martes, 6 de septiembre de 2011

Cold Weather (Aaron Katz, 2010)



Los siete secretos

Desde el comienzo del metraje, la filmación en digital, el sonido ambiente y el entorno urbano, frío y húmedo de Portland (cuna de algunas de las mejores películas de Gus Van Sant) delatan a gritos el carácter indie de Tiempo frío (Aaron Katz, 2010). Nos encontramos en una cena familiar, en donde Doug (Chris Lankenau) vuelve a su ciudad natal, luego de abandonar sus estudios de ciencias forenses. Las charlas en la mesa son completamente circunstanciales, con nada concluyente de parte de ninguno de los comensales (cuando se le pregunta a Doug si va a retomar los estudios, apenas responde “es una posibilidad”). Gail (Trieste Nelly Dunn), la hermana de Doug, tampoco parece tener las cosas muy claras, trabajando sin demasiado entusiasmo en una oficina. En la primera mitad del film, prácticamente nos atenemos a la aburrida vida cotidiana del protagonista, que comienza a trabajar en una fábrica de hielo (exponiéndose esa condición clásica del slacker norteamericano, de jóvenes blancos y vagos, trabajando en empleos para los que están sobrecalificados), donde conoce a Carlos, con quien comienza a entablar una amistad y tender varios lazos e intereses en común. También hay un reencuentro con Rachel, una ex novia de Doug, pero no parece haber en esta situación nada que gatille la relajada (por no decir apática) vida del protagonista.

La película podría seguir en esta velocidad crucero sin tener que pedir préstamos a cualquier tipo de desencadenante. Hasta ese momento, Tiempo frío entraría plácidamente en la bolsa del género mumblecore, donde se suele privilegiar las conversaciones circulares y en tono bajo, concentrándose más que nada en las relaciones humanas (en este sentido, el hermanazgo entre Doug y Gail es uno de los temas fundamentales del film), que en lo más ajustado al plot. Sin embargo, Aaron Katz introduce una variable, casi como si fuese un ejercicio de estilo. La tranquila vida de ese cuarteto que conforman Doug, Gail, Carlos y Rachel, se sacude tras la desaparición de la última, quien desde el comienzo parece estar rodeada por un aura de misterio. A partir de ahí, la trama se concentra en una labor detectivesca en la que Doug y sus amigos tratarán de resolver un enigma que involucra a un maletín, estadísticas de baseball, páginas de desnudos y un hombre con sombrero de vaquero. Uno se tentaría a recurrir al término “la película da un volantazo”, pero sin embargo podría decirse que, más allá del entrecruzamiento de géneros, el film guarda con el thriller policial una relación insular, sin dejar de privilegiar en ningún momento el formato del mumblecore. La película, más allá del misterio y las nuevas emociones que podría desencadenar esta búsqueda, nunca deja de ser lo que es, una obra sobre los lazos filiales, o quizás más aún, una película sobre el trabajo, el empleo y la vocación (Doug termina reencontrándose, casi de atropello, con la pasión detectivesca que lo llevó a optar por las ciencias forenses).

Toda la pirueta argumental del thriller policial está resuelta con cierto humor, un entrecomillado que nos indica que no nos tenemos que tomar las cosas demasiado en serio. En determinado momento, Doug –fanático de Sherlock Holmes- decide, casi como si fuera un paso indispensable para resolver el misterio que se le planta en frente, ir a comprarse una pipa. Sin embargo, cuando vuelve en el auto, ligeramente decepcionado por su compra (el quería una mucho más cara, bien típica del famoso personaje de Conan Doyle), se da cuenta de que no compró tabaco, por lo que deciden volver al lugar. Una vez en su casa, fumando dice “no, no me está ayudando a pensar más claro”. Incluso, muchos de los giros y descubrimientos, si uno se pusiera demasiado riguroso con el género, parecen improbables, o sacados de la galera, lo que llena al film de una atmósfera pueril y descontracturada, aún cuando por momentos pareceríamos ir acumulando piezas de un crimen sórdido (algo en común con Jarmusch, un director particularmente afecto al entrecruzamiento de géneros, quien también daba un formato detectivesco y algo cándido a la investigación de Bill Murray en Flores Rotas)

Ante toda esta inocencia, recurriendo a este mapa de referencias, más que Sherlock Holmes, los personajes de Tiempo frío parecen los niños de Enid Blyton, versión slacker. Esto no parece decir mucho, pero tampoco parecen hacerlo sus personajes, que siempre parecen estar envueltos por el absurdo y la incongruencia, como esos hielos sobrantes que la fábrica les encarga a Doug y Carlos arrojar a una cuneta.

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