Pablo Stoll, pieza clave del cine uruguayo, estrenó recientemente Tres, en varios sentidos la película más ambiciosa y laboriosa de lo que va de su carrera. Aprovechando el film en cartel, hablamos, no sólo de las ideas y medios puestos en la concreción de su obra, sino también de borracheras adolescentes, el estado actual del cine Uruguay, entre otras cosas
¿Cómo
fue agarrar de protagonista a alguien que es parte del imaginario colectivo de
casi todos los uruguayos, tratándolo de colocar en una situación completamente
diferente?
Para mí fue muy fuerte ver a Humberto [de Vargas] en
Alma Mater, me pareció algo muy
imponente. Recuerdo haber hablado con [Alvaro] Buela cuando me comentó que iba
a trabajar con Humberto y haberle dicho “¿A Humberto? ¿Te parece?”, y cuando
terminé de ver la película me tapó la boca. De hecho, yo no hice casting para
el personaje. Terminé el guión, lo hablé con la gente que estaba haciendo el
casting y dije “quiero que sea él”. Ahí empezamos a trabajar el personaje y
queríamos que tuviera otra estética que la del Humberto de la tele. Todos trabajamos
para probar cosas y él se puso muy a disposición del equipo de arte y de
vestuario y propuso cosas increíbles, unos peinados que no fueron, pero que
eran muy impresionantes. El tipo tiene una ética de laburo impresionante y la
puso en colocarse en disposición total para cualquier cosa que fuera de la
película. No sólo era la apariencia, también era manejar su voz y un montón de
cosas que no podía ser como el personaje que tenemos en nuestra cabeza. Había
que trabajar en contra de sus propios clichés.
Algo
que fue inteligente para romper esa imagen instalada fue introducirlo en la
película en una escena en que está llorando.
Lo que pasa es que el personaje en sí es muy
contradictorio. Los tres lo son. Manejar ese tipo de contradicciones es muy
difícil. Esa escena está ahí porque es un personaje que es muy frágil, que
construye un montón de cosas para tapar su vulnerabilidad. El laburo de montaje
fue muy importante, porque había que trabajar cómo ir dosificando estas
contradicciones desde el principio
En
la película cada personaje abre líneas que hacen parecer que se van a tocar y
nunca llegan a rozarse. Fluyen casi en paralelo.
Hay una cosa de entramado. La dificultad y el
desafío desde el guión era que fueran tres personajes, que cada uno tuviera sus
bagajes, sus historias, que los tres se interconectaran, pero en una sola de
esas historias, no en las tres, y que todos tuvieran el mismo nivel de protagonismo.
Al
principio uno no lo registra tanto, pero Ana debe ser uno de los personajes más
complejos que haya dado el cine uruguayo, sobre todo entre esa ambigüedad de
cosas jodidas que se dan y que siga siendo una nena…
Hay como una idea de que el personaje es joven, más
inocente, que a todos nos puede hacer sentir identificados (por lo menos que me
hace sentir a mí más próximo que con los otros dos, capaz que por ser hijo de
padres divorciados), pero el personaje justamente es alguien que está buscando
perder la inocencia en cada plano. O que se da cuenta de que la inocencia la
tiene incorporada, pero que quiere dar el siguiente paso. Anaclara [Ferreyra
Palfy] es una actriz super inteligente y lo entendió muy bien. Había como una
lucha entre ese personaje para que no se fuera para el otro lado, que no fuera
super cínico. Había una cosa de la media sonrisa, que trabajamos bastante,
porque ella tiende a la sonrisa. Ella me decía “¿esta vez me vas a dejar
reírme?” y yo le decía “no, esta vez no”
Tomar
curaçao blue en la puerta de un boliche, eso es realmente jodido.
Lo del curaçao blue es una experiencia personal, de
asaltar un barcito de abuela, esas mierdas que quedan ahí, nadie las tomó nunca
y si te la tomás nadie te dice nada, porque es una mierda. Me acuerdo de un
pedo grande de curaçao blue a los quince, dieciséis… son esas cosas que las
tomás sólo para empedarte, que no te puede gustar, y habla un poco de ese
anhelo de perder la inocencia.
Más
allá de los tonos, me pareció ver mucho de Juan [Stoll] de Hiroshima en el personaje de Ana, sobre todo en la deriva esa de
tomarte un ómnibus y ver dónde te deja.
La relación entre Tres e Hiroshima en mí es
muy intensa. Capaz que no se ve tanto en la película, pero yo no podría haber
hecho Tres sin Hiroshima antes, por un montón de razones. De alguna manera
necesitaba dirigir, tomar los elementos del cine, ponerlos en orden y ahí poder
tomar este proyecto que era mucho más grande. El Tüssi [Gonzalo Curbelo] decía
que Hiroshima tenía cosas del clip de
La vela, y es verdad. Hay cosas que tengo anotadas, que quiero hacer, que le
busco la vuelta y que después quedan plasmadas de una forma completamente
diferente. Por ejemplo, en Hiroshima
había unas escenas de coreografía, está el tema del fútbol, pero usado de una
manera re diferente.
Yo
veía que en Hiroshima la, por así
decirle, materia prima fílmica, está mucho más a la vista y en Tres se la ve mucho más procesada y
dosificada
Bueno, en Hiroshima se requería una cosa mucho más
cruda, y en ésta las cosas tienen mucho más vueltas y el recorrido de los
personajes es mucho más circular. Es un movimiento que cuando pensás que va
hacia un lugar, está volviendo.
El
cine uruguayo, un poco a partir de 25 watts empezó a tomar un camino más
autoral. Sin embargo, el año pasado aparecieron films con un sentido un poco
más industrial, incluso más como negocio. Y en este año pasó casi lo contrario,
con películas con un matiz mucho más autoral…
En realidad, a mi me resulta raro ese concepto de
autor. Se le da valores a los conceptos que no los tienen. El hecho que una
película sea “de autor” no dice nada en sí misma. De hecho, no quiere decir
nada. El cine es un trabajo inminentemente colectivo. Sí, alguien tiene la
última palabra, pero como en todo. Si por películas autorales entendemos
películas que dicen algo personal sobre el mundo, puede ser, pero la forma en
que se dicen esas cosas pueden ser un thriller, o una película de terror. Las
películas pueden ser muchas cosas: películas autorales de género, experimentales
comerciales, no sé, tenés muchas cosas para hacerlo. Y la parte de la
industria, acá no hay, no va a haber. Está todo bien, no va a haber. Hay una
artesanía, un artesanato. En ese
artesanato cada uno va a hacer lo que puede.
También
está esa dicotomía con respecto a los festivales
También hay festivales muy diferentes en el mundo.
Hay una forma de hablar muy sintética que tienen los norteamericanos, que es
referirse a películas como “audience-driven”, o “festival-driven”. No es que
sean películas específicamente hechas para festivales, no es tan específico. Me
parece una crítica bastante vaga de parte de cierta crítica uruguaya. Nada de
esto importa demasiado. Lo bueno es que hay cada vez más películas uruguayas,
bastante distintas entre sí, y después cada uno elige qué es lo que hace. Lo
que me pasa a mí es que si voy a tener cinco años para hacer una película, voy
a tener que estar muy convencido de que lo que voy a contar es lo que quiero
contar, y que va a tener mis prerrogativas. Hacer una película cinco años para
que venga un chileno y te diga “mejor cambiale el final porque el self-empowerment de los personajes según
el focus-group que hicimos en La
serena funciona mucho mejor” y vos lo hacés… bueno ta, está todo bien, yo no
digo nada. Cada uno maneja su tiempo y su vida como quiere.
Yo
creo que más allá de todo, muy de a poco se está empezando a notar que algunas
películas uruguayas están dejando de ser “películas uruguayas”, para ser sólo
“películas”.
Yo creo que falta como treinta años para que pase
eso. Hay una cosa que yo siempre cito de Cabrera, que el loco en una entrevista
que le hicieron por la radio comentó que “el cancionero uruguayo todavía estaba
poco desarrollado”. Si el cancionero no está desarrollado, qué podemos decir de
las películas… la cinematografía uruguaya no existe. Es como un granito de
arena en una playa. Creo que hay esfuerzos, por ejemplo las pantallas
itinerantes, que es un esfuerzo de educación, o el canal 5, que pasan películas
uruguayas. Es un trabajo de hormiga que por ahí en “x” tiempo logrará que esas
películas excepcionales formen parte del todo, y no sean como esa cosa que
decía Rebella: las películas uruguayas en el videoclub no van a la sección que
dice “comedia”, o “drama”, sino a “película uruguaya”. Es como “cine arte”. Un
amigo mío tenía una división particular que era “las de tiros” y “las para
pensar”. Dos tipos de películas en el mundo. El primer iraní que conocí, que
fue Rafi Pitts, nos hicimos bastante amigos y yo le dije “me encanta el cine
iraní” y él me miró bastante serio y me dijo “¿cuál?”. El cine geográfico no
tiene mucho sentido.
O
las viejas que dicen “a mi me gustan las comedias francesas”…
El noventa por ciento del cine francés que se
estrena en Uruguay es espantoso. Tengo un amigo que dice “con el sello de
Daniel Auteuil”. Son actores buenísimos, pero hay un momento que la embolan.
Pasa también con el mal llamado “Nuevo cine argentino”, que se volvió un género
en sí mismo, un lugar de clichés. Toda esa búsqueda original que había se
terminó perdiendo. Lo que en realidad había era cinco o seis directores, que
eran buenos y que iban a hacer lo que se les cantara el orto de hacer y que
iban a seguir haciéndolo de cualquier forma. No era una búsqueda organizada, un
grupo. Cada uno se come la pastilla que se quiere comer. Ahora pasa que ves
cine argentino y ves cosas pesadas, que ya las viste, que las viste hace diez
años. A mí me parecería horrible que pasara eso acá.
¿No
tenés miedo de que se empiecen a hacer películas “estilo Control Z”?
Sería horrible. Sé que no pasa, pero sería horrible
que fuera un subgénero. Pero también sé que sería horrible que hubiera un subgénero de películas como La despedida. Cualquier cosa que sea un
atajo me parece un poco al pedo, sobre todo por el tiempo y esfuerzo que te
toma hacer una película.
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