La metamorfosis
Como si fuera uno de esas famosas crónicas de Ryszard
Kapuściński -sólo que en un formato más silencioso y, aún más, metafísico- El mal del sueño (Ulrich Köhler, 2011) se
adentra en las profundidades de Africa (específicamente, en un pueblo alejado
de Camerún), en una obra que, en primera instancia, parece funcionar como una
fuerte crítica al sistema de ayuda humanitaria, pero que en el fondo abarca
muchos más temas.
El film, partido en dos, cuenta en primera
instancia la historia de Ebbo y Vera, pareja de médicos alemanes que han vivido
sus últimos dos años en Camerún, enmarcados en una investigación sobre posibles
tratamientos de la tripanosomiasis humana africana, más conocida como “el mal
del sueño” (donde los infectados, luego de ser invadido su sistema nervioso
central, entran en un estado de somnoliencia que comúnmente termina con la
muerte). Con ellos viene su hija, a la que internaron por dos años en un
colegio pupilo y que, además de guardar cierto resentimiento por aquella
decisión familiar, no parece estar demasiado contenta con su nuevo lugar de
destino. Esta primera parte está enmarcada en la inminente decisión que
atraviesa Ebbo, quien debe elegir entre su familia, pronta a retornar a
Alemania, o quedarse en Africa, país que le ha inundado una profunda
fascinación a lo largo de los años.
La segunda parte ocurre tres años después,
centrándose en Alex, un joven médico nacido en Francia, pero de padres
congoleños, a quien le es encomendado hacer un informe sobre las
investigaciones de Ebbo, que ha pedido una refinanciación por las
investigaciones que está realizando en la región. En este viraje, el film
estará estructurado, tal como se ha señalado en varios medios, en una clave
similar a El corazón de la tinieblas
(o su versión libre cinematográfica, Apocalypse
Now), donde Ebbo se erige como una referencia fantasmal similar al coronel
Kurtz, nuevo amo del infierno en la tierra.
El film, sin embargo, está muy lejos de presentar
la pirotecnia dramática de la novela de Conrad, más bien construyendo, ladrillo
a ladrillo, un retrato decadente de una sociedad atravesada por la corrupción
(en alta y baja escala) y un informalismo que difícilmente la haga acercarse en
algún momento a los estándares europeos. En este punto, la película de Köhler
es exitosa en un retrato del continente que en ningún momento llega a la
denuncia explosiva y aterrorizada, ni tampoco al deslumbramiento romántico de
su naturaleza (ambos criterios fuertemente atravesados por una mirada
evidentemente eurocéntrica y paternalista). Completamente al contrario, la
naturaleza retratada por Köhler no es majestuosa (en plan Africa mía –Sydney Pollack, 1985-, o cualquiera de esas películas
de postal), o pornográfica, infecta (como podrían ser las nociones clásicas de
lo selvático que mantiene Werner Herzog), sino una de otro tipo, una
silenciosa, espesa, con algunas cuotas del onirismo de Apichatpong
Weerasethakul.
Cualquier cosa que vemos no es en sí bella, ni
tampoco terrible; es simplemente misteriosa, o más que misteriosa, muda. Los
escenarios están crudamente recortados entre figura/fondo: de día,
sobresaliendo de una cegadora luz; de noche, apenas emergiendo de lo más
profundo de la oscuridad. En este estilo, podríamos pensar, más aún, que la cámara filmara todo de una forma
somnolienta, como si ella misma fuera la que estuviera infectada por el
parásito del mal del sueño.
Esta forma de filmar también tiene su correlato en
el peculiar estilo en que es narrada la historia. La película va dejando a su
paso cabos sueltos, abre misterios y no los cierra, introduce personajes que no
vuelven a aparecer, entra en pequeñas viñetas que nunca terminan de producir un
desenlace específico. Esto podría ser criticable en un montón de películas,
pero en El mal del sueño termina
siendo un plus a esa atmósfera tan particular.
Otro nombre posible para El mal del sueño podría haber sido “La metamorfosis”. Este nombre
no sólo hablaría de esa metamorfosis fallida al sistema europeo que compone
Africa en su extensión (esto lo vemos particularmente acentuado en el discurso
de un economista, que plantea que la ayuda paternalista y culposa de Europa al
continente no es útil y que “sólo el mercado puede resolver los problemas de
Africa” –argumento para el que no hay que ser un bolchevique para entender la
profunda miopía y oportunismo que encierra), sino también la de Ebbo, la de
todos los hombres que atraviesan la membrana de dicho territorio. Sacrificio y
metamorfosis son las claves fundamentales del film, algo que también se veía en
Apocalypse now, en cómo el acto
sacrificial de búfalo se correspondía con el del coronel Kurtz, en el devenir
hipopótamo de Ebbo, en esa noche que parece tragarse a las personas
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