viernes, 27 de julio de 2012

Previa a DocMontevideo 2012




Retratos de la soledad
El pasado miércoles se realizó la apertura de la cuarta edición del DocMontevideo, evento declarado de interés por el MEC y que reunirá, en el transcurrir de una semana (la serie de encuentros, workshops y ponencias termina el 27 de junio) a productores, profesores y realizadores de quince países, no sólo de Latinoamérica, sino de Europa y Estados Unidos, juntando alrededor de un total de trescientos profesionales.
A esta actividad de talleres se le suma la conocida semana del documental, este año –similar a lo que ocurrió en el Festival de Cine de Punta del Este- con un perfil marcadamente latinoamericano. Los films, varios de ellos premiados en distintos festivales, cuentan con la participación de sus realizadores, que darán conferencias luego de las proyecciones –todas a realizarse en el Teatro Solís, a excepción de Las flores de mi familia, único film representante de Uruguay (la edición pasada fue con el film Exiliados, de Mariana Viñoles), que se exhibirá como película de cierre en el Centro Cultural de España. En la mayoría de las situaciones, encontrar nexos temáticos o estilísticos entre los films que integran una muestra corre más por cuenta de la creatividad del periodista que cubre el evento que por las características propias de los films, y aún así, llama la atención un aspecto que flota entre todas las obras, que es el tema de la soledad.
En este sentido, quizás el director más evidente en esta línea es el lituano Audrius Stonys, en donde la soledad siempre ocupó un primer plano. El director cuenta con quince obras en su haber, junto con una importante cantidad de premios, entre ellos el Felix de la European Film Academy Award, por su película Tierra de ciegos, un moroso documental en el que se interconectaban las historias de una vaca próxima a ser sacrificada, la vida secreta de unos juguetes y el retrato de un ciego. Ramin (2011) en cierto punto retoma la temática de hombres solitarios –casi siempre concentrándose en ancianos, como el caso del film Uku Ukai (sobre una colonia de la tercera edad), o Apóstol en Ruinas- sólo que en este caso, cierta seriedad metafísica es entrecortada por momentos cómicos, en los que se sigue la vida de un ex luchador que viaja a los confines de Georgia para buscar un amor perdido. Stonys, como en la mayoría de su cine, prefiere las imágenes y evita los diálogos. Quizás entre sus características de estilo cabe reconocer una forma de filmar que dota de alma a todo en lo que se posa su lente, específicamente en los animales, que son extensamente retratados en el film.
En esta línea, la película que guarda mayor cantidad de puntos en común con la película de Stonys es Las flores de mi familia, de Juan Ignacio Fernández Hoppe, que vuelve a un festival uruguayo (ya había circulado por pantallas del de Punta del Este y el último Festival Internacional de Cinemateca) luego de ganar el FIDOCS, edición 2012. En este caso, uno de los ejes fundamentales del film es el frágil equilibrio en lo que concierne a la presencia del documentalista retratando a su madre y su abuela Nivia, en un drama familiar en el que el circula como “un astronauta”.
Esta relación entre presente y pasado, de pequeños ojos de huracanes donde todo parece eternizado en el pasado, mientras el mundo sigue transformándose (como el balcón con flores que Nivia pretende mantener en condiciones) guarda relación con Aquí se construye, de Ignacio Agüero, que trata sobre la vida de un hogar asediado por el canibalístico urbanismo que lo rodea, convirtiéndose casi en un lunar perdido entre la cantidad de edificios que se le levanta alrededor. El protagonista compara la muerte reciente de su madre (ocurrida en el trayecto del documental) con la realidad de esa ciudad, cuyo único puente con el pasado comienza a ser borrado con palas excavadoras. El “Aquí se construye” del título parece un juego de palabras cáustico, entre la demoledora realidad que crece alrededor del protagonista y los famosos lemas de gobiernos e intendencias que muchas veces se avocan a crecer, sin medir el cómo.
Casi contrapuesto a este ocaso vital que parecen manejar los films antes mencionados, Nacer, del colombiano Jorge Caballero está centrado justamente en las salas de maternidad de un humilde hospital de Bogotá. La cámara deambula por los pasillos del hospital, alternando a varios personajes de variada índole y condiciones, desde una pareja emocionadísima de haber dado a luz a su primer vástago, a una ex prostituta que atraviesa los diferentes procesos sin tener mucha idea de qué hará una vez que nazca su hijo. Cabe recalcar la impecable fotografía del director, haciendo de la luz pálida de los tubos de luz uno de los elementos fundamentales que atraviesan el film. El tema de la soledad se percibe en muchas mujeres, prácticamente entregadas a un sistema de atención donde en muchos casos, pese a las buenas intenciones, parecen ser reducidas meramente a un número.
Para finalizar, posiblemente siendo la más desconectada a esta temática en común tenemos a El salvavidas, de la chilena Maite Alberdi, obra que le valió premios y menciones en varios certámenes, entre ellos la última edición del Festival de Cine de Guadalajara. En él se retrata a Mauricio, un salvavidas de rastas que lejos de su moderna apariencia es un estricto regulador de la convivencia en la playa, manteniendo su filosofía de lograr un control tal que le permita evitar desgracias sin siquiera meterse al agua. Además de la inteligente forma de Alberdi de crear una comedia con el material ofrecido por su misma realidad de estudio (en la que toma como eje la competencia con otro salvavidas más suelto y popular) cabe destactar una fotografía particularísima, en donde la contraposición de los personajes con el cielo o la arena parece sometida a un extraño aplanamiento del espacio, en donde la playa parecería convertirse en una escenografía (quizás en referencia a este escenario donde la gente, por una vez al año tiende a mostrarse y ver a sus vecinos). La soledad en este caso es la de Mauricio, completamente asediado por las reglas que respeta a rajatabla, prácticamente sólo –salvo por la compañía de su aprendiz de salvavidas- observando todo desde su torre de vigilancia.

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