martes, 4 de septiembre de 2012

El chico de la bicicleta (Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, 2011)



Pedalear

Cyril (Thomas Doret) es un chico de once años, que fue recientemente dejado a cuidado de los servicios sociales por un padre que prácticamente se esfumó en el aire. Fiel a los comienzos de las obras de los hermanos Dardenne, de primera nos encontramos imbuidos en la trama, sin sernos brindadas demasiadas explicaciones, con Cyril negándose testarudamente a aceptar la realidad de que poco es el interés que tiene su padre con respecto a volverlo a ver. No sólo lo abandonó, sino que vendió su bicicleta y, en cierto punto, recobrarla es como volver a recuperar a ese padre negligente.

Aunque posiblemente sea mucho más que eso. Desde Ladrones de bicicletas (Vittorio De Sica, 1948), tal objeto no ocupaba un papel tan central en la trama existencial de un protagonista. Si en la película de Vittorio de Sica la bicicleta significaba para Antonio una promesa, la posibilidad de comenzar de nueva vida en el mundo devastado de la posguerra, en el film de los Dardenne esta bicicleta conjuga el pasado, presente y futuro de Cyril. Las dos ruedas son sus piernas, su medio de escape y también su anclaje, ese punto que permite que su historia de vida no se disuelva en la nada.

Pero Cyril no está solo. Pronto conocerá, por puro azar, a Samantha, una peluquera que no tardará en convertirse en su tutora. En esta cuestión, el film parece retomar una de las principales preocupaciones de los hermanos Dardenne, en ese mundo tan áspero como humano en donde siempre parece preguntarse “¿Qué es un padre?”, “¿Qué es un hijo?”, “¿Qué es una familia?”. En El hijo veíamos cómo un carpintero se convertía en el tutor del joven que asesinó a su hijo, a la vez que en El niño se repetía la historia de padres abandónicos (en esa situación, era la historia de un padre que vendía a su hijo en el mercado negro, algo que parece retomarse en esta película, bajo el manto simbólico de la venta de la bicicleta).

Sin embargo, si algo caracteriza el cine de los dos belgas es que, donde en otros autores dichas preguntas intentarían ser respondidas con grandes imágenes-metáfora, intentos descarnados de conmiseración con el destino trágico de los protagonistas, o cierta construcción de realismo psicológico, ellos lo dejan todo a la puesta en escena, carente de pasado y motivos específicos, donde por momentos, el cuerpo parece entrar en juego más que la voz. Este es un punto poco tocado en el cine de los Dardenne, que sin embargo estalla a la vista en gran parte de sus obras. Cyril pedalea, golpea, muerde, grita, se esconde, se cae, pero sobre todo corre, y en ese correr está prefigurada una vida en la que avanza con las ojeras de caballo, dándose tumbos contra un montón de cosas, pero sin otra opción que ir para adelante (algo que tenía el papel protagónico femenino de Rosetta, con la chica tratándose de abrirse camino en el despiadado mundo laboral). Citar a Los cuatrocientos golpes en films sobre la educación sentimental de niños intentando encontrar una razón para vivir en los márgenes de la sociedad se ha convertido en un cliché, pero en esta cuestión del correr, la velocidad y la angustia se ve perfectamente plasmada en ese travelling en el que capta a Cyril huyendo en su bici luego de cometer un crimen.

En ese huir, en ese mero pedalear desenfrenado, se puede leer mucho más que lo que se lograría en un drama plagado de flashbacks y construcciones familiaristas. Cyril avanza porque no le queda otra, se aferra a una desconocida (la frase “podés agarrarme, pero no muy fuerte” es muy ilustradora de este vínculo), encuentra otro referente en un dealer del pueblo, pero lo que parecería estar buscando es justamente algo que detenga (la estabilidad familiar, una nueva identidad delictiva, o la misma policía), o que al menos, pueda mapear, dar dirección, a esa fuga hacia adelante.

Un recurso periodístico para comenzar o terminar una nota sobre un film como éste podría ser recurrir a un copete de manual como “Los Dardenne lo logran de nuevo”, pero cuando uno ve El chico de la bicicleta, se da cuenta de que no hay ningún “de nuevo”, estos hermanos siempre estuvieron ahí, esperándonos, existiendo en sus películas como una ciudad a la que cada tanto tenemos la suerte de volver a visitar.

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