El hijo terrible
Es conocido el dicho de que no es justo juzgar a los padres por sus hijos (así como tampoco es muy feliz estar todo el tiempo midiendo al hijo con sus progenitores), pero en el caso de la familia Gavras, con un padre insigne dentro del cine político y dos hijos que se han abierto camino en el séptimo arte con estilos diferentes, pero que tocan cierta dimensión política de una manera bastante clara, la comparación, la búsqueda de los genes y los definitivos rasgos fenotípicos en cada una de las obras termina siendo inevitable.
De Julie Gavras ya habíamos hablado el año pasado, con su film La culpa es de Fidel (2006), en donde se retrataba la vida –quizás, en cierta medida, autobiográfica- de una niña durante los años de agitación política, dividida entre el discurso de sus cariñosos abuelos fanáticos de Charles de Gaulle y sus padres izquierdistas, que pasaban gran parte de su vida ausentándose, yendo a Chile y albergando allendistas que se escapaban de la dictadura de dicho país. Más allá de esto, lo que se perfilaba como una película cuestionadora, que analiza hasta qué punto un padre deja de ser un padre al sobreponer un compromiso político muy por encima de la vida familiar, en el momento fundamental, cuando Julie llegó al borde, en vez de pegar el salto dio la vuelta y se alejó. La película así, mostraba una ambivalencia extraña, propia de los sentimientos de amor y odio que uno puede sentir frente a un padre (no es mi intención edipizar en exceso a la pobre Julie, que quizás tiene una relación con Costa Gavras completamente diferente a la que planteo, simplemente señalo algunas costuras morales que quedan demasiado a la vista en su film).
Por otro lado, también habíamos hablado de Romain Gavras, en una nota sobre A cross the universe, documental sobre la el grupo Justice, uno de los retratos más crudos y hedonistas de una banda de rock. Más allá del documental, Gavras era más conocido por sus trabajos como director de polémicos videoclips, epecialmente por Stress, también de Justice y el no menos shockeante Born Free, de M.I.A. A principios del 2010 había comenzado a circular de forma viral un trailer de Notre jour viendra, la película con más presupuesto del director hasta la fecha. El video se volvió célebre por ser uno de los trailers más crípticos y sensuales que hayan circulado en los últimos años, y a esto se sumó un inquebrantable silencio del director –a la vez que un inusitado manejo del secreto a niveles de la web, donde las filtraciones suelen ser inevitables-, que llevó a generar una importante expectativa (de esas expecativas de doble filo) para el estreno de su obra. En el trailer aparecía una cruz –una de las particulares obsesiones de Gavras- una mujer mordiéndole el pulgar a Vince Cassel, una niña pelirroja regordeta, un desierto y Olivier Barthelemy afeitándose la cabeza y las cejas.
El día tan temido
En cierto punto, Notre jour viendra es una continuación (o precuela, es imposible de ser claro al respecto) del video Born Free. En el film se retrata una Francia ucrónica en donde los pelirrojos son parias, generalmente insultados o degradados de una u otra manera. Remy es un muchacho mórbidamente tímido, que a pesar de su altura, es cotidianamente golpeado en su liceo, a la vez que mantiene un único contacto con una cyber-novia que nunca llegó a conocer físicamente. Vincent Cassel, como Patrick, aparece casi como un angel guardián, subiéndolo a su auto una noche en que Remy se escapa de su casa. Patrick es casi el opuesto del otro, es un pelirrojo que asume su condición de minoría como el mismo filo de su espada, considerando que va a ser todo y mucho más de lo que los otros piensan, hasta que por insistencia, por terror o por costumbre lo comiencen a amar. Remy añora tomarse un buque y viajar a Irlanda, donde los pelirrojos abundan y donde se imagina que no será más discriminado. Lo que parece un deseo específico y no necesariamente imposible de concretar, en el puente entre planificación y llegada, se sucederá uno de los viajes más violentos, pero por sobre todo, erráticos, que se hayan filmado en mucho tiempo.
Cassel se está convirtiendo de a poco –sobre todo después de la famosa Black Swan- en uno de esos hijo-de-putas profesionales, anclados en determinado physique du rol (la nariz aguileña, los ojos saltones, la pera puntiaguda), y en el caso de Notre jour viendra, está a la altura de las circunstancias. En cierto punto, en ese estilo aleatorio y errático, la película es posiblemente uno de los films sobre resentimiento en uno de los estados más puros que he visto. Posiblemente su escena más contundente es la de Patrick entrando al jacuzzi en el que está un empresario y su novia, masturbándose adentro del agua, sin decir nada, mientras Barthelemy los apunta con una ballesta (¡una ballesta, señores!). Los contraplanos del rostro cínico de Cassel y los de la aterrorizada pareja es una de las escenas de enfrentamiento de clases más escalofriantes y paroxística que haya visto.
Luego de un tiempo, he comprendido que en lo incómoda y violenta que es, Notre jour viendra es algo así como
Servidores de satán
Gavras ha hecho del cinismo su motor propio, logrando incluso en el documental de una banda, encontrar las dimensiones ominosas del auténtico hedonismo (sin filtros, sólo por medio de un epiléptico montaje, las groupies de la banda, desnudándose frente a la cámara, bailando o besándose entre sí, comienzan a parecerse a monstruos). Incluso por así decirlo, los mismos integrantes de la banda, lejos de mostrarse como esos rockstars desbordantes de deseo, se entregaban a un montón de excesos, pero con cierta dejadez, como si el gozar fuese una imposición de arriba, como si alguien en otro lugar estuviera tirando de las cuerdas.
Born Free y Stress funcionan como un auténtico díptico. Son las dos caras de un mismo terror. Stress es la pesadilla de la clase media parisina llevada a su acto definitivo. En ella, un grupo de negros, latinos y árabes, casi todos no mayores de veinte años, incluso algunos de trece o catorce, asaltaban las calles de París, con camperas de cuero y con la famosa cruz labrada atrás, dejando una estela de destrucción a su paso. La impresión que genera en el espectador es la de una completa indefensión, la de que “no hay nada que pueda salvarnos de ellos”. Incluso los mismos directores se incluyen dentro del universo diegético del videoclip, para ser arrasados por el mismo objeto de estudio al final del video (incluso, la participación del director en el video genera cierta incomodidad y complicidad pasiva, como sucedía también en Ocurrió cerca de su casa -Remy Belvaux, Andre Bonzel, 1992-, en donde se hacía un reality show de la vida cotidiana de un asesino múltiple). El radio de destrucción se extiende hacia la misma banda Justice, cuando parte de la gang se roba un auto y suena en la radio el single D.A.N.C.E., el primer hit de los franceses, para destruir el aparato a patadas inmediatamente. La cosa es en serio, los tipos no están para pavadas. Ese mismo gesto metamusical, dota a la destrucción de un gesto afirmativo, distinto del mero thanatos cerrado en sí mismo.
Hijo de un padre tan políticamente comprometido, un video en donde justamente se colocaba en su lugar monstruoso a aquella otredad radical que la sociedad francesa intentaba irradiar (el video fue lanzado en pleno gobierno de Sarkozy, marcado por esas políticas segregativas que han marcado su mandato) dejó a medio mundo desconcertado. A su vez, en Born Free, el papel de las violentas clases minoritarias es reocupado por fuerzas militares, que entran en casas, golpean y saquean buscando a pelirrojos, a quienes meten en un campo de concentración. Viendo Born Free queda claro de que todo es la misma violencia, omnipresente y arrasadora.
Retratista de pesadillas
Costa Gavras fue, a lo largo de su carrera, uno de los directores que mejor describieron los procesos de construcción de una verdad, proceso que llega a su más alto punto en Z, su más famoso film, en donde la reconstrucción del caso de un profesor asesinado por un gobierno de ultraderecha termina funcionando como uno de los alegatos más políticamente contundentes que hayan marcado los setentas. Viendo el cine de Romain, nos damos cuenta de que aquello no le interesa tanto como abrir el cuerpo y exponer el imaginario que sostiene dichos proyectos, las pesadillas que sostienen el fascismo más biopolítico o molecular que subsiste en la sociedad actual.
Ver a Romain es incómodo, a veces molesto, pero por así decirlo, durante el metraje se genera un efecto de suspensión crítica, procedido por la sombra de una duda, de no saber cómo nos paramos ideológicamente frente a lo que acabamos de ver. Ya no importa si nos parece bueno o malo lo que hace; lo logrado, en su aspecto más visceral, es ya suficientemente interesante. Cualquiera sea la opinión definitiva, es bueno que aparezcan estos directores, y es igualmente importante que se los discuta.
muy buenas notas! me gustaria acercate/enviarte algunas pelis argentinas para que veas.
ResponderEliminarcómo podemos hacer?
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