La otra militancia
Desde el viernes 20 de agosto permanece en salas
comerciales la película El casamiento,
obra de Aldo Garay premiada en varios festivales (entre ellos el Biznaga de plata en el 14º Festival de
Cine de Málaga), que en cierto modo cierra una trilogía que había comenzado con
Yo, la más tremendo (1995), continuada
por Mi gringa, historia de un retrato
inconcluso (2001). El hilo conductor entre estos tres documentales es la
presencia de Julia Brian, transexual famosa por ser de las primeras personas en
haberse realizado una operación de cambio de sexo en el Uruguay –por más que
fuese recién reconocida legalmente por el Estado en el año 2005. Aldo Garay
siguió su vida de cerca y estuvo prácticamente presente en todo el proceso de
la relación de Julia con Ignacio Gonzalez, quienes han permanecido juntos desde
hace ya más de veinte años.
El disparador de este nuevo film es la intención
de Julia de casarse, comunicada a Aldo por medio de una llamada de teléfono en
donde le señala la intención de la pareja de hacerlo padrino de bodas. Ya desde
el comienzo percibimos una de las principales características del film, que es
el fino equilibrio entre documental y ficción, con la escena de una casa
serena, y el voiceover de Garay
contando la situación y acercándose al teléfono para escuchar una vez más el
mensaje. Esta línea se mantiene a lo largo de todo el film, donde pese a estar
haciendo un retrato de un marco social bastante despojado, los planos y cierta
forma de estructurar el metraje parecen propios de una película armada, con
guión propio. Uno podría pensar que este último aspecto tendería a restar en lo
que refiere a un documental, donde generalmente se realizan grandes proclamas
sobre la observación pasiva y aséptica del director –registrar la realidad “tal
cual es”, vaya uno a saber qué se entiende por esto- o, casi por el contrario,
incluir al director y hacer de su presencia y la relación con el material de
estudio el eje del film. El cine de Garay es justamente curioso porque se sitúa
en un interregno entre estos dos modelos, sin en ningún momento perder la
naturalidad con que pretende filmar a sus personajes.
Es de esperarse que muchos colectivos utilicen
este film como caballito de batalla para muchas de sus proclamas, pero a
diferencia de lo que uno podría esperar, el ámbito más, por así decirlo,
político, se maneja con la misma naturalidad que se retrata a Julia e Ignacio.
El asunto de cambio de sexo no está tan vinculado al reconocimiento del ámbito
público como sí a la pareja de Julia (que, curiosamente, en sus bases delata un
aspecto curiosamente conservador, familiarista, de unión hombre-mujer). De
hecho, a pesar del duro entorno de pobreza que atraviesan Julia e Ignacio, todos
los personajes satélite que rodean la pareja –ya sea el personal del Hospital
de Clínicas al que Julia tiene que acudir semanalmente para realizarse
díalisis, o un servicio de fletes que le ayuda en la mudanza- se muestran
particularmente cálidos y dispuestos a ayudar (una señal curiosamente notoria
en lo último del cine nacional –acostumbrado a comentarios más bien ácidos
sobre los vínculos sociales- donde también en La demora parecía resurgir esa cualidad de solidaridad ciudadana).
En todo caso, dándole una vuelta de tuerca,
justamente es en ese lugar en el que El
casamiento se distancia del discurso militante donde puede lograr
conquistas políticas más efectivas. En lo natural de la pareja, justamente se
lleva el ámbito de discusión al siguiente plano, que es el de volver a asuntos
que suelen estar asociados con términos como “decisión” y “lucha” a modelos de
vida donde el motor principal es justamente nada más sencillo y a la vez
complejo que el amor. De hecho, en un momento del film aparece un personaje que
había aparecido en Mi gringa (cuyos retazos de film aparecen en El casamiento, de cierto modo marcando
el avasallante paso del tiempo), que es Henry, la peluquera travesti de Julia.
En esta inclusión, se muestra otra alternativa de la de Julia: una travesti con
pareja, pero que decide no cambiarse su nombre. En el cine de Garay, las
identidades –ya sean sexuales, o en su basamento más básico (como las crisis de
Engler en El círculo)- se presentan como un modelo para armar, algo en perpetua
construcción, sin resoluciones finalistas e inmutables. Es quizás en esta
naturalidad donde se puede encontrar el punto más poderosamente político de un
film como éste.
Con todo esto mencionado, más que en el terreno
estrictamente cinematográfico, el Casamiento
y el cine de Aldo Garay en general, parece estar produciendo, o siendo portavoz
de cambios profundos que se producen en el campo social uruguayo.
¡Qué linda nota Agustín!
ResponderEliminarExcelente tratamiento de la temática, un saludo.