lunes, 14 de enero de 2013

Las flores de mi familia (Juan Ignacio Fernández Hoppe, 2011)



El vuelo de la paloma

Juan Ignacio Fernández Hoppe remó mucho para llegar a esta premiere. Las flores de mi familia atravesó un largo proceso, mediado por fondos obtenidos en el FONA y el Work in Progress 2010, participado además en varios festivales internacionales, entre los que se encuentra el DokLeipzig y el Fidocs, de Chile, en el cual el film se llevó el premio a Mejor película latinoamericana. El estreno en salas montevideanas (desde el pasado 9 de noviembre) es, en cierto punto, la coronación de dicho proceso.

Las flores de mi familia entró en una curiosa sintonía con dos films uruguayos que se estrenaron en el mismo año. En primera instancia, con La demora (con quien compartió grilla en el último Festival Internacional de Cine de Punta del Este) guarda una evidente coincidencia temática (qué hacer con nuestros parientes cuando ya están muy viejos para valerse por sí mismos), pero más allá de este punto, ciertos recursos de la fotografía (el impecable cuadro fijo, la filmación en interiores recortando pequeños detalles de lo que sucede en el centro dramático) las emparentan tanto temática como estilísticamente. En La demora, tal uso de cuadros fijos (recordar aquella espalda lavada por María –Roxana Blanco- al comienzo del film) sirve para señalar una sensación de asfixia vital, en donde el apartamento se convierte en una extraña ratonera atravesada por una luz grisácea en el que la protagonista –asediada no sólo por su padre, sino también por sus hiperactivos hijos- es incapaz de encontrar un lugar propio. Las flores de mi familia va por otro lado. La morosa filmación de determinados sitios del apartamento (el living invadido por un halo de luz similar al de los cuadros de John Register, el imperturbable balconcito, la mesa ocupada por madre e hija, con una cabecera vacía –ese tercer lugar, ese hueco que parece ser el centro invisible del film), más que insuflar una sensación de hastío, marca un escenario vital cerrado, la concreta idea de que Nivia (la abuela) sólo puede existir dentro de esas cuatro paredes, como si el apartamento fuera, en definitiva, una extensión fantasmal de ella.

Sin embargo, lejos del pequeño –e impecable- cuento moral que conforma la película La demora, Las flores de mi familia se maneja en un terreno irresuelto, donde el nudo dramático nunca parece cerrarse del todo, obligándonos a resolverlo por nosotros mismos.
La otra película con que guarda ciertos lazos en común es El casamiento, de Aldo Garay, donde no sólo en lo temático la muerte es un pájaro que planea plácidamente alrededor de los protagonistas (metafóricamente hablando, en la de Garay sería un cuervo, en la de Hoppe una paloma), sino que también hay un estilo concreto de filmación que las aúna. El estilo documental de los dos films se deja permear por la ficción, no en el sentido de incluir elementos ficticios, sino en la forma de retratar a sus personajes. Quizás la principal diferencia estribe en que mientras en el estilo de Garay se nota su mano como un activo artesano y director de actores, mientras que en el de Fernández Hoppe justamente su marca es la de un hábil montajista, que deja la cámara rodando y vuelve al rato, como un cazador, para ver que encontró en la jaula.

En esta particular posición subjetiva se encuentra quizás el principal valor del film. Pese a casi nunca aparecer, ese afán de invisibilidad del director hace aguas, pero es justamente en esa falla que la película se vuelve un trabajo diferente. Desde el éxito independiente de Tarnation (Jonathan Caouette, 2003) la inclusión del director en el retrato familiar ha sido una de las prácticas más comúnmente adoptadas. Fernández Hoppe intenta salir de esta órbita, como si intentara ver todo a través de un vidrio espejado, pero en cada una de las fisuras que sufre el vidrio podemos ir viéndolo fantasmalmente, ubicando lugares que él mismo no se imaginaba ocupar.

Ver Las flores de mi familia es ver a un fantasma pisándose la sábana. Es un acto de amor no planeado, como una flor creciendo en una fisura del hormigón.

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