Las
vigas de la ausencia
Multitudes retrata como pocos una zona olvidada, un
Buenos Aires que una vez existió, pero que ahora vive como un espectro sin
sábana, contemplando Puerto Madero, una de las zonas más ricas y activas de la
ciudad. Especialmente centrado en los espacios abandonados de Ciudad Deportiva
de la Boca y el parque Interama (junto a una torre que, pese a ser uno de los
miradores más altos de Latinoamérica, parece oculta a Buenos Aires), la
película habla sin palabras sobre la construcción de una ciudad, sobre los
desaparecidos, sobre los proyectos urbanísticos y la identidad de un país. En
el marco del Festival de Cine de Punta del Este, aprovechamos a hablar con su
director, Martín Oesterheld (nieto Héctor Germán Oesterheld, desaparecido en dictadura,
historietista de la fundamental El Eternauta), que estuvo presentando su
película y hablando de temas que tocan no sólo lo cinematográfico
Uno
de los aspectos más interesantes de tu película es cómo se percibe un diálogo
lejano entre dos ciudades, ambas construidas sobre un supuesto futuro, pero una
en el que este mismo está congelado y otra en la que este es presente, pero
lejano.
Sí, me interesaba mucho mostrar una especie de
enajenamiento de la ciudad de Buenos Aires. Era una ciudad de Buenos Aires que
es como un lado b de la misma. La película gira un poco a través de esa
dinámica ausencia/presencia. Pero también hay una resonancia histórica y de
época por la simbología que tenían estos dos espacios. La película se llama Multitud exactamente por lo que no
muestra, que es esa ausencia que está particularmente presente alrededor de
toda la película. Todos esos espacios gigantes que tendrían que estar habitados
por multitudes disfrutando de esos lugares y sin embargo están habitados por
una multitud que también está ausente… una multitud invisibilizada por la gente
que se fue colocando en esos asentamientos alrededor de esas otras
edificaciones.
En
ese registro de lo invisibilizado, justamente uno percibe a la gente como meras
hormigas, en contraste a esos edificios gigantescos.
A mí no es que me interese particularmente el
documental o el cine de observación. A mí lo que me interesaba era una manera
clara de hacer hablar a esos espacios como protagonistas. La película
representa un poco el tema del olvido, eso de que hay una postergación, ese
silencio de lo que fue ese parque y de las ruinas de lo que fue ese futuro. Me
parece un silencio compartido con el de la construcción de esas torres de
Puerto Madero, impersonales y pensadas para la misma gente que no está a lo
largo del año. Se parece un poco a Punta del Este en ese sentido. Ese silencio
genera una equivalencia extraña entre la ruina y el apartamento por estrenarse.
Ese desajuste genera un comentario que me interesa, y es un poco el código para
leer la película.
Es
muy particular cómo el presente de las ciudades se construye en base a un
futuro ¿Cómo creés que funciona ese futuro en la Buenos Aires actual?
Bueno, en realidad siempre la arquitectura está
relacionada con esa promesa vinculada al tiempo que viene. La especulación
inmobiliaria hace que con aquello que se lee como el tiempo que viene -sobre
todo en lo espacios como la “Ciudad Deportiva de la Boca”- se genere una cosa
extraña... El personaje paraguayo que en la película sale a remar por ese
riacho y de repente aparece en el Río de la Plata, en el trabajo de ese tipo se
explica mucho la relación entre los asentamientos y las construcciones nuevas.
En Buenos Aires, en todas las construcciones la mano de obra más calificada
como obrero son los paraguayos. Son muy solicitados. Muchos de ellos, por
ejemplo ese personaje que se llama Vivián, trabajó en muchas de esas torres de
Puerto Madero. La plata que ganaba en las construcciones de Puerto Madero las gastaba
en material para construirse su casa en el asentamiento que estaba a cinco,
siete cuadras de ahí, en una periferia cercana. Una vez que tuvo la casa hecha
llamó a su familia, con la que vive desde hace unos seis, siete años. Hoy por
hoy, la misma especulación inmobiliaria de esas torres son las que ponen en
jaque la casa que construyó con los recursos de la construcción de esas mismas
torres, a partir de un desalojo de esas tierras, con las propiedades que
quieren avanzar. Hay un terreno también de cómo esos futuros avanzan sobre esa invisibilización.
¿Cómo
ves esa relación entre lo invisible y el olvido?
Buenos Aires tiene mucho esa paradoja de que genera fuertes relaciones con el olvido y
mucho de la zona sur de la ciudad yo lo interpreto que tiene que con el olvido
y el amontonamiento. Es un lugar donde se acumulan las promesas, las personas,
los autos, todo una acumulación, y eso genera una forma. Cuando una mira las
avenidas –incluso, cuando uno viene a Uruguay- la torre de Interama es
omnipresente, es una especie de hito negado dentro de Buenos Aires. Esa torre
que está diseñada como si fuera la espada de Escalibur, en esa espada clavada
hay una deuda importante con la zona sur.
Esa
torre parecería el faro que sigue titilando en una isla en donde ya no habita
nadie.
Esa torre es como una incomodidad, como una deuda
pendiente que tiene toda la esfera pública. Hay 25 mil personas en la Villa 20.
Hay literalmente ciudades creciendo en esa zona. Esa lógica también me lo había
planteado otro periodista, que es que en estos dos proyectos que muestro en
Multitudes permanecía una idea de la ciudad. La Ciudad Deportiva de la Boca
tiene una idea de ciudad en sí misma, e Interama, que fue como la inauguración
del parque, cuando entró en una estafa con que era una especie de sociedad
mixta entre militares y civiles se comienza a llamar "Parque de la
ciudad".
Adentrándonos
en la relación de estas construcciones y la dictadura, es curioso cómo los
mandatos militares son los que produjeron mayor infraestructura en la historia
de Latinoamérica
Es cierto eso. Históricamente, el gobierno de [Osvaldo]
Cacciatore, que hizo desastres en la ciudad, fue el que más obras hizo en la
historia moderna de la ciudad.
Es
interesante cómo a partir de esa infraestructura se intenta resignificar cosas que en otro tiempo
estuvieron específicamente vinculadas a la dictadura. En
el caso argentino, pienso por ejemplo la ESMA, pero también estructuras que
fueron suplantadas por algo mucho menos evidente.
Una cosa es lo que tiene que ver con el señalamiento
de una memoria casi institucional. La ESMA es un gesto estatal referido a eso, pero
aún así se relaciona a un acto paradójico que tiene que ver con el olvido. Para
usar la memoria y haber recordado algo tenés que haber olvidado algo. Entonces
creo que es una cosa que se retroalimenta. La diferencia de esos espacios y su
simbología es mucho más interior. Tiene que ver con un terreno más de la culpa.
Tiene que ver con esa época, todo el mundo lo connota con esa época, cada vez
que la gente, incluso yo, recuerda ese parque, tiene una resonancia de los
tiempos dictatoriales. Si lo pensás, hay una esfera de esa tensión que
magnetiza todas las posibilidades de pensar esas estructuras. Esa sensación es
un motor fuerte para mí. Yo ese trabajo realmente lo pienso como un tipo de búsqueda
personal, no solamente una búsqueda estética. Digamos que mi relación con la
ciudad es una especie de respuesta que puedo conseguir de mi pasado. Toda mi
construcción familiar es a partir de relatos, mucha gente amiga de mis padres
me incluye en esos relatos, y son recuerdos muy fuertes, pero yo no tengo
ninguna memoria de ellos. Son personajes ajenos, que vienen a contarme una cosa
fundamental de lo que fue mi vida. La ciudad es un poco igual. La ciudad tiene
una espectralidad que me interesa.
Y
con esa ciudad, específicamente con Interama o con Ciudad Deportiva de la Boca,
¿guardás algún recuerdo específico?
Yo me acuerdo de estar en la fila para subirme a una
montaña rusa y ni me acuerdo ni con quien estaba, pero había como en una mezcla
entre miedo y vértigo por subirme ahí, ese cagazo de cuando sos pendejo. Y mi
recuerdo cuando veo para atrás, cuando veo este trabajo y todo, lo que me pasa
es que el recuerdo de la dictadura y cada vez que trato de organizar el relato
de mi historia familiar tiene una carga análoga de vértigo y de miedo. Mis
viejos desaparecen cuando yo tengo cuatro años y, tenés que encontrar una forma
diferente para manejarte al pasado. Hay algo de la tensión de los relatos
familiares que están jugados de los relatos de ficción de mi abuelo [Héctor
Germán Oesterheld], de algo de un poco de ciencia ficción con esos espacios, de
algo real y de algo atemporal, como que el tiempo está medio detenido, hay algo
digamos de todo eso que está jugado.
¿En
Multitudes hay algo de lo postapocalíptico de El eternauta que está jugado ahí?
Claro, más relacionado con lo atemporal.
Todas
las ciudades en su construcción identitaria tiene que imaginar su propio fin, y
justamente algo particular de El Eternauta era la forma en que emplazaba ese
fin en Buenos Aires y no en otra ciudad
Tiene esa particularidad, porque ahí se construye el
mito de la ciudad. Había algo interesante en una película coreana llamada The Host [Bong Joon-Ho, 2006] donde el
formato era puro cine catástrofe, una película a lo Hollywood, pero de un país
periférico, digamos. Lo que pasa de extraño es que la métrica del cine
catástrofe está corrida a un espacio periférico, no es lo mismo cómo se cuenta
en Estados Unidos a cómo se cuenta en Corea. Lo mismo con Argentina. Cuando se
transforma en algo efectivo se transforma en un mito.
Justamente
en Uruguay con Ataque de pánico, de
Fede Alvarez, pasó que todo el mundo hablaba específicamente de lo técnico,
cuando lo realmente fundamental era la misma posibilidad, por primera vez, de
ver al Palacio Salvo siendo destruido.
Hay una clave importante del cine catástrofe en todo
eso. Algo que me interesa particularmente es la idea que tiene que ver con el
urbanismo y la psicología, que es eso del momento en donde lo familiar se
transforma en extraño. Algo que se produce en un desajuste interno que te
desorienta. Ahí lo natural se transforma en algo del terror. Eso tiene La
Multitud, porque te corre del lugar que vos sentís a la ciudad, te parece
ajena, al punto de hacerte sentir medio boludo de no reconocer ese lugar. Algo
curioso con el cine nacional es que hoy utilizan más a El tigre como escenario
de películas que la ciudad. Y eso es
raro porque hubo una relación fortísima entre el cine y la ciudad en otras
épocas. Sobre todo de una literatura muy rica y que uno puede estar más o menos
de acuerdo, digamos Borges hablando de la ciudad, Casares hablando de la
ciudad, Martínez Estrada hablando de la ciudad, la tensión entre la ciudad y lo
rural… hay mucho para hablar de la ciudad todavía.
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