Cuando escuché la idea de hacer una película sobre la creación de la red social facebook (con sus famosas querellas legales y cierta construcción sobre la compleja persona del joven billonario Mark Zuckerberg) me pareció una movida tan oportunista como suicida. Oportunista porque, además de aprovechar el envión de uno de los sucesos tecnológicos que más hondamente ha penetrado en la cultura del último decenio (quizás no tanto por sus aspectos técnicos o novedosos como por su omnipresencia), el proyecto se podía encaramar en esa nueva reconstrucción cool que se ha hecho de lo nerd, algo de lo que puede hacerse responsable a la expansión del universo indie en crecientes parcelas del mundo informativo (sobre todo el virtual), cinematográfico y musical (admitámoslo, nunca en la historia ser nerd tuvo tanta onda). Por otra parte, suicida, porque hacer de la construcción de un sitio web el corazón temático de una película, evitando tanto achatar la historia a la mera anécdota, o en el lado opuesto, no caer en hacer un film inentendible para cualquiera que no tenga un doctorado sobre programación informática, requería cierto virtuosismo en lo que refería a la construcción narrativa del film.
Es en este último aspecto que entra David Fincher y disipa por su sola presencia muchas de las dudas que podrían generar estas premisas. Porque Fincher es, posiblemente, uno de los pocos prodigios cinematográficos en lo que se refiere a la construcción narrativa en el cine norteamericano actual. Es un director que se caracteriza por la perfección estructural de sus obras, no tanto (o más bien, “no sólo”) en lo técnico, sino en cierta intuitiva distribución de lo emocional, que hace de la película un kraft perfectamente pulido, pero que casi nunca se vuelve frío, previsible, o repetido. Como prueba de esto sólo habría que ver la maravilla de película que es Zodiaco (2007), un policial irresuelto de dos horas y media, completamente moroso, monocromático y con una muy esporádica distribución de escenas de acción, que logra mantener la intensidad desde el comienzo hasta el final (sólo se me ocurre como competidor, en su relación intensidad/acción/información a Todos los hombres del presidente –Alan Pakula, 1976). La red social no es una excepción y logra ser, en sus dos horas de duración completamente cargadas de información –una virtud que no sólo hay que adjudicársele a Fincher y al guionista Sorkin, sino a la excelente actuación de Jesse Eisenberg, con una verborragia capaz de intimidar al más hábil actor de una screwball comedy- una película inteligentísima, sólida, elegante, pero por sobre todo, atrapante.
Cuestión de códigos
Las numerosas analogías (tanto para la positiva como para la negativa) que se hacen entre el Mark Zuckerberg de Fincher y el Charles Foster Kane –o, para ser más precisos, el William Randolph Hearst- de Welles parecen, cuando menos injustificadas. No tanto por lo estrictamente cinematográfico (en algún punto hay cierta similitud entre esa elegante construcción a base de flashbacks y distintos testimonios que toman cuerpo en los dos juicios a los que se somete Zuckerberg), sino por las diferencias inherentes del sistema económico y distribución de la información entre dos épocas. Más allá de esto, uno de los aspectos más interesantes de la película -y que no fue muy ahondado, al menos en la mayoría en las numerosas críticas que leí- es la película como escenario de luchas entre el mundo tecnologizado y atado al vértigo virtual y los ritos primitivos, encarnados en los extraños códigos morales de Harvard (que colocan en disyuntiva a los gemelos Winklevoss que disputan a Zuckerberg la autoría sobre Facebook –los dos interpretados por Armie Hammer, logro tecnológico que agarrará desprevenido a más de uno) y las distintas pruebas de iniciación que algunos personajes (sobre todo el socio y único amigo de Zuckerberg y eventual demandante, Eduardo Severin) deben atravesar. Sí, es una historia sobre los vericuetos de la megalomanía, sobre el resentimiento y los particulares movimientos internos detrás de cada creación (en ese sentido, volviendo a la inexacta comparación entre Ciudadano Kane y La red social, podría decirse que Erica Allbright -Rooney Mara-, es algo así como el Rosebud de Zuckerberg), pero más que nada sobre ese colapso inminente entre dos códigos, los diferentes puntos de desubjetivación que produce el contacto entre estas dos estructuras (pero que a la vez terminan en sus choques, polinizándose mutuamente). David Fincher está obsesionado con los códigos, no sólo con los de programación (como se puede mostrar en este film), sino con los mismos que rigen los vínculos humanos. Todas sus películas están encabezadas por protagonistas reales, fantasmales o imaginarios que intentan demostrar y poner a prueba el mismo código, no transgrediéndolo de una forma propiamente dicha, sino mostrando sus límites en su cumplimiento más descarnado. En Se7en (1995) tenemos al asesino que elige a sus víctimas de acuerdo a los pecados capitales de La divina comedia y cómo él mismo se ofrece en acto sacrificial a la fuerza policial como escena última que cierra dicho sistema de códigos. Zodíaco es una película construida casi exclusivamente en base al sistema de codificación y decriptación entre un asesino y su perseguidor. En El club de la pelea (1999), son las mismas reglas del club la que dan carnalidad al Tyler Durden, y no viceversa. En este sentido, en este compromiso último con el código, pero exponiendo sus fallas o su diabólica carnalidad en propio acto o escenificación, hacen de Fincher, un director esencialmente perverso.
El valle de los mitos
En esto último radica el atractivo principal de La red social, pero particularmente, del Facebook en sí. Lo que hace a Facebook lo que es, no está circunscrito en su conectividad, sino, justamente en su exclusividad. La posibilidad de rechazar o no aceptar la solicitud de amistad del otro es lo que realmente conforma una comunidad, en tanto la conformación de un otro diferente le da consistencia a un yo, o más que nada, a un nosotros. En el capitalismo tardío, el verdadero capital se vuelve la información, y es, no en la democratización, sino en el secreto y la exclusividad, en las contraseñas y los firewalls donde se introduce el sistema de cortes al flujo, generando los registros y stock, que da consistencia a la misma información como mercancía.
Por otro lado, la historia de facebook es construcción mítica, posiblemente la última mitología empresarial del siglo reciente, y también es narrada como tal. Posiblemente las cosas no hayan sucedido tal cual se nos cuentan, posiblemente las casas del Silicon Valley sean tan divertidas como se las pinta y posiblemente las groupies de genios informáticos aún no millonarios sean tan sexies –habría que ver, en ese sentido, si tiene algo que ver con esta construcción mítica la elección casi exclusiva de chicas asiáticas-, pero justamente, la forma en que es relatada también hace a sus múltiples puntos de vista y sus inherentes deformaciones.
Solicitud de amistad
Pero toda mitología necesita de un héroe, y en este sentido entra en particularidad el protagonista construido por Jesse Eisenberg. Es complicado encontrar en el cine moderno –sobre todo en el norteamericano- un personaje tan difícil de querer y a la vez tan atractivo. Zuckerberg parece entenderlo todo, leer por encima y a través de los códigos, no sólo informáticos, sino sociales y encontrar agujeros del mismo sistema en donde instalarse o saquear, pero es incapaz de actuar por fuera de esa codificación, como un ser humano con sentimientos y necesidad de contacto social. Todo su accionar es una fuga hacia delante, y nunca hay un momento en donde realmente esté disfrutando por lo construido. Hace de amigos variables, x que pueden ser sustituidas por y de todo tipo. Y aún así es interesante, divertido, hasta querible. En útlima instancia, Zuckerberg puede considerarse tanto un triunfador como un perdedor. El pudo construir un club privado, gobernado por sus propias reglas, pero a la vez dentro del mismo sistema es donde encuentra las mismas puertas que no puede cruzar.
publicado directamente en El pijama de Hepburn.
Excelente punto de vista respecto a esta película. Me gustó como supiste captar al personaje. Fuera de ser una película oportunista, considero como vos, que pone en la mesa muchos aspectos que además de actuales están muy por debajo de lo que ves al abrir la página principal de FB y el modo en que el director los plantea me llegó mucho personalmente.
ResponderEliminarel otro dia hablaba con un amigo de cómo el facebook estandarizó muchísimos contactos sociales, sobre todo el flirteo (proceso: petición de amistad, algunos "me gusta" sueltos, comentarios en muro, direct messages, gtalk o msn, mail, cel, bar). creo que es esa megacodificación de los vínculos, y la obsesión de fincher sobre ellos a lo largo de toda su filmografía lo que más me impactó en sí.
ResponderEliminarmas allá de todas estas interpretaciones, The social network funciona basicamente porque es una historia muy bien contada
Che, ta bárbaro el post, y me gusta mucho eso de Fincher y lo de la transgresión.
ResponderEliminarUna recomendación. Mirate, (si no la viste todavía) Memories of murder, de Bong Joon-ho. Una de las mejores películas de la década, y de la que Zodíaco se robó unas cuantas ideas.
Abrazoo