sábado, 11 de junio de 2011

Bummer Summer (Zach Weintrub, 2010)


Los pibes de Olympia

Isaac permanece postrado, con la pera contra un pupitre, y saca una navaja. En el momento en que presiona el resorte, a diferencia de lo que podríamos esperar, no sale una hoja afilada, sino un peine. La navaja falsa concentra en sí misma dos elementos que se van a hacer patentes en el propio espíritu o proyecto ético/estético del film: primero, el más obvio, la ausencia de auténtica violencia o cualquier monto mínimo de agresividad, en una película que trata a la juventud en su más definitivo perfil bajo, tratando muchos temas clásicos de dicha edad, pero desde las notas al pie de página; segundo, una notoria estética del distanciamiento iconoclasta, el “Esto no es una navaja” –citando a Magritte-, de la cultura hipster de los Estados Unidos. Lejos de ser los típicos slackers (aquellos vagos, demasiado feos para ser cool, salidos la famosa película de Linklater), los pibes de Bummer Summer tienen más onda, parecen de un contexto sociocultural más alto, están incluidos de una determinada escena y, más allá de su común farfulleo y silencios, parecen tener las cosas un poco más claras (o al menos, parecen un poco más autoconscientes de todo lo que ocurre a su alrededor, aún cuando aquello sea el mismo tedio inconsecuente).

Isaac toca en una banda y es novio de una chica adorable llamada Maya. Su hermano Ben acaba de llegar de otra ciudad donde estudia para pasar el verano junto a él. Al poco tiempo, en un toque de Isaac, Ben se reencuentra con Lila, chica que supo ser su novia en el pasado, pero que dejaron por la lejanía y motivos más bien poco claros. No tarda en generarse un trío amistoso, por momentos bordeando con lo romántico, que se disparará a otros niveles cuando Maya, celosa de Lila, corte con Isaac, quien, sin estar demasiado afligido, aprovecha la oportunidad para irse a un viaje bastante indefinido que tenían pensado hacer los otros dos.

El resto de Bummer Summer transcurrirá en el archiconocido formato de road movie, en donde no tardarán en aparecer los famosos personajes excéntricos que suelen condimentar dicho género, entre ellos un cuidador que en el medio de una playa desierta les viene a pedir esencia de vainilla para una torta que está haciendo para autocelebrarse su cumpleaños, o un ex empleado de una librería que suele llevar a desconocidos a su antiguo local, portando en su cabeza aquellas linternas típicas de mineros. Aún así, el film nunca se aparta de ese tono circunstancial, ni del centro principal de la trama, que es la callada competencia entre los dos hermanos por el amor de Lila. En este sentido, no sólo por la competencia con ciertos matices de resentimiento, sino por la estructuración del film en torno a un lugar mítico, posiblemente inexistente, que orienta el viaje emprendido por los tres, Bummer Summer parece como una versión asexuada y mascullante de Y tu mamá también (en el film de Cuarón, la Itaca de los viajantes era una alucinada playa escondida, mientras que en la película de Weintraub es un laberinto de ruta, que ostenta el título de ser el más grande de los Estados Unidos). El verdadero laberinto de Bummer Summer es el deseo de Lila (al igual que el de Luisa Cortés), pero el recorrido alrededor del mismo no sirve para otra cosa que desenterrar la verdad del deseo de los otros dos (en el caso de Y tu mamá también, los resultados de tal desocultamiento, como todo en aquel film, eran más radicales). La cámara, generalmente prefiriendo los planos fijos, sólo exceptuando un travelling en el cierre del film, al comienzo parece parca, con un blanco y negro digital que parece achatar demasiado la imagen. Curiosamente, como si en el mismo moverse, los planos se fueran despegando unos de otros, a medida que transcurre el viaje, la fotografía se vuelve más rica, al igual que los encuadres y los escenarios (la escena de Ben, Isaac y Lila en una playa está inmersa en un aura extraña, ensoñada, que parece una mezcla del último capítulo de Kaos, de los hermanos Taviani con la tapa de Spiderland, famoso álbum de la banda Slint).

Esta irregularidad de logros técnicos coincide un poco con mi propia postura frente a este film. Por un lado, es un poco más de lo mismo, como si a partir de la explosión del mumblecore en el cine independiente yanqui no se haya hecho otra cosa que filmar la misma película una y otra vez, a la vez que esa cuestión hipster de casi todos los personajes invade un poco por demás el metraje. Contradictoriamente, gran parte de lo atractivo del film también está afincado en estas mismas referencias culturales, o al menos aquella sensibilidad, como esa hermosa canción de créditos que cierra el film, que podría haber sido un tema instrumental de Chan Marshall cuando todavía no había dejado el alcohol, en el corazón de los noventas. Este espíritu noventoso no es sorpresivo que aparezca en una película independiente filmada en Olympia, ciudad conocida como uno de los centros neurálgicos de la música indie de aquella década, con bandas como Nirvana (un poco antes de irse definitivamente a Seattle), o los Beat Happening, que perfectamente podrían haber musicalizado esa condición pueril y conflictiva de aquel trío amoroso.

Todo juicio vinculado a lo repetido o predecible de Bummer Summer (el final ya se lo puede ver desde media hora antes del cierre) se disipa con algunos de esos momentos y atmósferas mágicas, que parecen encontradas casi por casualidad. Creo que es más astuto reconocer las dos caras de un mismo film, antes que intentar someterlo a un sistema de pesos y medidas.

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