jueves, 13 de septiembre de 2012

Una bala para el Che (Gabriela Guillermo, 2012)




El lobo de guata
Es de esas películas en donde uno se pregunta por dónde empezar. Una bala para el Che pretende ser una reconstrucción libre de un hecho real, sucedido en 1961, en el que, tras la visita del Ernesto Che Guevara a Montevideo, un profesor resultó muerto por un balazo que, supuestamente, iba dirigido al insigne revolucionario. El espacio vacío de esta muerte y el férreo anonimato del responsable del disparo ha sido rellenado por diversas teorías y, en este caso, la película de Gabriela Guillermo y Raquel Lubartowski intentaría construir, no sólo un retrato familiar de la víctima, sino un thriller político.

Ante esta premisa, el problema de Una bala para el Che es tan estructural como contingente. En primera instancia, quiere jugar al thriller sin hacerle caso a –o no conocer- sus principales reglas. Como todo género, el thriller ya ha atravesado un montón de procesos de deconstrucción e hibridación, incluso en films donde uno de sus núcleos duros (la resolución del misterio) no termina de concretarse (¿no son, en definitiva, gran parte de las mejores obras de Antonioni, ya sea La aventura, o Blow up, thrillers donde lo trunco o la misma vaguedad se convierte en el motor silencioso, el leit motiv disipado del film?). Sin embargo, en la película de Guillermo hay un desenganche a todo tipo de conclusión y redondeo de la trama que no parece tan apostado en un bordeamiento de este misterio (elevar éste a su dimensión sublime), sino en un error tanto conceptual como de lenguaje cinematográfico (algo que se hacía igual o más notorio en su anterior largometraje, Fan -2007).

En primera instancia, el juego de diferentes tiempos es caótico, cuando no innecesario. El film alterna entre 1961, 1971 y la actualidad –quizás son los ochenta, pero una pintada sobre Tabaré Vázquez que aparece en cuadro parecería señalar lo contrario-, entre lo que fue el suceso y la investigación familiar, por momentos generándonos una molesta desorientación temporal. Esto no está sostenido únicamente en un asunto de montaje, sino en cosas más sencillas como el detalle de que algunos personajes envejecen, mientras otros  no. En el caso de los personajes interpretados por Ileana López y Martina Gusmán, parecen que los años no dejaran ni una cana, una arruga, prácticamente nada, mientras que a uno de los hijos lo vemos pasar de ser joven a ser un señor adulto, con una incipiente pelada. En Ese oscuro objeto del deseo (1977) Buñuel jugaba con las identidades de una misma protagonista, haciendo, sin autojustificarse, que el mismo papel fuera interpretado por dos actrices diferentes. Uno podría abrir un paraguas metafórico e imaginar que esa inmutabilidad física querría decir algo, quizás el golpe de un trauma que deja a un personaje fosilizado en determinado tiempo vital, sin ser capaz de envejecer, anclado a la temporalidad de ese suceso concreto (¿podría tener que ver con eso la serpiente en un frasco de formol sostenida por la garra del Cóndor –en referencia al plan Cóndor- que aparece en la escena del sueño de Ethel?), pero parece algo bastante rebuscado, quedando aún sin explicar cómo es que sí envejece uno de los hijos.

A esta vaguedad se le agrega un montón de relleno que no aporta mucho o está terriblemente resuelto. Escenas que pretenden ser absurdas sólo logran ser ridículas (como la burocrática búsqueda de papeles en la Suprema Corte de Justicia). Las álgidas asambleas de facultad son un cliché sobre otro, con una pelea entre juventudes de izquierda y “fachos” que parecen dos tribunas notoriamente demarcadas. A esto se le agregan las escenas de golpizas, o enfrentamientos, filmadas con un amateurismo preocupante.

Una bala para el Che parece una película de otro tiempo del cine uruguayo, el de los años de la inocencia, la época del cine voluntarioso pero fallido de Montevideo-Proust (Hermes Millán, 1997), Acto de violencia en una joven periodista (Manuel Lamas, 1988), o Plenilunio (Ricardo Islas, 1993). Justamente, citando a la película de Ricardo Islas (que aún con sus fallas, se conserva en el corazón de muchos cinéfilos por su ingenio fallido), hay un momento que es recordado por todo aquel que la haya visto, que es la aparición del hombre lobo de guata al final de la película (¿por qué ponerlo? ¿por qué no sencillamente sugerirlo, como Islas había hecho a lo largo de todo el film?). En la película de Guillermo ocurre prácticamente lo mismo con la representación del Che ¿Por qué hacerlo hablar? ¿Por qué no sencillamente resumirlo a una sombra, a una referencia, a un bulto perdido entre el enjambre de seguidores? ¿Por qué hacerlo decir ese discurso ridículo y pomposo al comienzo del film?
Lo sensación que queda luego de ver Una bala para el Che es similar a la que deja aquel amor platónico de Ela (Gabriela Iribarren) hacia Luiz Melodía en Fan: una historia que se pierde relevancia, que se desintegra en la medida que es contada. La diferencia es que, a diferencia de los vagos dramas emocionales de una señora, acá estamos ante un suceso importante, algo que marcó y pareció vaticinar el oscuro futuro de una nación.

Publicado en la diaria el 13/9/12

2 comentarios:

  1. el discurso del comienzo del film, es la grabación del auténtico discurso que dio el Che Guevera en Mvd. Saludos

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  2. No tengo ni una ínfima parte de la cultura cinematográfica del Sr. Acevedo Kanopa. Así que simplemente y brevemente, a mí me gustó.

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