Los
adioses
En tiempos donde la música en formato físico parece
cada vez más el rito privado de algunos melancólicos y oscurantistas, el acto
de leer el librillo de los álbumes se ha vuelto una actividad tan prehistórica
como reacomodar la cinta de un cassette con una lapicera BIC. El rito antiguo
de leer los librillos, más allá de auxiliarnos en la lectura de las letras,
también permitía asociar el arte con contenidos específicos de las canciones,
así como también revisar colaboraciones, agradecimientos e invitados especiales
que de otra manera podrían pasarnos desapercibidos. Un mundo sin gloria es
curioso justamente en lo mucho que los agradecimientos, arte y referencias nos
dicen sobre algunos detalles ínfimos, pero a la vez vertebrales, de los que
quizás de otra manera habríamos hecho la vista gorda.
En primera instancia, ya dos de los nombres
mencionados en los agradecimientos (Tüssi Dematteis –cantante y letrista de La
hermana menor- y Ernesto Tabárez –líder de Eté y los problems) coloca a Garo
Arakeilian no sólo dentro cierto campo generacional compartido, sino también
dentro de una de las “renovaciones” –por ponerle un término, considerando que
todos tienen un largo trecho previo- de la lírica rockera local. No son, en
ningún sentido, letristas de estilo idéntico, pero pueden rastrearse en las
hélices de carbono ciertas influencias compartidas por el estilo impresionista
y a veces minimalista de algunas figuras fundamentales de la renovación del folk indie norteamericano, como el caso
de John Darnielle -de los Mountain Goats- Justin Vernon -de Bon Iver- y Sam
Beam -de Iron & wine. Justamente, Un
mundo sin gloria cuenta con un cover de Iron & Wine (“Testamento”,
versión al español de “Dead man’s will”), pero también con uno de Dino (la
serena y reflexiva “Guardo tantos recuerdos”), detalle que no puede pasarse por
alto. Casi como si estuviéramos hablando de compuestos químicos, donde la
adición o sustracción de una sustancia cambia por completo la composición, lo
que diferencia en forma fundamental al estilo letrístico de Garo con respecto al
de Dematteis y Tabárez es, precisamente, una estela espumosa de ciertas figuras
del canto popular uruguayo que se abre detrás de su lírica, entre ellas el ya
mencionado Dino, pero también Darnauchans y, con una influencia mucho más
notoria de lo evidente, José Carbajal “El sabalero”. Es en este extraño
interregno que Garo ocupa un lugar extraño, un curioso caso actual de eslabón
perdido entre el rock y el folclore uruguayo.
Tal como se indica en el disco, “todas las canciones
están basadas en casos reales en la República Oriental del Uruguay, entre 1914
y el 2012”. En un formato por momentos bordeando con lo periodístico, de
crónica roja (algo que también hacía muy bien Marco Tortarolo en sus trabajos
con la uruguaya Malpaso), se alzan “Andes 1206” (que entra y sale de la trágica
historia entre Delmira Agustini y Enrique Job Reyes), “Gloria” (inspirada en
una nota periodística de Leonardo Haberkorn) y “Diente de león”, un doloroso
relato de violencia doméstica con un tono casi coloquial, salpicado de algunas
imágenes poéticas contundentes como el que marca el estribillo “tendida en la
tierra fría/ un tiro en el corazón/ encontraron a María/ entre dientes de león”.
La elegante producción de Tabárez (con varias colaboraciones,
entre las que guarda particular relevancia la voz de Laura Gutman, de Laura y los Branigans, en algunos coros) logra que, sin ser un cantante muy versátil (hay momentos que tiene
algunos enganches que lo hacen sonar como un Drexler sin lo dulce), Garo haga
de algunos de sus defectos virtudes, colocando el acento más en lo narrativo,
en lo interpretativo del relato, que en las cualidades vocalísticas.
Curiosamente, lejos de ser la voz una prueba pírricamente superada, Garo logra
algo que se da pocas veces, que es habitar una voz de la que se le creen sus
historias. Estos logros, más que en grandes pasajes, o en poderosas
inflexiones, se dan en momentos fugaces, bajadas y microclimas emocionales que moran
dentro de las canciones. Posiblemente el tema donde esto se ve de forma más
lograda es “La visita” (el arrastre casi con dientes apretados en “y si es
perdón no se pedir”, la “s” casi muda en la palabra “hospital”, la solemnidad accidental,
completamente convencida en “voy a arrasar este país” y la subida, como si de
golpe saliera el sol entre las nubes, a partir de “el viento barre el
pabellón”), donde uno casi puede imaginarse a Garo, sentado en un cuarto vacío,
hablándole al espejo, o un portarretratos, perdido entre trofeos de antaño.
La colección de fotografías del librillo justamente
nos trae a estas imágenes: el interior gris y oxidado de un vestuario, el
bronce apagado de un trofeo, el rostro cansado, pero tenaz de Garo viéndose al
espejo en la luz anémica de los tubos de luz. Uno ve esas fotos y las primeras
imágenes que saltan a la memoria son las del videoclip de “Hurt”, en donde el
ya en sus últimas Johnny Cash deambulaba por el submundo lleno de trofeos
mohosos, discos de platino y banquetes devenidos en naturalezas muertas de su
hogar. Similar a “Hurt”, y fiel a los primeros versos del disco, Un día sin
gloria es un disco de despedidas, pero de aquellos adioses con fotos rotas, de
quemar puentes en la medida que uno los cruza, de no mirar atrás por miedo a
convertirse en una estatua de sal. Es un disco lleno de fantasmas, sobre qué hacer
con el pasado, o qué dejarnos hacer por el pasado, sobre abandonarnos a ser
devorado por él, o volver a él y destruirlo desde dentro, en un gesto tan
sencillo, gratuito y auténtico como el que se da en “La móvil”, con la madre
pidiéndole a su hijo que rompa las botellas de whisky antes de dárselas a los
policías.
“Salgo a caminar/ para que la niebla me haga
niebla”. De una forma similar fue que desapareció La trampa, banda que le dio
fama local por casi veinte años a Garo. Casi una implosión muda, una combustión
espontánea, la banda –a diferencia de las grandes peleas, los largos statements
de despedida, los falsos últimos toques- pareció perderse y convertirse en esa
niebla. El disco de Garo parece hablar justamente de eso, de quemar la tierra
para ver qué cosa nueva germina de ahí, de ponerse los guantes para un nuevo
round contra sí mismo, ver si está a la altura de sus miedos, de darse cuenta
de que ahora en el ring no hay nadie salvo sí mismo.
Un
mundo sin gloria es boxear con la sombra con miedo a
perder, tomar todo lo que uno fue y soplarlo hasta pulverizarlo como un diente
de león.
publicado en la diaria el 14/01/13
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