viernes, 27 de julio de 2012

Poesía para el alma (Lee Chang- Dong, 2010)




Dos fantasmas

Si uno se rigiera exclusivamente por el título, Poesía para el alma parecería un drama con contenido de corte de autoayuda, o bien una película simpática, que intenta extraer y exponernos los pequeños detalles del mundo que cotidianamente escapan a nuestra vista. Gracias a Dios, la película de Lee Changdon no es ninguna de las dos cosas.
Poesía para el alma cuenta la historia de Mija (Jeong-Hie Yun), una humilde y simpática señora entrada en años que alterna algunas breves actividades atendiendo a un hombre sufriente de una parálisis cerebral (un tema recurrente en el director y ex ministro de cultura surcoreano, contando con el hecho de que en Oasis -2002- dicha enfermedad atravesaba la vida de una pareja inusual) y el cuidado de su nieto, cuya madre trabaja en una ciudad lejana del país. Lejos de Seúl, el pueblo de Mija parece estancado en un edén de tranquilidad hasta que se desata la noticia del descubrimiento del cuerpo de una estudiante que decidió acabar con su vida. Este doloroso acontecimiento cobra otra dimensión para la vida de Mija cuando se entera que su nieto está implicado en el suicidio, al haber formado parte de un grupo de compañeros que durante dos años se había dedicado a violar repetidamente a la joven. Es en este punto que Mija, como si rasgara un telón carmesí que había dado sentido y orden a su vida, se encuentra atravesada, no sólo por la presión de los padres de los otros jóvenes involucrados (que pretenden hacer callar por ayuda monetaria a la madre de la damnificada), sino también por un diagnóstico de Alzheimer, que comienza a salpicar varios rincones de su existencia. Ante tal oscuro panorama, el único punto de fuga parece ser un curso de poesía al que Mija atiende.
Lee Changdon podría haber hecho un drama lacrimógeno, pero justamente lo que más efecto tiene sobre nosotros es la sobriedad con que se manejan temas tan truculentos. Mija –sin contar la madre de la estudiante- parece ser la única persona realmente apesadumbrada por el acontecimiento, mientras que los padres de los compañeros, incluso su mismo nieto, parecen vivir en un mundo sin particular remordimiento, casi de alegre olvido. Justamente, una de las oposiciones poéticas del film es justamente el hecho de que, aún con el Alzheimer que atraviesa, Mija parece ser la única que no puede olvidar a la chica. Es en esta dinámica que se trae a escena uno de los elementos centrales de Poesía para el alma (y que se ve hermosamente retratado en la secuencia final del film, que recuerda mucho a Shara –Naomi Kawase, 2003), que es el desdoblamiento de una mujer que intenta no perder su memoria y el de un fantasma que no quiere ser olvidado.
Golpea a la quijada la finísima forma en que Lee Changdon va salpicando pequeños detalles de la enfermedad degenerativa de Mija, que empieza apenas escapándosele los nombres de cosas, para después ir perdiéndose por lapsos más prolongados–y metiéndonos a nosotros en elipsis que nos hacen partícipes del abismo de estos olvidos.
Pero Poesía para el alma también es una película sobre poesía. Lejos de meramente utilizar dicha arte como un recurso de redención de la protagonista, Lee Changdon muestra sus claras credenciales literarias (fue un novelista reconocido antes de lanzarse al mundo cinematográfico), logrando algo poco común a la hora de retratar los avatares y encuentros poéticos a los que su protagonista asiste: no sólo traer al film poemas realmente buenos, sino también escribir mal –y creíble- cuando es preciso. Este desdoblamiento interesantísimo se ve específicamente en el momento en que Mija se encuentra a su profesor en una cena de poetas. Mija trae a la mesa algunas de las enseñanzas de su sensei (algo así como que la poesía “espera dentro de uno enjaulada y es necesario que uno se permita abrirle las puertas”) y vemos cómo un amigo que vino con él se ríe y comienza a molestarlo por lo cursi de sus dichos –notándosele toda su incomodidad. Es decir, el mismo Lee Changdon en este momento, logra un espacio de instancia crítica dentro del mismo discurso que ha atravesado toda la película. Esto último parecería una anécdota meramente circunstancial, pero es una perla extrañísima en la discursividad del mundo cinematográfico.
En un arte donde todos parecen señalar la forma en que deben advenir las palabras (cabe señalar la mención de una compañera de taller que le dice a la protagonista cómo las palabras en un poema aparecen como tirando de un hilo de seda), la verdadera lección de Poesía para el alma parece ser justamente lo contrario: la poesía adviene, no en el anhelo totalizador del lenguaje, sino justamente en el agujero, el único vacío que puede permitir que lo otro circule.

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