Más allá hay dragones
Ya desde el vamos estamos hablando de un dream team del cine independiente
argentino. Por un lado, en la dirección y escritura el joven Santiago Mitre,
coautor de la película colectiva El amor,
primera parte (2005); en la coescritura del guión, Mariano Llinás,
responsable de la ambiciosísima Historias
extraordinarias (2008), posiblemente la película más relevante que haya
dado Argentina en los últimos veinte años; finalmente, en la producción, Pablo
Trapero, uno de los exponentes más reconocibles del Nuevo Cine Argentino, con
películas como El bonaerense (2002), Carancho (2011) y Elefante Blanco (2012) –próxima a estrenarse en salas uruguayas. Es
más que una sumatoria, entre todos ellos sus respectivas labores se solapan en
películas coincidentes (como por ejemplo la coescritura de guión de Mitre en
películas como Carancho, o la labor
de producción de Llinás en El amor,
primera parte) como las complejas interconexiones entre las raíces de
varios árboles.
Similar a El
bonaerense, comenzamos con un joven del interior argentino que viene probar
suerte en Buenos Aires. En el caso de Roque (Esteban Lamothe), protagonista del
film, es un estudiante que se inscribe en la Facultad de Ciencias Sociales de
la UBA, más allá de que este derrotero no es una novedad, considerando que es
la tercera vez que prueba suerte en su errática vida académica. Con una curiosa
capacidad de síntesis, en pocos minutos se nos narra el tránsito por sus
primeras materias, un temprano amor sostenido en permisos mutuos y el
deslumbramiento por Paula (Romina Paula), líder de la facción Brecha, grupo
militante que pretende hacerse del poder en la facultad. Roque está fascinado
con la inteligencia de Paula, algo que en principio parece distar a años luz de
sus más bien llanas e ingenuas nociones políticas –tanto teóricas como
pragmáticas. Sin embargo, en poco tiempo están saliendo juntos y comienza a
aprender a velocidad vertiginosa, casi intuitiva, todos los mecanismos para ir
acumulando poderes.
Detrás de todo el grupo está Acevedo (Ricardo
Felix), quien pretende llegar al decanato de la Facultad, cosa que traería
sustanciales beneficios para todos los que integran la facción Brecha. En todo
momento, Acevedo se muestra como un príncipe maquiavélico, moviéndose detrás de
las sombras, haciendo que sus peones (el resto de los integrantes de la
agrupación) hagan el trabajo sucio. Es en este punto que Roque ocupa un lugar
cada vez más creciente, demostrando ser un “natural”, comprendiendo velozmente todo
el ajedrecismo polítco que se sostiene en mover, repartir, reagrupar y
dinamitar desde dentro un montón de grupos de la oposición.
Sensei
y discípulo
En este punto, uno le agrega pistolas y pasaportes
falsos y tiene una auténtica película de dobles o triples agentes, donde todo
se sostiene en un complejo equilibrio de traiciones mutuas. En este aspecto,
hay tres elementos claves que hay que reconocer en la dirección y escritura del
film. En primer punto, el excelente pulso con que se desarrolla la historia,
pudiendo distribuir la enorme cantidad de información, nombres y coaliciones
sin que en ningún momento perdamos el interés. El voiceover insigne de las películas de Llinás deja nuevamente su
marca, comentando cosas que, si bien ya las podemos ver en el film (algo que
para algunos puristas sería un pecado en cuanto a su redundancia) en el film
dota a la historia de una mayor densidad, un estilo de cine y ensayo
colindantes con cierto estilo godardiano.
Como segundo punto, la construcción de un
personaje tan opaco como lo es Roque. Aún tomando como referencia al cine
independiente argentino, donde los verdaderos motivos de los personajes suelen
resultar inescrutables -sólo por citar un ejemplo, las protagonistas de Los labios (Santiago Loza- Iván Fund,
2010)-, Roque es un depredador (no por casualidad se utiliza el mantra
percusivo de la banda Los Natas, que por momentos parece la musicalización de
una león persiguiendo a un antílope en National Geographic), un camaleón similar
al Sr. Ripley de Patricia Highsmith (no tanto el de Anthony Minghella), un tipo
cuya subjetividad se disuelve en el poder. Uno puede pensar qué es lo que
piensa, qué es el núcleo psicológico de Roque y uno sólo puede dar con una
palabra: poder, un virus, un tumor a punto de hacer metástasis. A fin de
cuentas, uno piensa en la paradoja del título (ya que lo que menos hace Roque
es estudiar –algo no muy lejano a ciertas realidades de los claustros
universitarios de nuestro país) y se da cuenta de que el protagonista
efectivamente es un estudiante, pero de las enseñanzas de Acevedo, su mentor,
su consejero, su sensei. Es quizás en la escena final donde nos precipitamos
más radicalmente a ese encuentro estudiante-maestro, donde se equiparan las
fuerzas con un final que es mucho más ambiguo de lo que parece ser.
Tercer y último logro a mencionar, el retrato
cuasi coral de un problema actual, presentado con un cinismo que nunca llega a
tirar por la borda el mismo mensaje. Más que un film político de iniciación, El estudiante es un film sobre el poder,
sobre los mecanismos de producción y sostén del poder, un mapa, un manual de
instrucciones y una denuncia de la función de la Universidad como plataforma
política en la distribución de cargos públicos. En este punto, ese thriller burocrático, inquisitivo y
preciso tiene mucho de lo mejor de Costa Gavras y, citando a un autor más
actual, de Corneliu Porumboiu. La anatomía del sistema político universitario,
sus interrelaciones y pactos con otras organizaciones como farmacias, fotocopiadoras,
intendencias y obras públicas por momentos llega a puntos muy altos, quizás
quedando en deuda el papel específico del estudiantado despolitizado (algo que
si se hubiera incluido haría de El estudiante con respecto al sistema
universitario lo que fue la serie The Wire con respecto a la política, policía
y educación en Estados Unidos)
.
El
fantasma de Perón
Dentro de toda esta serie de elogios, el punto más
controvertido es, justamente, el de la política concreta que rodea el mismo
film. Más allá de estar hablando de un sistema político real, anclado en el
universo político argentino, El
estudiante parece esquivarle a los mismos partidos, quizás intentando hacer
de la película un asunto más universal –o evitando los embudos discursivos
peronista/gorila en que suelen caer muchos productos argentinos. Lo cierto es
que el peronismo –fuerza política suprema si las hay- aparece fantasmalmente
alrededor del film, citado casi siempre por la tangente, en unas recreaciones
históricas paródicas, o en una borrachera entre un alfonsinista y un integrante
de un movimiento de izquierda agrícola. El peronismo está trazado casi como un
límite, como el “más allá hay dragones” de un mapa antiguo, similar al papel
del partido Republicano estadounidense en Secretos
de Estado (George Clooney, 2011). Quizás en ese punto también podría
criticarse al retrato de los trotskistas, que en todo momento parecen ser figurados
casi como unos bueyes salvajes de los que se aprovechan las diferentes
agrupaciones para lograr efectos políticos (el retrato de este grupo es quizás
lo menos sutil y caricaturizado de un film que maneja una amplia gama de la
escala de grises). Finalmente, uno de los centros polémicos que son inherentes,
por no decir, sintomáticos al film, se centra en una discusión aparentemente
trivial y vana entre dos estudiantes, que es el apoliticismo del discurso
meramente denunciatorio. El “son todos corruptos” es presentado, en boca de los
protagonistas, como meramente una forma de “no hacer política”, quedarse como
héroe moral, evitándose ensuciar las manos de las verdaderas responsabilidades
que implica ocupar un lugar y defenderlo. Esta es la paradoja de El estudiante, donde, a no ser por el
inesperado final (que, aún siendo ambiguo, parece el momento donde Mitre se
agarra fuerte del pasamanos), a fin de cuentas, queda en el espectador una
sensación similar. Los contradiscursos de un film como éste no configuran
necesariamente un punto negativo (“reaccionario”, a muchos les gustaría decir),
sino la misma naturaleza, parte de la riqueza de una obra de semejante magnitud.
Publicado en La diaria el 10/9/12
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