jueves, 17 de mayo de 2012

Essential Killing (Jerzy Skolimowski, 2010)


Sangre sobre la nieve
Las películas de cacería, centradas en un protagonista que intenta escapar de sus persecutores se han convertido en un género en sí mismo. La lista podría incluir obras como la archiconocida El fugitivo (Andrew Davis, 1993), el western místico Dead Man (Jim Jarmusch, 1995), la subvalorada pieza de acción de Apocalypto (Mel Gibson, 2006), o la bizarrísima joya de Ozploitation, Turkey Shoot (Brian Trenchard- Smith, 1982). Lo que divide en general a las obras es el tratamiento que se le da al perseguidor, mientras que el protagonista, con sus luces y sus sombras, siempre está profundamente humanizado, a modo de que podamos armar un puente de empatía. Los dos extremos de las diferentes formas de construir a la fuerza amenazante se dan en entre Dead Man  (en donde los tres asesinos son retratados con un cariño, por así decirlo jarmuschiano, similar al papel protagónico de Johnny Depp) y No hay lugar para los débiles, la asombrosa obra de los hermanos Cohen, en donde el personaje interpretado por Javier Bardem parece una invasión súbita de lo real, un virus del sistema que comenzó a funcionar por sí sólo, con su propia lógica y sus propios medios.
Lo que sí es una maniobra extraña es lograr que se reduzca a esta última animalidad, o limado simbólico, no sólo al perseguidor, sino al mismo perseguido. Esto es lo particular de Essential Killing, última película de Jerzy Skolimowski, ganadora de tres premios de Venecia, entre ellos el Premio especial del Jurado y el premio a Mejor interpretación masculina. Vincent Gallo es un afgano –no sabemos a ciencia cierta si talibán- escondido entre unas grutas del desierto de dicho país. Acorralado por tres soldados norteamericanos, los mata, pero su fuga es rápidamente abortada, siendo conducido a una instalación de máxima seguridad al mejor estilo Abu Ghraib, en donde abundan las torturas y los interrogatorios. Tal como en El fugitivo, en un traslado por carretera hacia Europa, el camión vuelca y Gallo (vamos a llamarle así, porque nunca sabemos su verdadero nombre) se da a la escapatoria en los helados bosques polacos –no sin antes matar a los dos conductores.
Skolimowski, director experiente responsable de obras como la mítica Deep End (1970), sabe mantener el pulso firme, aún cuando en gran parte del film prácticamente no se ve rastro de las fuerzas norteamericanas. Casi como esos programas que están en boga últimamente, Essential Killing es un tutorial de cómo sobrevivir en condiciones extremas, incluyendo entre algunas de las proezas del protagonista destrabar trampas de oso, comer hormigas, borrar su rastro y sobrevivir a la hipotermia de múltiples maneras. Gallo en ningún momento pronuncia una palabra, la mayor parte del tiempo queda inmerso a un trabajo plenamente físico, en el que sufre, llora y pone todo lo suyo para mantenerse vivo y libre. Viendo el film, parecería que Skolimowski hubiese despejado todas las variables y reducido el asunto de la cacería a un álgebra puro y abstracto, en donde tenemos, de los dos bandos, no personas, sino más bien x e y’s, manada pura, sin codificar. El conflicto de medio oriente se presta muy fácilmente a la elaboración de alguna declaración o máxima, pero pronto nos damos cuenta de que Essential Killing tiene más de National Geographic que de History Channel. En todo caso, si intentáramos rastrear algun tipo de statement político, sería el de que en la guerra somos reducidos a nuestra máxima animalidad, a seres sin nombre ni habla, y de ahí posiblemente el término “Essential” (esencial). Sorprende cómo, no sólo no se dota a Gallo de voz –lo único que podemos rescatar de cierta interioridad psicológica es una serie de sueños o flashbacks mínimos, que se repiten de vez en cuando-, sino que, en el marco de su escapatoria, se lo obliga a hacer una serie de acciones que tienen una función secundaria de lograr cierto distanciamiento del espectador al personaje. A uno de los conductores a quien mata cuando se escapa de la camioneta lo vemos segundos antes recibiendo la información de que su esposa está embarazada de mellizos, así como en cierto momento de desesperación, Gallo acorrala a una mujer que encuentra amamantando en la ruta y a punta de pistola toma un poco de leche de su teta, logrando que se desmaye, por el shock, dejándola junto a su bebé al costado de la carretera (por más que obedece a una necesidad puramente orgánica, es imposible deconstruir la escena como la de un jodido abuso sexual). Todos estos excesos cuentan con la particularidad de ser filmados bastante tangencialmente, generando una extraña economía de emociones que no permite al espectador ni identificarse temporalmente con las víctimas (en muertes que otro director habría aprovechado sacarle el rédito más gore, Skoliwosky sólo reduce el suceso a sus efectos: de un asesinato con motosierra, sólo logramos ver los restos de sangre sobre el traje de nieve de Gallo, a la vez que las cuchilladas a un perro son filmadas con cierta distancia, casi como si el protagonista estuviera acuchillando un cuero.
Con un final que recuerda al de Jungla de asfalto (John Huston, 1950), el film brilla por esta disposición férrea a mantener todo fijado a la oposición de fuerzas abstractas: dos vectores en oposición, sangre y nieve, rojo sobre blanco.

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