lunes, 14 de enero de 2013

Garo- Un mundo sin gloria (Bizarro Records, 2012)



Los adioses

En tiempos donde la música en formato físico parece cada vez más el rito privado de algunos melancólicos y oscurantistas, el acto de leer el librillo de los álbumes se ha vuelto una actividad tan prehistórica como reacomodar la cinta de un cassette con una lapicera BIC. El rito antiguo de leer los librillos, más allá de auxiliarnos en la lectura de las letras, también permitía asociar el arte con contenidos específicos de las canciones, así como también revisar colaboraciones, agradecimientos e invitados especiales que de otra manera podrían pasarnos desapercibidos. Un mundo sin gloria es curioso justamente en lo mucho que los agradecimientos, arte y referencias nos dicen sobre algunos detalles ínfimos, pero a la vez vertebrales, de los que quizás de otra manera habríamos hecho la vista gorda.

En primera instancia, ya dos de los nombres mencionados en los agradecimientos (Tüssi Dematteis –cantante y letrista de La hermana menor- y Ernesto Tabárez –líder de Eté y los problems) coloca a Garo Arakeilian no sólo dentro cierto campo generacional compartido, sino también dentro de una de las “renovaciones” –por ponerle un término, considerando que todos tienen un largo trecho previo- de la lírica rockera local. No son, en ningún sentido, letristas de estilo idéntico, pero pueden rastrearse en las hélices de carbono ciertas influencias compartidas por el estilo impresionista y a veces minimalista de algunas figuras fundamentales de la renovación del folk indie norteamericano, como el caso de John Darnielle -de los Mountain Goats- Justin Vernon -de Bon Iver- y Sam Beam -de Iron & wine. Justamente, Un mundo sin gloria cuenta con un cover de Iron & Wine (“Testamento”, versión al español de “Dead man’s will”), pero también con uno de Dino (la serena y reflexiva “Guardo tantos recuerdos”), detalle que no puede pasarse por alto. Casi como si estuviéramos hablando de compuestos químicos, donde la adición o sustracción de una sustancia cambia por completo la composición, lo que diferencia en forma fundamental al estilo letrístico de Garo con respecto al de Dematteis y Tabárez es, precisamente, una estela espumosa de ciertas figuras del canto popular uruguayo que se abre detrás de su lírica, entre ellas el ya mencionado Dino, pero también Darnauchans y, con una influencia mucho más notoria de lo evidente, José Carbajal “El sabalero”. Es en este extraño interregno que Garo ocupa un lugar extraño, un curioso caso actual de eslabón perdido entre el rock y el folclore uruguayo.

Tal como se indica en el disco, “todas las canciones están basadas en casos reales en la República Oriental del Uruguay, entre 1914 y el 2012”. En un formato por momentos bordeando con lo periodístico, de crónica roja (algo que también hacía muy bien Marco Tortarolo en sus trabajos con la uruguaya Malpaso), se alzan “Andes 1206” (que entra y sale de la trágica historia entre Delmira Agustini y Enrique Job Reyes), “Gloria” (inspirada en una nota periodística de Leonardo Haberkorn) y “Diente de león”, un doloroso relato de violencia doméstica con un tono casi coloquial, salpicado de algunas imágenes poéticas contundentes como el que marca el estribillo “tendida en la tierra fría/ un tiro en el corazón/ encontraron  a María/ entre dientes de león”.

La elegante producción de Tabárez (con varias colaboraciones, entre las que guarda particular relevancia la voz de Laura Gutman, de Laura y los Branigans, en algunos coros) logra que, sin ser un cantante muy versátil (hay momentos que tiene algunos enganches que lo hacen sonar como un Drexler sin lo dulce), Garo haga de algunos de sus defectos virtudes, colocando el acento más en lo narrativo, en lo interpretativo del relato, que en las cualidades vocalísticas. Curiosamente, lejos de ser la voz una prueba pírricamente superada, Garo logra algo que se da pocas veces, que es habitar una voz de la que se le creen sus historias. Estos logros, más que en grandes pasajes, o en poderosas inflexiones, se dan en momentos fugaces, bajadas y microclimas emocionales que moran dentro de las canciones. Posiblemente el tema donde esto se ve de forma más lograda es “La visita” (el arrastre casi con dientes apretados en “y si es perdón no se pedir”, la “s” casi muda en la palabra “hospital”, la solemnidad accidental, completamente convencida en “voy a arrasar este país” y la subida, como si de golpe saliera el sol entre las nubes, a partir de “el viento barre el pabellón”), donde uno casi puede imaginarse a Garo, sentado en un cuarto vacío, hablándole al espejo, o un portarretratos, perdido entre trofeos de antaño.

La colección de fotografías del librillo justamente nos trae a estas imágenes: el interior gris y oxidado de un vestuario, el bronce apagado de un trofeo, el rostro cansado, pero tenaz de Garo viéndose al espejo en la luz anémica de los tubos de luz. Uno ve esas fotos y las primeras imágenes que saltan a la memoria son las del videoclip de “Hurt”, en donde el ya en sus últimas Johnny Cash deambulaba por el submundo lleno de trofeos mohosos, discos de platino y banquetes devenidos en naturalezas muertas de su hogar. Similar a “Hurt”, y fiel a los primeros versos del disco, Un día sin gloria es un disco de despedidas, pero de aquellos adioses con fotos rotas, de quemar puentes en la medida que uno los cruza, de no mirar atrás por miedo a convertirse en una estatua de sal. Es un disco lleno de fantasmas, sobre qué hacer con el pasado, o qué dejarnos hacer por el pasado, sobre abandonarnos a ser devorado por él, o volver a él y destruirlo desde dentro, en un gesto tan sencillo, gratuito y auténtico como el que se da en “La móvil”, con la madre pidiéndole a su hijo que rompa las botellas de whisky antes de dárselas a los policías.

“Salgo a caminar/ para que la niebla me haga niebla”. De una forma similar fue que desapareció La trampa, banda que le dio fama local por casi veinte años a Garo. Casi una implosión muda, una combustión espontánea, la banda –a diferencia de las grandes peleas, los largos statements de despedida, los falsos últimos toques- pareció perderse y convertirse en esa niebla. El disco de Garo parece hablar justamente de eso, de quemar la tierra para ver qué cosa nueva germina de ahí, de ponerse los guantes para un nuevo round contra sí mismo, ver si está a la altura de sus miedos, de darse cuenta de que ahora en el ring no hay nadie salvo sí mismo.

Un mundo sin gloria es boxear con la sombra con miedo a perder, tomar todo lo que uno fue y soplarlo hasta pulverizarlo como un diente de león.

publicado en la diaria el 14/01/13

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