El terror va por dentro
A diferencia del año anterior, donde el nivel de
las películas exhibidas en circuitos comerciales fue más bien bajo, el 2012 se
ha mostrado como un año con potentes títulos (es verdad, muchas veces con films
que llegaron inauditamente tarde), no sólo en lo que respecta a aciertos de
estilo, sino también a variedad y procedencia. Aún así, no es sorpresa que muchos
peces se escapen de la red, siendo este el caso de Martha Marcy May Marlene, ópera prima de Sean Durkin que llegó a
Uruguay directamente en formato DVD, aspecto que probablemente la hará pasar
desapercibida por la mayor parte de la crítica nacional. Esta nota intenta
hacer acto de justicia frente a semejante joya independiente.
Habrá algo en el aire, pero el cine independiente
norteamericano en un mismo año (2011) dio con dos obras redondas sobre el tema
del padecimiento psicológico. Las películas en cuestión son Take Shelter, de Jeff Nichols (quien ya
hubiera desfilado por las salas de Cinemateca con la áspera, pero precisa Shotgun Stories) y la anteriormente
mencionada; obras de jóvenes y promisorios directores que abordan la angustia y
la paranoia de formas radicalmente diferentes en estilo (la primera intentando
levantar los muros del núcleo delirante del protagonista, la segunda bordeando
el agujero del grado cero del terror de la actriz principal), pero compartiendo
escenarios similares, la de la América profunda, con sus personajes
imperfectos, perdidos, trampeados por la vida.
Escapar
del tiempo
Martha (interpretada por Elizabeth Olsen, en una
performance que automáticamente nos hace olvidar el parentesco con sus otras
dos hermanas más mediáticas) contempla impasiblemente el lago que da a la casa
de veraneo de su cuñado y le pregunta a su hermana “¿qué tan lejos estamos?”. Lucy
(Sarah Paulson), naturalmente, responde “¿cuán lejos de qué?” y la otra le
contesta “de ayer”. En ese mínimo intercambio ya se revela el núcleo emocional
de Martha y posiblemente de todo el film. Martha acaba de escapar de una comuna
con ribetes de secta, de la que vamos conociendo detalles a partir de flashbacks que se intercalan con el
tiempo actual en que se desarrolla el film. Cada nueva escena es una nueva
cuenta para el collar de recuerdos que vamos armando, comenzando a comprender
lo que ocurrió en la vida de la protagonista para llegar a tal estado anímico.
Un escapar, pero un escapar no espacial, sino del tiempo mismo, una fuga hacia
delante de un terror informe, que parece pisarle los talones y que nosotros
parecemos nunca entender qué es.
Lucy, por el contrario, es una fuerza sedentaria y
la visita de su hermana, por más que en un comienzo parece tranquilizarla (no
la ve desde hace más de dos años, tiempo en el que ésta decidió abandonar su
casa y unirse al extraño modo de vida de esa casta secreta), no tarda en ir
desflecando su paciencia, asediada no sólo por el comportamiento errático de su
nueva inquilina, sino también por cierta condición y nivel que pretende
mantener con su flamante pareja. Este es otro de los núcleos que muy tamizada y
elegantemente se trazan en el film (similar a ese colorido algo gastado, como
de polaroid, que tiñe el metraje), el drama en acordes menores de un vínculo
fraterno en donde se vislumbran de los dos lados aciertos y mezquindades. Por
un lado, tenemos a Lucy, que hace lo posible para ser lo más hospitalaria y
maternal posible, pero al mismo tiempo que empatizamos en sus intentos de
coherencia y honradez ante el por momentos bizarro comportamiento y diatribas
de su hermana, también reconocemos en ella cierto molesto aire a superioridad
moral, un privilegio de clase al que sólo llegó por haber formado pareja con
alguien de carrera promisoria. Por otro lado, las mismas contradicciones
morales que parece señalar explícitamente o por medio de su mera presencia Martha,
también por momentos resultan injustas, bordeando con la hipocresía,
considerando que es ella la que por momentos parece bregar por una forma de
vida que fue la misma que la hizo huir despavorida. Esta particular capa de la
cebolla que rodea a Martha Marcy May
Marlene tiene algunas reminiscencias de los retratos familiares de Interiores, una de las películas más
serias y bergmanianas de Woody Allen.
La
mano en la garganta
La cita a Bergman no es meramente cosmética, ya
que el otro ribete, el del auténtico terror psicológico, es el verdadero núcleo
del film, algo que por momento recuerda a films como La hora del lobo (1968), o incluso Persona (1966). Si algo señala a Matha Marcy May Marlene como un film excepcional no es la eficaz construcción
del mundo psicológico de la protagonista en base a las pequeñas y progresivas
manipulaciones de su secta, sino un curiosísimo relacionamiento con el
espectador, que se abstiene de revelar absolutamente nada, no sólo en el plano
narrativo, sino en uno auténticamente emocional. Lucy nunca sabe qué fue lo que
pasó con Martha para encontrarse así, pero al mismo tiempo nunca sabemos las
verdaderas dimensiones del terror que parece azotarse detrás de ese grupo de
fanáticos del que teme que vuelvan por ella. No hay ningún tipo de catarsis.
Esperamos el momento donde el in
crescendo estalle en unos los tórridos violines hitchcockianos, pero lo único que tenemos es una nota que crece,
lenta y progresivamente dentro de nuestra cabeza. Pensamos en sexo, en muerte,
en traiciones, en peleas, en, al menos, lacrimógenas confesiones, pero Martha
sigue emperrada con su secreto, un secreto que parece devorarla y a nosotros
con ella. Martha es muchas mujeres al mismo tiempo (quizás de ahí el nombre del
film), es en definitiva una M (la del mismo poster del film), como podría ser
la X a despejar de una extraña ecuación que nos indicaría el camino hacia un
lugar desconocido.
El final, una obra de arte en el manejo del
anti-climax justamente señala esto, la manera en que, al no disipar nada, el
terror queda encerrado en nuestra propia casa.
Publicado en La diaria, el 4/9/12
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