lunes, 14 de enero de 2013

Los salvajes (Alejandro Fadel, 2012)



El jabalí

Difícilmente se haya hecho una película donde realismo social y misticismo se entremezclen de manera tan intensa. Ya desde el comienzo, con el primer plano de uno de los protagonistas rezando contra un alambrado, seguido por el adentramiento en el centro de detención juvenil se puede ver estas dos realidades separadas, pero que progresivamente se van a mezclar. Quizás, el único film donde figuraba esta extraña mezcla entre una dimensión más espirtitual y el realismo social era Los labios (I.Fund- S. Loza, 2011) donde se adentraba un poco en esa dimensión mítica de lo femenino en la misma manera en que las protagonistas se adentraban en una sociedad distinta a la que pretendían intervenir.

En el interior de la correccional el estilo de filmación es muy propio del estilo realista y áspero del Nuevo Cine Argentino: sonido ambiente, planos y contraplanos de personas varias entre los que se diseminan los que más tarde adquirirán particular protagonismo. Luego de un golpe largamente orquestado, cinco jóvenes se escapan a los balazos de la correccional, matando a más de uno para internarse en la profundidad del monte, buscando escapar de sus posibles perseguidores. Todo el film está inundado de esta sensación de persecución, pero en determinado momento uno se da cuenta que nadie va tras ellos, que el escape extenuante hacia adelante no es de otra persona, alguien tangible, sino de sí mismos.

En este camino, casi como por ósmosis, el aire realista se va inundando de a cuentagotas por un tenor diferente, oscuro, de profundo regresos a los arquetipos, como si de golpe nos diéramos cuenta de que pasamos de una película del estilo de Trapero (con quien Alejandro Fadel colaboró en escritura) a una de Apichatpong Weerasethakul. Lo particularmente curioso es la manera en que Fadel articula estos dos registros, haciendo que, pese a este adentramiento místico, los personajes sigan mirándose, moviéndose y hablando como un grupo de jóvenes que son. Algunos de ellos hablan de sus proyectos, pero ninguno es lo suficientemente idílico o fantaseoso como poder concebirlo sin una violencia que parece inherente. Uno de los mejores momentos del film transcurre en una conversación que uno de los fugados mantiene con la única chica del grupo mientras aspiran pegamento, diciéndole que para ayudar al buen viaje de la droga piense en cosas lindas, hablándole de championes, de ropa, de ella caminando por Buenos Aires. Pocas veces en el cine se retrataron los anhelos de libertad de una vida atravesada por la violencia como en esa charla completamente carente de vuelo espiritual o mayores ambiciones; la felicidad, el paraíso es ese: un par de championes, caminar por Buenos Aires, sin pensar demasiado qué hacer después con eso.

Curiosamente, uno revé Los salvajes y se da cuenta de que las claves de esta polinización mutua entre lo fantástico y lo realista estaban dadas desde el principio, incluso antes de que los chicos se internaran en el bosque. Uno analiza algunos de los protagonistas y perfectamente los podría transpolar a una película sobre una compañía de exploradores del Medioevo: la chica que con una capucha que casi le tapa los ojos dándole un aire a hechicera (o a virgen); el niño mudo y completamente afectado por el remordimiento perfectamente podría ser el diligente escudero de su hermano, a la vez que el párroco o sacerdote de la compañía, completamente invadido por dudas espirituales; el muchacho gordo, lento, pero indoblegable es de esos guerreros de pocas palabras, la fuerza bruta que avanza en línea recta sin decir muchas palabras; finalmente, los otros dos caballeros más carismáticos que se disputan a la dama, pero que eventualmente desaparecen.
El jabalí (o las visiones de un jabalí) es el único ser que parece acompañar o perseguir a todos estos personajes. Uno termina viendo en ese jabalí, en aquel ojo amarillo que los observa tristemente, la culpa que los acompaña y que no se puede ir salvo por un profundo sacrificio.

Es en este destino que la película termina convirtiéndose en una mitológica de la dinamitación de las instituciones argentinas. El joven poniéndose la piel del jabalí, el fuego, el humo que se pierde en el aire, como todos estos personajes que ya estaban perdidos desde hace mucho tiempo.

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