La esquina de
la muerte
Solar
murió y nos deja un pedazo de asfalto con su cadáver marcado en tiza.
Material
confiscado en la escena del crimen:
a)
“(…) pero nadie nos escuchó en realidad, pudimos dudar y no dijimos nada/ nadie
va a extrañarnos aquí, todo lo que fuimos es como el viento que sopla/ que rara
manera tenemos, para hablar del pasado/ otra primavera en el sótano”.
b)
“Tengo tu cara y no te la devuelvo, cierro la boca y canto por dentro/ todo
este tiempo que estuve acá parado trataba de decir esto”
c)
“Veo el reflejo del agua en las baldosas, tapa el sol la sombra de la ola/
habrá que nadar en el maremoto, habrá que nadar, habrá que desearle lo mejor a
los demás y habrá que desearlo de verdad…
Todo
en “La banda” -disco póstumo de Solar- habla, no sólo de la separación, sino de
un ambiente en general, no tan frágil como apagado, similar al de levantar las
mesas de una fiesta a la que no fue mucha gente, los decepcionantes amaneceres
de una pareja que se da una nueva oportunidad en un viaje a la costa y se da
cuenta de que las cosas ya no son las mismas. Hay una alternancia, incluso
dentro de un mismo tema, de momentos y melodías ligeramente alegres que de
repente se desploman en un bajón, temas puente –como India muerta que son
cuatro minutos de alegría petrificada, esperando para derretirse en el calor de
la noche.
Vichando
el pequeño librillo en pdf que viene con el disco (disponible en
www.feeldeagua.net), uno comprende que “La banda” no refiere tanto a la
formación de Solar en sí, sino a “la banda” de amigos que los rodean o los
supieron acompañar a lo largo de los años. En este anti-álbum fotográfico
encontramos a personajes fuera de foco, en baja resolución, una espalda
manchada, uñas con esmalte negro, manos sosteniendo una copa de vino, “pipas”
Nike entre las baldosas húmedas, rostros recortados, perdidos en la vereda. Desprolijidad,
pero sin ningún atisbo de espíritu punk, o encanto hipster. Uno reconoce geográficamente las fotos, todas emplazadas
en la conocida “esquina de la muerte”, un embudo de la noche concentrado en la
aglomeración de bares que se dan entre Canelones y Ciudadela. En esa colección
social, uno percibe que Solar habla de algo más allá de ellos, de un ánimo
general de esa, por así decirlo, “generación”, de metodologías para vivir y
sobrevivir la noche.
Uno
puede cometer el error de proyectar, o armar al muerto a partir de evidencia
poco confiable, pero difícilmente se encuentre, en toda la producción musical local,
un disco que hable tan bien, casi sin quererlo, de lo que han sido los últimos
años en la “Esquina de la muerte”. A diferencia de los mitologizados bares
Juntacadáveres, o Perdidos en la noche, exagerados, hipertrofiados y
vandalizados en todas las memorias y reseñas de antiguos habitués, el retrato
nocturno de Solar dista de tener los broches de violencia, oscuridad densa o explosivo
hedonismo que podía registrarse en bandas paradigmáticas de aquella época como
Chicos Eléctricos, Buenos Muchachos, o Gallos Humanos. Solar habla más sobre
estar solo, vagabundeando de un boliche a otro, con un vaso de fernet ya
completamente aguado en la mano, buscando a algún conocido, algún trago
garroneado, cien pesos que puedan hacer rendir el resto de la noche, hablar con
una piba con la que una vez pudo haber pasado algo pero ya no, el temor de emprender
camino vuelta a casa, eludiendo a porteros que riegan el frente de edificio,
sabiendo que nada es suficiente (“no es raro despertar viajando en una nave
imposible, cada conversación puede parecer pura ficción/ no hay que estar muy
drogado para viajar por acá”, en Viajar;
o “y veo a mis amigos, que vienen, con muchas historias raras, muy raras/ con
mucha cosa inventada por quién sabe ni dónde/ y tal vez alguien pueda contarme
tu vida, seguro es más divertida si la contás vos”, en La ronda inventada).
Es
una melancolía extraña, una melancolía de algo que quizás nunca existió y que
se derrite como el diálogo de guitarras que parecen ir desafinandose a lo largo
de las canciones (un sonido y un ambiente general que recuerda a los últimos
temas más pop e introspectivos de Sonic Youth, como Malibu Gas Station). Las letras de Solar, que siempre padecían de
una cuestión algo incómoda, un poco new age, por así decirlo, están casi
limadas hasta el hueso, con muy pocas metáforas, casi como un registro de
escritura automática de esos momentos de vagabundeo o dejadez : “no puedo
concentrarme en la conversación, algo que me dijiste me hizo perder el hilo/ y
ahora no sé si estás hablándome a mi o estás hablando con tu recuerdo…”. Casi
todos en la banda cantan, pero Fabrizio Rossi en especial muestra la extraña
cualidad de lograr introducir con su tono monocorde ciertas melodías
inesperadas, que se elevan por encima de las guitarras. La parte más
experimental e instrumental que solía aburrir un poco en sus en vivos está
bastante recortada y casi todos los temas parecen bien encadenados, como si
fuesen arrastrados mansamente por un río.
Es
un año difícil para el rock. Son tiempos grises, con boliches que cierran –o
“los cierran”- con pocas cosas para hacer más que agarrar el vaso de fernet y
lanzarse a la deriva, haciendo pinball de un boliche a otro, intentando
encontrar un consuelo en anécdotas que si no ocurrieron, es preciso inventar.
No
sé si era la idea, pero accidentalmente -o no- Solar se despide con un disco
generacional, por más que casi nadie vaya a darse cuenta.
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