viernes, 27 de julio de 2012

Los amores imaginarios (Xavier Dolan, 2011)




Triángulo de amor bizarro

Xavier Dolan, con apenas dieciocho años ya había entrado por la puerta grande al mundo cinematográfico, con su película semi-autobiográfica Yo maté a mi madre, ganadora de varios premios internacionales, entre los que se incluyen los prestigiosos festivales de Cannes, Rotterdam, Bangkok y Toronto. Para un director tan joven, la segunda película suele ser una prueba de fuego, en donde se suele debatir entre la voluntad de ampliar el abanico presentado en su anterior trabajo, o consolidar un estilo.
Con Los amores imaginarios, Dolan parecería optar por la segunda opción, repitiendo gran parte de la planilla oficial de su ópera prima (incluyéndose a él como protagonista, junto a Niels Schneider como objeto de deseo y a Anne Dorval de vuelta como madre, pero esta vez en un registro bastante diferente), pero sobre todo, ahondando, casi por así decir, amplificando, los caminos estéticos que había elegido anteriormente. Marie y Francis son dos amigos inseparables que sin declararlo oficialmente, se enamoran de forma instantánea de Nicolas, el chico nuevo de Quebec, cuyos rizos dorados le dan un cierto aire a querubín. Más allá de los evidentes intereses contrapuestos, ya desde el principio Nicolas parece no hacer mucha distinción entre uno y otro de sus nuevos amigos, en una instancia de coqueteo en el que uno nunca sabe a ciencia cierta si es fruto de pura y dura manipulación, o diabólica inocencia.

La fiesta del ojo
La historia que sigue es más o menos conocida en el cine, bastante ávido en sus historias de triángulos amorosos. Sin embargo, Los amores imaginarios se inserta en una tradición más particular de este tipo de films, que es la de triángulos donde dos de los vértices están ocupados por amigos entre sí, donde la competencia ha de librarse de una manera más solapada y donde se diseminan otro tipo de emociones diferentes a la clásica disputa entre dos antagonistas desconocidos. En este sentido, la influencia de Jules y Jim (François Truffaut, 1962) parece bastante evidente (no sólo en la temática, sino por las claras –a veces demasiado evidentes- influencias de la nouvelle vague en el estilo de Dolan), pero también podríamos citar otras, como Pobres pero bellos (Dino Risi, 1956), o la indie Bummer Summer (Zach Weintraub, 2010).
Mientras que en la mayoría de películas de triángulos amorosos rinde más que nada la esencia trágica del engaño y el despecho, en este otro tipo de films lo interesante ocurre en la medida en que este amor, en cualquiera de sus vértices, termina de concretarse. Lo que se abre entre estos personajes suele ser una guerra fría, un campo de batalla librado en pequeños gestos, minúsculas partidas de ajedrez en donde cada competidor debe adelantarse varios movimientos por encima de lo que va a hacer, no sólo su objeto de amor, sino el otro. En el caso de Los amores imaginarios, la contienda parece librarse en torno a la ropa, un detalle que a la mayoría de las personas les parecería una banalidad, pero que Xavier Dolan sabe extraerle el jugo como muy pocos directores. Es un festín para el ojo ver cómo, asistido por la cinematografía de Stéphanie Weber-Biron (quien ya había sido directora de fotografía de Yo maté a mi madre) Dolan filma en esos ralentis a lo Wong Kar Wai (con música que va desde Bach y Wagner hasta una tarantinesca versión de “Bang Bang”, por Dalida) un vestido, una chaqueta, un sombrero, unos zapatos en punta acharolados. En una escena en especial, la intercalación entre score musical diegético/extradiegético rinde montones, cuando Marie y Francis se preparan para ir al cumpleaños de Nicolas (arreglándose y preparando sus regalos como si fuera la famosa escena pre batalla de Rambo), acompañados, en ralentí, por el tema de Dalida –los dos impecables, Francis con su estilo casual y moderno y Marie con su estilo vintage, su collar de perlas-, hasta que entran a la casa donde se lleva a cabo la celebración y la pequeña burbuja en que flotábamos explota y nos encontramos en un escenario gris, bastante sucio, donde suena a todo volumen “Jump Around”, de House of Pain y la gente –incluyendo el cumpleañero- está muchísima menos elegante.

El vértice-puente
Uno no debe hacer vista gorda a que esta batalla, como una peculiaridad del film, no es brindada entre dos hombres y una presa femenina –como casi siempre suele darse-, ni siquiera entre dos mujeres –en donde podría abrirse el conocidísimo campo de batalla de los encantos femeninos-, sino entre un hombre y una mujer por el encanto de un muchacho. Redobla lo interesante de la batalla, porque la variedad de recursos y armas empleados en esta guerra fría se amplifica notoriamente. Sin embargo, más interesante aún es que, conscientemente o no, Dolan parece revertir la fórmula inherente que existía en la mayoría de las películas de triángulos amorosos. En la mayoría de este tipo de films –especialmente cuando la disputa se da entre dos amigos- siempre existió un subtexto gay, en la que el vértice del triángulo en realidad parece un puente entre los dos protagonistas. Posiblemente el film donde dejó esto más expuesto haya sido Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), en ese trío que termina dándose entre Gael García Bernal, Diego Luna y Maribel Verdú, pero también entre Ben Affleck y Jason Lee en Persiguiendo a Amy (1997). Gusta la libertad con que Dolan plantea estos dramas, poniendo en papel a la sexualidad no como un terreno de “decisiones”, sino como un tablero de Go!, donde la libertad de movimiento no está asignada por ningún código explícito y exigente.
Saliendo de estas peculiaridades, cabe decir que parte de lo que hace a Los amores imaginarios una buena película, también es lo que siembra algunas dudas o reproches. Hay varias escenas que se repiten entre este film y su ópera prima –la escena en ralentí del boliche, la persecución estilizada en el campo tapizado de hojas- que habrían que ver en qué medida se convierte en un sello, o en un encorsetamiento del estilo del chico de Quebec. Lo mismo puede decirse de su universo, el mundillo hipster hecho por y para un público endogámico, asediado por dramas burgueses. Emitir un juicio sobre todo esto dicho parece demasiado apresurado, habrá que esperar futuras películas.

2 comentarios:

  1. HAS VISTO LA ULTIMA PELI DE DOLAN?LAURENCE ANYWAYS DICEN QUE ES UN POCO LYNCHIANA, NADA Q VER A LO Q HA HECHO HASTA AHORA

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  2. Hola! Me gustó mucho tu crítica. Hay un dato que me parece que es erróneo, y es que la película no transcurre en Quebec, sino en Montreal.
    Yo no había visto ninguna película de Dolan hasta ahora, que vi "Los amores imaginarios". A mí me pareció excelente cómo retrata esta cuestión del enamoramiento (más que el amor), a través de gestos, de miradas hacia el objeto de deseo, y de la rivalidad, por medio de las miradas entre los dos "competidores". No me aportan tanto los momentos en que aparecen estos otros personajes que cuentan sus obsesiones, sus decepciones en el terreno amoroso (me remite un poco a Cuando Harry Conoció a Sally, pero con menos gracia).
    Saludos!

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