martes, 30 de octubre de 2012

El extraño señor Horten (Bent Hamer, 2007)



El raíl

El señor Horten viene conduciendo trenes desde hace cuarenta años y está próximo a jubilarse. Prácticamente toda su vida ha transcurrido alternando entre los dos extremos de una misma recta: de Olso a Bergen, ida y vuelta. El noruego Bent Hamer (por cuya labor en este film obtuvo el galardón a mejor director en el Festival Internacional de Ghent) se encarga de retratar, sin ahondar en repeticiones (un mal común de una nueva camada de films que piensan que la única forma de representar lo monótono es evitar todo tipo de elipsis y abundar en reiteraciones) una vida construida en base a rituales prácticamente robóticos: los pájaros tapados antes de emprender camino, los procedimientos típicos de una estación a otra, la estadía en la casa de una señora que parece conocerlo más que nadie, pero que a la vez es incapaz de poder desarrollar un verdadero nivel de intimidad.

Uno podría pensar que si nada externo interviniera en la vida de Horten, la vida seguiría al mismo ritmo de un metrónomo, sin sorpresas e impecable como la chaqueta de cuero ferroviaria que viste el protagonista. Es justamente en este punto donde entra la ceremonia de jubilación, que parecería marcar un punto de quiebre en esa identidad que el señor Horten ha ido construyendo meticulosamente. La ceremonia parece salida de una viñeta de La comedia de la vida –del también nórdico Roy Andersson-, poblada por un extrañísimo elenco de operarios de trenes que juegan a adivinar líneas y modelos de acuerdo a sonidos grabados en un magnetófono. Los compañeros –por ponerle un nombre, uno realmente duda de que Horten tenga una relación auténtica con alguien más allá de su madre senil- deciden continuar los festejos en un apartamento, pero Horten sale a buscar tabaco y cuando vuelve, al descubrir que no funciona el portero eléctrico, decide ingresar al edificio por unos andamios de remodelación de fachada, entrando por equivocación a la casa de un vecino de quien organizaba los post-festejos. Esta entrada por un camino alternativo y absurdo va a funcionar casi como si fuera un pasaje a un mundo paralelo en la vida de Horten, quien reacciona ante un montón de absurdidades que se le presentan a su alrededor no con sorpresa y espanto, sino con cierta naturalidad y disposición (con lo que Hamer abrirá la caja de herramientas del humor cáustico escandinavo).

En estos encuentros sucesivos  con personajes extraños –del formato más típico de Aki Kaurismaki- una de las imágenes y metáforas que más saldrán a colación es la de las sendas. Optando por un camino alternativo, Horten parece haber entrado a un portal, donde percibe que el raíl que conduce su vida sólo lo puede llevar a una plácida muerte (es una película con una curiosa omnipresencia de la muerte, en contraposición al tono plácido que aborda todo). De ahí en más, la idea del camino (al igual que en Nord, película de Rune Denstad Langlo, compatriota de Hamer) se repite como correlato de este estado existencial de Horten (fumando una pipa en medio de una aeropista, intentando caminar por una resbaladiza calle, siendo conducido por un extraño hombre que dice poder manejar con los ojos cerrados). Justamente, la solución, la alternativa de atravesamiento de este universo de significaciones cerrado es justamente meterse en otro carril, el de la rampa de salto de ski, tentar a la muerte e identificarse con su madre para convertirse en otra persona.

La película es impecable en lo que refiere a fotografía (esos tonos pálidos tan típicos del cine noruego) y armado de esa gran metáfora existencial en base a una modesta colección de imágenes. Quizás la única objeción es que justamente en este sentido la película funciona demasiado impecable. Tal como la vida de Horten, la película parece demasiado cómoda en el carril del humor típico escandinavo. Quien se haya dedicado a ver el cine de Aki Kaurismaki, Jörgen Bergmark, o Roy Andersson, podrá anticiparse a situaciones o resolución de aspectos de la trama que, en apariencia, deberían parecer imprevisibles, sorprendentes en cierto punto. Es decir, uno nota en ese ejercicio de estilo tan específico, por momentos, más allá de la belleza de escenarios y situaciones, le encuentra demasiado fácil los hilos a la marioneta. En este sentido, la Odd Noruega (“odd” tanto en referencia al nombre del protagonista, como a esa palabra inglesa que significa “extraño”, o “raro”) parecería haber construido un extraño artefacto, el de un mundo que parece ritualístico y previsible justamente en la concatenación de intrusiones de lo surreal.

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