuera de juegos intertextuales con el famoso programa. Diego Capusotto hace de José, un ex rockero que habría acuñado un solo éxito en el pasado (el mismo que da nombre a la película) y que ahora vive una vida más bien desgraciada en Capital. La cosa cambia cuando llega de Córdoba un primo –Luis Luque- que solía ser batero de su banda antes de la disolución, y que actualmente vive en una especie de comuna hippie obsesionada con los mensajes de una fuerza extraterrestre. La película toma rumbo en la decisión del protagonista de irse a vivir con este personaje, descubriendo que es sólo la punta del iceberg de la fauna social de aquella zona.

En esta apuesta a despojarse primeramente de los personajes insignes, es que se percibe uno de los primeros traspiés del film. Curiosamente, el personaje interpretado por Capusotto es uno de los más deslucidos, reducido a algunas fugaces explosiones de genialidad, y actuando, extrañamente, como pie para el lucimiento de las otras interpretaciones. Ampliando un poco el lente, podría decirse que los personajes de Capusotto siguen estando, pero extrapolados en los otros personajes bizarros que se va encontrando: las conocidas críticas a lo reaccionario y utilitario dentro de la izquierda argentina se percibe en personaje militante fanático de la musica del altiplano, hay un imitador de Sabina que parece sacado directamente de uno de los nuevos personajes de Peter Capusotto y sus videos, o el Gaucho que aparece en “La fiesta del locro”, por momentos parece ser una especie de Micky Vainilla versión ruralista y con menos remilgos (aún). Es decir, todo sigue estando ahí, pero viendo la película, uno se da cuenta de lo intransferible que es la marca de Capusotto en estos personajes.

El otro problema es de formato en sí. Hay dos cuestiones -que en el fondo son parte de lo mismo-, que se pierden definitivamente a la hora de optar por una película de formato clásico: todo lo que en los programas de Capusotto –y sobre todo en lo que era Todo x dos Pesos y, ni que hablar, Cha Cha Cha- funcionaba por su apariencia de barato y agarrado de los pelos, en formato largo se vuelve artificial, daña la misma naturalidad con la que uno entra en la atmósfera del film. Esta relación posiblemente hable más propiamente de las relaciones del teatro con el cine: lo que no funciona en el teatro es una catástrofe en el cine, al tiempo que en lo primero, uno puede hacer concesiones arbitrarias con el espectador –por ejemplo, hacerles entender que esa barra de metal en el medio del escenario es un poste de luz o un árbol- mientras que en lo segundo, no tanto. Todo esto esta relacionado íntimamente con el otro punto fundamental a tratar, que es el juego del adentro y el afuera de la cuarta pared. Capusotto, tal como Olmedo en su momento, ha hecho de los quiebres de encuadre una de sus principales insignias, la misma que siempre hizo de sus videos algo inestable, al punto de su definitiva fragmentación, una especie de rayuela jugada sobre la cornisa que tiene en vilo al espectador. Cuando uno firma con los requerimientos del cine, las reglas son otras, y tales quiebres –que suelen darse exclusivamente de forma adrede en grandes películas de vanguardia o de forma accidental en películas porno o de muy baja calidad (estoy pensando en la intervención de Ron Jeremy en la terrajísima John Wayne Bobbit Uncut)- son más bien poco comunes y, más que nada, casi imposibles de realizar sin salir con algunos rasguños de tal maniobra. Nada de eso sucede en Pájaros volando, resultando ser una película de forma más o menos convencional. En otras palabras, la misma razón que hace que ninguna de las películas de Olmedo les pise los talones a lo que era No toca botón.

Las comparaciones son odiosas y quizás no sea justo poner en entredicho a Pájaros volando con el resto de la obra de Capusotto. Uno puede pensar que, después de todo, sigue siendo una película con buenos momentos, con una gran clase de naturalidad actoral que es la de Verónica Llinás y un mensaje final del estilo de “cada uno tiene el extraterrestre que se merece”, que no sólo resulta muy agudo, sino que cobra otra resonancia con la reciente muerte de Néstor Kirchner (¿cada generación tiene el Perón que se merece?). Quizás en películas como éstas, el último juez debe ser, justamente, las risas de las butacas.

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