viernes, 27 de julio de 2012

El casamiento (Aldo Garay, 2012)




La otra militancia

Desde el viernes 20 de agosto permanece en salas comerciales la película El casamiento, obra de Aldo Garay premiada en varios festivales (entre ellos el Biznaga de plata en el 14º Festival de Cine de Málaga), que en cierto modo cierra una trilogía que había comenzado con Yo, la más tremendo (1995), continuada por Mi gringa, historia de un retrato inconcluso (2001). El hilo conductor entre estos tres documentales es la presencia de Julia Brian, transexual famosa por ser de las primeras personas en haberse realizado una operación de cambio de sexo en el Uruguay –por más que fuese recién reconocida legalmente por el Estado en el año 2005. Aldo Garay siguió su vida de cerca y estuvo prácticamente presente en todo el proceso de la relación de Julia con Ignacio Gonzalez, quienes han permanecido juntos desde hace ya más de veinte años.
El disparador de este nuevo film es la intención de Julia de casarse, comunicada a Aldo por medio de una llamada de teléfono en donde le señala la intención de la pareja de hacerlo padrino de bodas. Ya desde el comienzo percibimos una de las principales características del film, que es el fino equilibrio entre documental y ficción, con la escena de una casa serena, y el voiceover de Garay contando la situación y acercándose al teléfono para escuchar una vez más el mensaje. Esta línea se mantiene a lo largo de todo el film, donde pese a estar haciendo un retrato de un marco social bastante despojado, los planos y cierta forma de estructurar el metraje parecen propios de una película armada, con guión propio. Uno podría pensar que este último aspecto tendería a restar en lo que refiere a un documental, donde generalmente se realizan grandes proclamas sobre la observación pasiva y aséptica del director –registrar la realidad “tal cual es”, vaya uno a saber qué se entiende por esto- o, casi por el contrario, incluir al director y hacer de su presencia y la relación con el material de estudio el eje del film. El cine de Garay es justamente curioso porque se sitúa en un interregno entre estos dos modelos, sin en ningún momento perder la naturalidad con que pretende filmar a sus personajes.
Es de esperarse que muchos colectivos utilicen este film como caballito de batalla para muchas de sus proclamas, pero a diferencia de lo que uno podría esperar, el ámbito más, por así decirlo, político, se maneja con la misma naturalidad que se retrata a Julia e Ignacio. El asunto de cambio de sexo no está tan vinculado al reconocimiento del ámbito público como sí a la pareja de Julia (que, curiosamente, en sus bases delata un aspecto curiosamente conservador, familiarista, de unión hombre-mujer). De hecho, a pesar del duro entorno de pobreza que atraviesan Julia e Ignacio, todos los personajes satélite que rodean la pareja –ya sea el personal del Hospital de Clínicas al que Julia tiene que acudir semanalmente para realizarse díalisis, o un servicio de fletes que le ayuda en la mudanza- se muestran particularmente cálidos y dispuestos a ayudar (una señal curiosamente notoria en lo último del cine nacional –acostumbrado a comentarios más bien ácidos sobre los vínculos sociales- donde también en La demora parecía resurgir esa cualidad de solidaridad ciudadana).
En todo caso, dándole una vuelta de tuerca, justamente es en ese lugar en el que El casamiento se distancia del discurso militante donde puede lograr conquistas políticas más efectivas. En lo natural de la pareja, justamente se lleva el ámbito de discusión al siguiente plano, que es el de volver a asuntos que suelen estar asociados con términos como “decisión” y “lucha” a modelos de vida donde el motor principal es justamente nada más sencillo y a la vez complejo que el amor. De hecho, en un momento del film aparece un personaje que había aparecido en Mi gringa (cuyos retazos de film aparecen en El casamiento, de cierto modo marcando el avasallante paso del tiempo), que es Henry, la peluquera travesti de Julia. En esta inclusión, se muestra otra alternativa de la de Julia: una travesti con pareja, pero que decide no cambiarse su nombre. En el cine de Garay, las identidades –ya sean sexuales, o en su basamento más básico (como las crisis de Engler en El círculo)- se presentan como un modelo para armar, algo en perpetua construcción, sin resoluciones finalistas e inmutables. Es quizás en esta naturalidad donde se puede encontrar el punto más poderosamente político de un film como éste.
Con todo esto mencionado, más que en el terreno estrictamente cinematográfico, el Casamiento y el cine de Aldo Garay en general, parece estar produciendo, o siendo portavoz de cambios profundos que se producen en el campo social uruguayo.

1 comentario:

  1. ¡Qué linda nota Agustín!
    Excelente tratamiento de la temática, un saludo.

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