Triángulo de amor bizarro
Xavier Dolan, con apenas dieciocho años ya había
entrado por la puerta grande al mundo cinematográfico, con su película
semi-autobiográfica Yo maté a mi madre,
ganadora de varios premios internacionales, entre los que se incluyen los
prestigiosos festivales de Cannes, Rotterdam, Bangkok y Toronto. Para un
director tan joven, la segunda película suele ser una prueba de fuego, en donde
se suele debatir entre la voluntad de ampliar el abanico presentado en su
anterior trabajo, o consolidar un estilo.
Con Los
amores imaginarios, Dolan parecería optar por la segunda opción, repitiendo
gran parte de la planilla oficial de su ópera prima (incluyéndose a él como
protagonista, junto a Niels Schneider como objeto de deseo y a Anne Dorval de vuelta
como madre, pero esta vez en un registro bastante diferente), pero sobre todo,
ahondando, casi por así decir, amplificando, los caminos estéticos que había
elegido anteriormente. Marie y Francis son dos amigos inseparables que sin
declararlo oficialmente, se enamoran de forma instantánea de Nicolas, el chico
nuevo de Quebec, cuyos rizos dorados le dan un cierto aire a querubín. Más allá
de los evidentes intereses contrapuestos, ya desde el principio Nicolas parece
no hacer mucha distinción entre uno y otro de sus nuevos amigos, en una
instancia de coqueteo en el que uno nunca sabe a ciencia cierta si es fruto de
pura y dura manipulación, o diabólica inocencia.
La
fiesta del ojo
La historia que sigue es más o menos conocida en
el cine, bastante ávido en sus historias de triángulos amorosos. Sin embargo, Los amores imaginarios se inserta en una
tradición más particular de este tipo de films, que es la de triángulos donde dos
de los vértices están ocupados por amigos entre sí, donde la competencia ha de
librarse de una manera más solapada y donde se diseminan otro tipo de emociones
diferentes a la clásica disputa entre dos antagonistas desconocidos. En este
sentido, la influencia de Jules y Jim
(François Truffaut, 1962) parece bastante evidente (no sólo en la temática,
sino por las claras –a veces demasiado evidentes- influencias de la nouvelle vague en el estilo de Dolan),
pero también podríamos citar otras, como Pobres
pero bellos (Dino Risi, 1956), o la indie
Bummer Summer (Zach Weintraub, 2010).
Mientras que en la mayoría de películas de
triángulos amorosos rinde más que nada la esencia trágica del engaño y el
despecho, en este otro tipo de films lo interesante ocurre en la medida en que
este amor, en cualquiera de sus vértices, termina de concretarse. Lo que se
abre entre estos personajes suele ser una guerra fría, un campo de batalla librado
en pequeños gestos, minúsculas partidas de ajedrez en donde cada competidor
debe adelantarse varios movimientos por encima de lo que va a hacer, no sólo su
objeto de amor, sino el otro. En el caso de Los
amores imaginarios, la contienda parece librarse en torno a la ropa, un
detalle que a la mayoría de las personas les parecería una banalidad, pero que
Xavier Dolan sabe extraerle el jugo como muy pocos directores. Es un festín
para el ojo ver cómo, asistido por la cinematografía de Stéphanie Weber-Biron
(quien ya había sido directora de fotografía de Yo maté a mi madre) Dolan filma en esos ralentis a lo Wong Kar Wai
(con música que va desde Bach y Wagner hasta una tarantinesca versión de “Bang
Bang”, por Dalida) un vestido, una chaqueta, un sombrero, unos zapatos en punta
acharolados. En una escena en especial, la intercalación entre score musical
diegético/extradiegético rinde montones, cuando Marie y Francis se preparan
para ir al cumpleaños de Nicolas (arreglándose y preparando sus regalos como si
fuera la famosa escena pre batalla de Rambo), acompañados, en ralentí, por el
tema de Dalida –los dos impecables, Francis con su estilo casual y moderno y
Marie con su estilo vintage, su collar de perlas-, hasta que entran a la casa
donde se lleva a cabo la celebración y la pequeña burbuja en que flotábamos
explota y nos encontramos en un escenario gris, bastante sucio, donde suena a
todo volumen “Jump Around”, de House of Pain y la gente –incluyendo el
cumpleañero- está muchísima menos elegante.
El
vértice-puente
Uno no debe hacer vista gorda a que esta batalla,
como una peculiaridad del film, no es brindada entre dos hombres y una presa
femenina –como casi siempre suele darse-, ni siquiera entre dos mujeres –en
donde podría abrirse el conocidísimo campo de batalla de los encantos
femeninos-, sino entre un hombre y una mujer por el encanto de un muchacho.
Redobla lo interesante de la batalla, porque la variedad de recursos y armas
empleados en esta guerra fría se amplifica notoriamente. Sin embargo, más
interesante aún es que, conscientemente o no, Dolan parece revertir la fórmula
inherente que existía en la mayoría de las películas de triángulos amorosos. En
la mayoría de este tipo de films –especialmente cuando la disputa se da entre
dos amigos- siempre existió un subtexto gay, en la que el vértice del triángulo
en realidad parece un puente entre los dos protagonistas. Posiblemente el film
donde dejó esto más expuesto haya sido Y
tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), en ese trío que termina dándose
entre Gael García Bernal, Diego Luna y Maribel Verdú, pero también entre Ben
Affleck y Jason Lee en Persiguiendo a Amy
(1997). Gusta la libertad con que Dolan plantea estos dramas, poniendo en papel
a la sexualidad no como un terreno de “decisiones”, sino como un tablero de
Go!, donde la libertad de movimiento no está asignada por ningún código
explícito y exigente.
Saliendo de estas peculiaridades, cabe decir que
parte de lo que hace a Los amores
imaginarios una buena película, también es lo que siembra algunas dudas o
reproches. Hay varias escenas que se repiten entre este film y su ópera prima
–la escena en ralentí del boliche, la persecución estilizada en el campo
tapizado de hojas- que habrían que ver en qué medida se convierte en un sello,
o en un encorsetamiento del estilo del chico de Quebec. Lo mismo puede decirse
de su universo, el mundillo hipster hecho por y para un público endogámico,
asediado por dramas burgueses. Emitir un juicio sobre todo esto dicho parece
demasiado apresurado, habrá que esperar futuras películas.
HAS VISTO LA ULTIMA PELI DE DOLAN?LAURENCE ANYWAYS DICEN QUE ES UN POCO LYNCHIANA, NADA Q VER A LO Q HA HECHO HASTA AHORA
ResponderEliminarHola! Me gustó mucho tu crítica. Hay un dato que me parece que es erróneo, y es que la película no transcurre en Quebec, sino en Montreal.
ResponderEliminarYo no había visto ninguna película de Dolan hasta ahora, que vi "Los amores imaginarios". A mí me pareció excelente cómo retrata esta cuestión del enamoramiento (más que el amor), a través de gestos, de miradas hacia el objeto de deseo, y de la rivalidad, por medio de las miradas entre los dos "competidores". No me aportan tanto los momentos en que aparecen estos otros personajes que cuentan sus obsesiones, sus decepciones en el terreno amoroso (me remite un poco a Cuando Harry Conoció a Sally, pero con menos gracia).
Saludos!