Camalotes perdidos
Recuerdo la primera vez que escuché el Nunca fui yo. Estaba en el pico de mi fanatismo por Buenos Muchachos y me había embarcado en la obsesiva búsqueda de conseguir el único material que me faltaba de ellos, ese casette misterioso con el tercer ojo mirándonos desde otro rincón de Uruguay, un Uruguay noventoso que era nostálgico para unos y mítico para otros más chicos, como quien escribe. Había un conocido de un conocido que lo tenía y un vendedor de dvds metaleros de Tristán Narvaja me dijo que me lo podía conseguir a mil pesos (¡mil pesos!). En fin, parecía un objeto cuya cualidad era superada por su propio misterio. Eventualmente conseguí, via un amigo que regenteaba el sitio www.monosenlamesa.blogspot.com (uno de los club de fanáticos de una banda uruguaya más activos que llegó a existir en la blogósfera) una copia digitalizada del material. Después fueron más lados b, más grabaciones de ensayos, más bootlegs, más covers inconseguibles.
La primera vez tuvo eso, recuerdo casi no haber escuchado la música por la simple emoción de haber terminado de dar con lo que había buscado por tanto tiempo. No sabía qué hacer con el disco, no sabía si escucharlo, o si sentarme sobre él y esperar. Hoy en día, tiempo después de aquel hallazgo, Nunca fui Yo se edita por primera vez en cd, similar a lo que ocurrió con la reedición de Dendritas contra el bicho feo (que ya existía en tal formato, pero con el sello Ultrapop –ahora se editó por Bizarro- con quienes habían tenido una comunicación algo “accidentada”, por llamarle de alguna manera), abriendo el baúl misterioso y haciendo público, en materia de sonido, un pasado que fue más contado que presenciado.
Me parecía necesario empezar esta nota en primera persona y remitiéndome a la dimensión mítica del recuerdo, porque precisamente es uno de los puntos que habría que poner en discusión a la hora de criticar un disco como Nunca fui yo. Esta nota podría optar por hacer un registro histórico del álbum, quedarse hablando del boliche de Juntacadáveres, de aquel primer toque en un cumpleaños, de Mamá era punk y las referencias clásicas al período post dictadura, pero me parece que podría ser una buena oportunidad para apartarse de tanta necrofilia imperante. Porque, ¿qué se podría decir sobre toda esa época que ya no se haya dicho hasta el hartazgo? Y sobre todo porque, después de todo (a diferencia de muchas otras figuras que desaparecieron o se quedaron agarrados de uñas y dientes de aquellos años de gloria –también habría que revisar qué entendemos por “gloria”) los Buenos Muchachos siguieron tocando y haciendo buenos –mejores- discos, incluso transformándose hasta un nuevo set de temas que renueva por completo su sonido anterior. El presente de Buenos Muchachos es tan interesante que es innecesario ponerse nostálgicos. Así que, ¿qué puede encontrársele al Nunca fui yo, que se aparte del mero ejercicio melancólico?
A diferencia de lo que se puede pensar, a pesar de algunos temas que se repetirán en ambos materiales fonográficos, no hay un continuismo muy claro entre el Nunca fui yo (1994) y su sucesor más inmediato, el Aire Rico (1999). No es, como comúnmente podría pensarse, un retoño de lo que luego florecería, sino algo bastante distinto. En todo caso, en algunos aspectos, más allá del efecto de pulido entre un disco y otro, el Nunca fui yo es un disco mucho más ambiental (esuchar, por ejemplo, “Preludio del mescalito” y “Hey luna hey!”), más emparentado al Amanecer Búho (2003), o más aún, con el nuevo material que Buenos Muchachos suele presentar en vivo, que con sus sucesores más cercanos (Aire Rico y Dendritas). También, es un disco mucho más denso en materia poética que aquellos dos discos, poesía que es recién retomada de manera más decidida en temas actuales como Nico Cuevas. En contraparte, las guitarras, cargadas de fuzz y algo similar al efecto big muff reverberan de una forma particular, muchas veces imponiéndose por completo por encima de la voz, por lo que mucha de la poesía, para quien no tiene un booklet, resultará casi ininteligible (pienso en, por ejemplo, “Anti-sinpasión”, posiblemente una de las mejores –y más olvidadas- letras que haya escrito Pedro Dalton). Y a esto se le agrega la voz. Acá sí podríamos sacar la excavadora y empezar a buscar las ramificaciones, como si hubiera una idea inherente de proceso. Ya desde el grito inicial –el grito inicial de una historia de ya veinte años- de “Me emboooorrracheee!” en “El duendecito bebedor”, todo lo que ha caracterizado al estilo de Dalton –los imprevisibles giros melódicos, la disonancia, el agregado de efectos, la utilización de un inglés criollo convertido en una especie de idioma propio- se percibe de una manera más radical en este disco. Como un niño que necesita romper un juguete para ver qué tiene adentro, cómo funciona, Pedro Dalton se lanzaba en este primer álbum a buscar todas las formas y alternativas posibles (siendo un camino plagado de aciertos y errores, habría que remarcar). El más recalcable de todos estos experimentos es el tema “Temperamento”, en donde el uso del delay y el reverb hace solapar los versos, incluso interponiéndose varias palabras en un mismo sonido (dándole un aire de paranoia muy particular). Recién en esta reedición –con el posible trabajo remasterización del mismo (o quizás es que la copia del original que yo tenía no era buena, vaya uno a saber)- se puede entender un poco más el experimento, optando por lateralizar un poco más los ecos, que antes caían como un granizo ininteligible en toda la canción. Más allá de que muchos prefiramos la versión más convencional –y más contundente- de “Temperamento” en Amanecer Búho, habría que colocar esta versión original en un lugar importante, por haber allanado un camino de posible experimentación con la voz y distintos pedales, que curiosamente no fue muy continuado, a no ser quizás por Lucas Meyer, Adriana Navarro (de Fiesta Animal) y alguna que otra banda reciente.
Otro aspecto importante a tomar en cuenta es que la mayoría de las canciones permanecen prácticamente incambiadas de su versión original. Esto puede parecer una obviedad, pero luego de escandalosas mutilaciones como la que sufrió Autoblues de Fernando Cabrera (algo particularmente extraño, optándose por trastocar la letra de algunos versos de canciones perfectas como “Informe sobre Valeria”), el vilipendio está a la vuelta de la esquina.
Fiel a sí mismo, Nunca fui yo es un disco imperfecto, con algunas opciones de sonido molestas y cierta tendencia de la banda a perderse y reencontrarse, pero que funciona como un río congelado en el que se encuentran varios elementos que, lejos de exponerse en vitrina de taxidermista, vuelven a la vida, cuales peces de deshielo, resignificando y volviéndose a articular con el presente una de las bandas de más importantes que haya dado el rock nacional
http://monosenlamesa.blogspot.com/
ResponderEliminarSalú.