jueves, 23 de mayo de 2013

Tournée (Mathieu Amalric, 2010)



La voluptuosidad de la vida

El burlesque americano, con comienzos en el victoriano siglo XIX, pero incorporando sus características más insignes en las décadas previas a la crisis del 29’, forma parte de un pasado mítico de Estados Unidos. Las plumas, los stilettos, la brillantina, las pestañas falsas, los corsettes ajustados al borde de lo imposible, el descaro y la voluptuosidad de las performers, todo forma parte de un patrimonio que, pese a haber atravesado diversos picos y fondos, forma parte de una curiosa construcción histórica de Norteamérica. En la retromanía actual –que se abre como un abanico, abarcando una amplia gama de décadas para todos los gustos (desde el hipismo chic al estilo disco, pasando por el pelo batido y colores flúor de los ochenta y el rescate irónico de los noventa)- no es sorprendente que se vuelva sobre el rastro de los filosos tacones del burlesque, pero no deja de ser curiosa su particular referencia a un tiempo que nunca existió (o al menos en su más fastuosa voluptuosidad) más allá del escenario. Tal como las pin-up girls, o como los géneros musicales del rockabilly o psychobilly, más que un retorno a un pasado, es la reconstrucción de un pasado que no existió en su materialidad, un pasado levantado sobre las proyecciones del presente, lo que se perdió y queremos reencontrar en aquél. Uno de los ejemplos más ilustrativos en este sentido es el steampunk victoriano, una estética y un género en sí mismo, en donde se edifica  la estética victoriana desde una ucronía en donde las máquinas a vapor han prevalecido sobre al sistema eléctrico que las superó en la historia. Un caso de un futuro alternativo construido sobre un pasado reinventado.

El burlesque, por lo tanto, es un teatro armado sobre proyecciones históricas, pero más que nada sobre la mirada del hombre de lo que es una mujer. El glamour, la extravaganza, la imponencia de las performers (de cuerpos exhuberantes realzados con maquillaje y vestuario), se construyeron como una hipertrofia de aquel fantasma masculino de la mujer sensual, pero es justamente en esta misma exageración, en este “en tu cara”, que el mismo mensaje volvió en forma invertida, haciendo que justamente este aferramiento a lo femenino en su más supurante radicalidad se fuera convirtiendo, con el tiempo, en una reafirmación post-feminista (diferente al más bien deprimente escenario de los strip-clubs actuales, o incluso al teatro de revista argentino). No es casualidad, en este punto, que justamente el burlesque sea uno de los géneros más defendidos y redefinidos por el travestismo (en especial por las drag queens), que justamente se basan en una identificación masiva (para nada ingenua) con lo femenino, una identificación elevada a su dimensión política.

Es en esta tradición y en estas lógicas de sentido que justamente se inscribe Tourneé, película de Mathieu Amalric (más conocido por nosotros por su desempeño actoral, a pesar de tener varios trabajos como director en su haber) que narra las peripecias de una troupe de starlets americanas, que viajan a lo largo de la costa francesa, desplegando varios e impactantes shows. Todos los integrantes trabajan dentro de la corriente de neo-burlesque en la vida real, conservando sus nombres de escenario: Dirty Martini, Mimi Le Meaux, Kitten on the keys, Julie Atlas Muz, Evie Lovelle y el único performer masculino, Roky Roulette. Amalric encarna a Joachim Zand, el productor del show, un ex presentador de televisión que vuelve a su país natal, encontrándose con las cenizas de lo que fue: ex colegas enemistados, personas a las que estafó, deudas, amenazas, amores rotos y dos hijos frente a  los que no sabe ser padre (gloriosa es la incómoda dubitación de Amalric en aquella escena en que el policía le pregunta la fecha de nacimiento de su hijo mayor).

Curiosamente, a contramano de todos estos datos más bien deprimentes, Tourneé es una película que desborda de vida, tal como las carnes de las starlets atadas y tironeadas por las cuerdas y los vestidos. En esta línea, el estilo documental con que parece iniciar el film parece ir cediendo al efecto tempestuoso, impactante y emocional de actuaciones siempre al borde de su paroxismo. Las chicas de la troupe gritan, patalean, se ríen en voz alta, seducen y aman, por momentos entrando y saliendo de un drama de cine independiente a una comedia slapstick en un abrir y cerrar de ojos. Casi parecería, que en vez de un enfoque real a la vida del burlesque, la película fuera convirtiéndose en un enfoque de burlesque a la vida real.

Quizás en esta línea, el primer nombre que salte a colación es el de John Cassavetes, en ese cine lleno de emoción, que en su búsqueda de intensidad le tuerce la muñeca al realismo, con esos trompos en los que la trama se queda girando, atrapada de la fuerza centrífuga de las explosivas actuaciones. Joachim Zand (no es redundante repetir la excelente performance en la construcción del personaje) en sí mismo tiene mucho del Robert Harmon de Love Streams, no sólo en esa indistinguible condición entre violencia y ternura, sino también por la particular relación del protagonista con las mujeres que la rodean en contraposición a su incapacidad de ser un verdadero padre.

Lo más interesante, el centro vital de Tourneé es justamente esa dimensión de burlesque de la vida real, donde las mujeres, más que ser un objeto a ser observado, fantaseado y codiciado, demuestran ser personajes pasionales, que saben lo que quieren y que saben cómo conseguirlo, con un compañerismo y una sexualidad que no está en negociación. Un mundo donde no sólo las starlets, sino las mujeres cotidianas, como una cajera de una estación de servicio (la fugaz y desconectada escena de flirteo entre ella y Amalric es de esos pequeños pero perfectos momentos que muy de vez en cuando aparecen en el cine) pueden sentir y ser personajes activos, sin que la película las juzgue, o las deje mal paradas. Las mujeres ya no tienen por qué ser imaginadas, proyectadas, o fantaseadas por los hombres; ellas mismas han hecho de sí mismas su propia construcción de fantasía, viven, respiran y si no te corrés, te pasarán por arriba.

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