Sangre sobre
la nieve
Las
películas de cacería, centradas en un protagonista que intenta escapar de sus
persecutores se han convertido en un género en sí mismo. La lista podría
incluir obras como la archiconocida El
fugitivo (Andrew Davis, 1993), el western místico Dead Man (Jim Jarmusch, 1995), la subvalorada pieza de acción de Apocalypto (Mel Gibson, 2006), o la
bizarrísima joya de Ozploitation, Turkey Shoot (Brian Trenchard- Smith,
1982). Lo que divide en general a las obras es el tratamiento que se le da al
perseguidor, mientras que el protagonista, con sus luces y sus sombras, siempre
está profundamente humanizado, a modo de que podamos armar un puente de
empatía. Los dos extremos de las diferentes formas de construir a la fuerza
amenazante se dan en entre Dead Man (en donde los tres asesinos son retratados
con un cariño, por así decirlo jarmuschiano, similar al papel protagónico de
Johnny Depp) y No hay lugar para los
débiles, la asombrosa obra de los hermanos Cohen, en donde el personaje
interpretado por Javier Bardem parece una invasión súbita de lo real, un virus
del sistema que comenzó a funcionar por sí sólo, con su propia lógica y sus
propios medios.
Lo
que sí es una maniobra extraña es lograr que se reduzca a esta última
animalidad, o limado simbólico, no sólo al perseguidor, sino al mismo
perseguido. Esto es lo particular de Essential
Killing, última película de Jerzy Skolimowski, ganadora de tres premios de
Venecia, entre ellos el Premio especial
del Jurado y el premio a Mejor
interpretación masculina. Vincent Gallo es un afgano –no sabemos a ciencia
cierta si talibán- escondido entre unas grutas del desierto de dicho país.
Acorralado por tres soldados norteamericanos, los mata, pero su fuga es
rápidamente abortada, siendo conducido a una instalación de máxima seguridad al
mejor estilo Abu Ghraib, en donde abundan las torturas y los interrogatorios.
Tal como en El fugitivo, en un
traslado por carretera hacia Europa, el camión vuelca y Gallo (vamos a llamarle
así, porque nunca sabemos su verdadero nombre) se da a la escapatoria en los
helados bosques polacos –no sin antes matar a los dos conductores.
Skolimowski,
director experiente responsable de obras como la mítica Deep End (1970), sabe
mantener el pulso firme, aún cuando en gran parte del film prácticamente no se
ve rastro de las fuerzas norteamericanas. Casi como esos programas que están en
boga últimamente, Essential Killing
es un tutorial de cómo sobrevivir en condiciones extremas, incluyendo entre
algunas de las proezas del protagonista destrabar trampas de oso, comer
hormigas, borrar su rastro y sobrevivir a la hipotermia de múltiples maneras.
Gallo en ningún momento pronuncia una palabra, la mayor parte del tiempo queda
inmerso a un trabajo plenamente físico, en el que sufre, llora y pone todo lo
suyo para mantenerse vivo y libre. Viendo el film, parecería que Skolimowski
hubiese despejado todas las variables y reducido el asunto de la cacería a un
álgebra puro y abstracto, en donde tenemos, de los dos bandos, no personas,
sino más bien x e y’s, manada pura, sin codificar. El conflicto de medio
oriente se presta muy fácilmente a la elaboración de alguna declaración o
máxima, pero pronto nos damos cuenta de que Essential
Killing tiene más de National Geographic que de History Channel. En todo caso,
si intentáramos rastrear algun tipo de statement
político, sería el de que en la guerra somos reducidos a nuestra máxima
animalidad, a seres sin nombre ni habla, y de ahí posiblemente el término
“Essential” (esencial). Sorprende cómo, no sólo no se dota a Gallo de voz –lo
único que podemos rescatar de cierta interioridad psicológica es una serie de
sueños o flashbacks mínimos, que se
repiten de vez en cuando-, sino que, en el marco de su escapatoria, se lo
obliga a hacer una serie de acciones que tienen una función secundaria de
lograr cierto distanciamiento del espectador al personaje. A uno de los
conductores a quien mata cuando se escapa de la camioneta lo vemos segundos
antes recibiendo la información de que su esposa está embarazada de mellizos, así
como en cierto momento de desesperación, Gallo acorrala a una mujer que
encuentra amamantando en la ruta y a punta de pistola toma un poco de leche de
su teta, logrando que se desmaye, por el shock, dejándola junto a su bebé al
costado de la carretera (por más que obedece a una necesidad puramente
orgánica, es imposible deconstruir la escena como la de un jodido abuso
sexual). Todos estos excesos cuentan con la particularidad de ser filmados
bastante tangencialmente, generando una extraña economía de emociones que no
permite al espectador ni identificarse temporalmente con las víctimas (en muertes
que otro director habría aprovechado sacarle el rédito más gore, Skoliwosky
sólo reduce el suceso a sus efectos: de un asesinato con motosierra, sólo
logramos ver los restos de sangre sobre el traje de nieve de Gallo, a la vez
que las cuchilladas a un perro son filmadas con cierta distancia, casi como si
el protagonista estuviera acuchillando un cuero.
Con
un final que recuerda al de Jungla de
asfalto (John Huston, 1950), el film brilla por esta disposición férrea a
mantener todo fijado a la oposición de fuerzas abstractas: dos vectores en
oposición, sangre y nieve, rojo sobre blanco.
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