La
pobreza nos hará hermanos
Habanastation
parte de un pequeño truco que va a ser el eje de toda la película. Vemos a una
mujer aprontarse para ir a recoger a su marido al aeropuerto. La cámara no
escatima en detalles para hacernos presente el hecho de estar frente a una
familia de clase acomodada, ya sea por medio del registro de los amplios
interiores, su moderno auto, o el hecho de contar con un jardinero propio. Lo
primero que nos viene a idea –por el canto y el tono de la mujer- es que
estamos tratando con una familia cubana radicada en Miami, pero pronto nos
damos cuenta, al derivar al instituto al que asiste Mayito, el hijo de Moraina,
de que todo está emplazado en no otro lugar que la mismísima Cuba.
Distinto de las imágenes clásicas de la Habana, la
película parte de este detalle fundamental: de que hay personas de muy buen
pasar en dicho país –en el caso de la familia acaudalada del niño Mayito, el
bienestar proviene de la exitosa carrera musical del padre-, pero más
importante aún, que este bienestar está contrapuesto a la realidad de clases
sociales más bajas, con vidas atravesadas por situaciones bastante precarias,
similares a la de los países capitalistas.
El retrato de estos diferentes estratos sociales se
da desde el primer momento del film, en un tono casi didáctico. Al comienzo de Habanastation estos dos mundos parecen
apenas rozarse en el terreno del aula escolar, pero pronto pegarán un fuerte
viraje –llevándonos al centro de la trama- cuando Mayito se pierda en los
festejos del día de los trabajadores y se tome una guagua –los ómnibus cubanos-
equivocada y se baje en La tinta, un menoscabado barrio cerca de la Plaza de la
Revolución, en el que se topa con Carlos, un compañero de clase de duro pasar,
al que a diferencia de su compañero rico, suele irle muy mal en la escuela. Mayito
necesita utilizar el teléfono para llamar a sus padres y Carlos le pide a
cambio jugar con el flamante Playstation 3, que por pura casualidad lleva en su
mochila. La llamada nunca se realiza y la película es una larga postergación de
la utilización soñada de la consola, lo que deja campo a que los niños se
conozcan como realmente son, aprendiendo cosas mutuas, descubriendo puentes más
fuertes que las clases sociales (la dedicatoria final del director “a todos los
niños del mundo” parecería señalar esta noción trascendental y universal de la
infancia como un punto en común capaz de saltar barreras de todo tipo).
Ya analizando a Habanastation
desde lo estrictamente cinematográfico podemos ver algunos traspiés, cuando no
auténticas fallas, que afectan al producto final. En primera instancia, se
advierte un lenguaje más televisivo que cinematográfico, abundando en primeros
planos y diálogos más propios de las telenovelas de exteriores caribeñas que
del cine de dicha región. A esto se le suma un fondo musical pobrísimo, casi
todo centrado en un teclado que no escatima en sonidos y efectos sumamente
anacrónicos, detalle que en una primera instancia parece perdonable, al
percibirse cierto intento de hacer un paralelismo entre las peripecias de Mayito con un juego de
plataformas de la era antigua de los videojuegos (de ahí el nombre
“Habanastation”), pero que pronto sólo sirve como prótesis sentimental de todas
las escenas que transitan la película (predominando los tonos afectados en los
momentos más edulcorados del film).
A estos errores de cinematografía y guión (algunos
de los diálogos padecen de un acartonamiento propio de programas como Carrousel de las Américas), se le suma
una ingenuidad ideológica que haría ver el producto más obtuso de Disney como
una película de Miyazaki. En su contacto con la pobreza, Mayito aprende lo que
es trabajar por las cosas que uno quiere y a su vez ser valiente y generoso, al
tiempo que Carlos aprende cierta cuota de civilismo que no tuvo, ni supo
enseñarle su padre –quien terminó en cárcel tras un asesinato en una riña
callejera-. Sin embargo, esta relación, más que un intercambio, parecería una
hora y media en la sala de máquinas de Titanic,
ese lugar festivo en el que Kate Winslet descubre que la gente pobre se
divierte mucho más que la rica. El gesto final de Mayito hace que la película
cobre un extraño viraje ideológico, en el que Habanastation, tras partir originalmente de una especie de denuncia
de la existencia de ciertos conflictos de clases en el centro de la mismísima
Cuba, termina naturalizando esos conflictos. Es como si dijera “Si estos
conflictos pasan en todos lados, aún en estados comunistas, lo mejor es, más
que combatir la pobreza, encontrar puentes en el que los pobres y los ricos
puedan conocerse, amigarse y compartir, tal como lo hacen los niños”. En algún rincón
del cielo, Walt Disney y Che Guevara se dan la mano, secándose las lágrimas con
la manga de la camisa.
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