Dos fantasmas
Si uno se rigiera exclusivamente por el título, Poesía para el alma parecería un drama
con contenido de corte de autoayuda, o bien una película simpática, que intenta
extraer y exponernos los pequeños detalles del mundo que cotidianamente escapan
a nuestra vista. Gracias a Dios, la película de Lee Changdon no es ninguna de
las dos cosas.
Poesía
para el alma cuenta la historia de Mija (Jeong-Hie
Yun), una humilde y simpática señora entrada en años que alterna algunas breves
actividades atendiendo a un hombre sufriente de una parálisis cerebral (un tema
recurrente en el director y ex ministro de cultura surcoreano, contando con el
hecho de que en Oasis -2002- dicha
enfermedad atravesaba la vida de una pareja inusual) y el cuidado de su nieto,
cuya madre trabaja en una ciudad lejana del país. Lejos de Seúl, el pueblo de
Mija parece estancado en un edén de tranquilidad hasta que se desata la noticia
del descubrimiento del cuerpo de una estudiante que decidió acabar con su vida.
Este doloroso acontecimiento cobra otra dimensión para la vida de Mija cuando
se entera que su nieto está implicado en el suicidio, al haber formado parte de
un grupo de compañeros que durante dos años se había dedicado a violar
repetidamente a la joven. Es en este punto que Mija, como si rasgara un telón
carmesí que había dado sentido y orden a su vida, se encuentra atravesada, no
sólo por la presión de los padres de los otros jóvenes involucrados (que
pretenden hacer callar por ayuda monetaria a la madre de la damnificada), sino
también por un diagnóstico de Alzheimer, que comienza a salpicar varios
rincones de su existencia. Ante tal oscuro panorama, el único punto de fuga
parece ser un curso de poesía al que Mija atiende.
Lee Changdon podría haber hecho un drama
lacrimógeno, pero justamente lo que más efecto tiene sobre nosotros es la
sobriedad con que se manejan temas tan truculentos. Mija –sin contar la madre
de la estudiante- parece ser la única persona realmente apesadumbrada por el
acontecimiento, mientras que los padres de los compañeros, incluso su mismo
nieto, parecen vivir en un mundo sin particular remordimiento, casi de alegre
olvido. Justamente, una de las oposiciones poéticas del film es justamente el
hecho de que, aún con el Alzheimer que atraviesa, Mija parece ser la única que
no puede olvidar a la chica. Es en esta dinámica que se trae a escena uno de
los elementos centrales de Poesía para el
alma (y que se ve hermosamente retratado en la secuencia final del film,
que recuerda mucho a Shara –Naomi
Kawase, 2003), que es el desdoblamiento de una mujer que intenta no perder su
memoria y el de un fantasma que no quiere ser olvidado.
Golpea a la quijada la finísima forma en que Lee
Changdon va salpicando pequeños detalles de la enfermedad degenerativa de Mija,
que empieza apenas escapándosele los nombres de cosas, para después ir
perdiéndose por lapsos más prolongados–y metiéndonos a nosotros en elipsis que
nos hacen partícipes del abismo de estos olvidos.
Pero Poesía
para el alma también es una película sobre poesía. Lejos de meramente
utilizar dicha arte como un recurso de redención de la protagonista, Lee
Changdon muestra sus claras credenciales literarias (fue un novelista
reconocido antes de lanzarse al mundo cinematográfico), logrando algo poco
común a la hora de retratar los avatares y encuentros poéticos a los que su
protagonista asiste: no sólo traer al film poemas realmente buenos, sino
también escribir mal –y creíble- cuando es preciso. Este desdoblamiento
interesantísimo se ve específicamente en el momento en que Mija se encuentra a
su profesor en una cena de poetas. Mija trae a la mesa algunas de las
enseñanzas de su sensei (algo así como que la poesía “espera dentro de uno
enjaulada y es necesario que uno se permita abrirle las puertas”) y vemos cómo
un amigo que vino con él se ríe y comienza a molestarlo por lo cursi de sus
dichos –notándosele toda su incomodidad. Es decir, el mismo Lee Changdon en
este momento, logra un espacio de instancia crítica dentro del mismo discurso
que ha atravesado toda la película. Esto último parecería una anécdota
meramente circunstancial, pero es una perla extrañísima en la discursividad del
mundo cinematográfico.
En un arte donde todos parecen señalar la forma en
que deben advenir las palabras (cabe señalar la mención de una compañera de
taller que le dice a la protagonista cómo las palabras en un poema aparecen
como tirando de un hilo de seda), la verdadera lección de Poesía para el alma parece ser justamente lo contrario: la poesía
adviene, no en el anhelo totalizador del lenguaje, sino justamente en el
agujero, el único vacío que puede permitir que lo otro circule.
Excelente crítica, Agustín.
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