Dos películas simultáneas echan luz sobre el mundo privado de Hitchcock
Si bien hasta la fecha no habían aparecido muchas biopics sobre el director, Hitchcock
siempre se encargó de hacer de sí mismo un ícono estrictamente cinematográfico,
en el que no sólo se dedicaba a aparecer fugazmente como actor de reparto en
sus propias obras (algo que suscitaba el entretenimiento de muchos espectadores
que se lanzaban a buscarlo en el set como si se tratara de un escenario de “¿Dónde
está Wally?”), sino asumirse a sí mismo como una propia marca, un elemento
crucial en la promoción –e indistintamente financiación- de sus films.
El cine ha rebosado de directores mucho más
físicamente agraciados, pero difícilmente haya alguno que iguale el
reconocimiento visual inmediato de aquel gordo inglés que podía ser reducido a
una mera conjunción de trazos de pluma. Justamente, la firma de Hitchcock era
su propio perfil, al igual que tenía una propia intro musical que lo
identificaba y los manierismos ingleses en las presentaciones de sus películas
(algo revolucionario en el mundo de los trailers –aún hoy lo es, en
contraposición al modelo estandarizado de sinopsis climáticas y emotivas) que no
tardaron en convertirse en uno de las versiones paradigmáticas de lo que es y
hace un director.
En este sentido, realizar una biopic del director es difícil justamente en lo sencillo que parece
la empresa. No es difícil apelar y recurrir a la imagen consensuada de
Hitchcock (su metódica y lenta forma de hablar, la papada asomando en la
barbilla, los cigarros, los lustrosos trajes negros), pero es una tarea ardua
bordear este retrato sin caer en la caricaturización que él mismo se encargó de
enarbolar en torno a su persona.
Ante esta dificultad se enfrentaron dos películas
que curiosamente salieron a la luz con sólo un año de diferencia: The Girl, película televisiva a manos de
HBO dirigida por Julian Jarrod y protagonizada por Toby Jones y Sienna miller;
y por otro lado, Hitchcock, dirigida
por Sacha Gervasi y actuada por Anthony Hopkins, Helen Mirren y Scarlett
Johansson. Ambos films, en vez de tratar de hacer un repaso longitudinal por la
vida del director, intentan hacer un corte transversal de su obra, con The Girl centrándose en la asfixiante
relación de Hitchcock y Tippi Hedren durante la filmación de Los pájaros y Marnie y Hitchcock más enfocada a la relación
marital del director con su esposa Alma durante el rodaje de Psicosis.
Si bien entre el emplazamiento histórico de un film
y otro no hay más de cuatro años de diferencia (Psicosis fue filmada en 1960 y Marnie
–y con ella la ruptura del vínculo de Hitchcock y Hedren- culminó en 1964) su
trasfondo histórico y moral no podría ser más diferente.
La
agenda feminista
Ambas parecerían tocar las mismas notas, pero en
escalas diferentes. El principal tema que une a ambas –la particular relación
que Hitchcock tenía con respecto a sus actrices protagónicas- por una es tomado
como un mero obstáculo al verdadero amor entre el director y su esposa,
mientras que en la otra adquiere una dimensión mucho más profunda, psicológica,
casi política. En este asunto, podría decirse que las dos películas están
sujetas a una agenda feminista, con diferentes focos y resultados a veces
contradictorios. Hitchcock intenta
rescatar a Alma como una de las verdaderas mentes maestras detrás del genio del
director. No sólo en la dinámica clásica de “detrás de todo hombre hay una gran
mujer” en la que solamente reuniría sus funciones como pilar emocional de
artista torturado, sino como casi coautora del proceso creativo y desarrollo de
sus films. Es conocido el secretismo con que Hitchcock guardaba la relación
profesional que mantenía con su esposa, pero todo parece indicar –considerando
la extensa labor como libretista que la precedía antes de conocer al gordo director- que su función trascendía la mera asistencia
y comentario de sus films.
En este empoderamiento que intenta hacer Hitchcock ante el egocentrismo y constante
coqueteo del director con sus estrellas rubias, se le da a Alma la oportunidad
de tener ella misma un proto amorío con un escritor mediocre, algo que la
alejaría meramente de ser “la mujer de…” y asumirla como una señora con
necesidades, sueños y brillanteces.
La Alma de The
Girl es bastante diferente, como una mujer que opera mucho más entre las
sombras, pero que a la vez guarda como mujer una relación mucho lejana a la
verdadera fascinación del director (en este sentido, fisionómicamente Imelda
Staunton se acerca mucho más en su vejez a la verdadera Alma que la
notoriamente mucho más bella Helen Mirren). The
Girl, más que ir hacia el empoderamiento de lo femenino en un mundo
dominado por los hombres, iría encaramada en la denuncia de este mundo, en algo
que trasciende a Alfred Hitchcock en específico. Godard habría dicho que el
cine es la historia de hombres fotografiando a mujeres, y The Girl capta esta contraposición de la mirada de una forma
elocuente y, por momentos, aterradora. En un momento del film, luego de varios
avances fallidos hacia la mujer que ama, Hitchcock despechado planea la
construcción de la escena de ataque de pájaros en la que Hedren está encerrada
en una cabina telefónica, diciendo “el pájaro es ella, los pájaros son los
hombres”. Esa posición de la mujer como un animalito encerrado en una jaula
habla tanto de la relación del director y sus estrellas en los tiempos del tiránico
“star system” (época en donde los actores prácticamente eran propiedades y
productos de las grandes productoras, manteniendo un dominio sobre ellos que
hoy en día parecería impensable), como de la construcción de la mirada
masculina sobre las mujeres a lo largo de la historia del cine.
Quizás el punto más exacto de esta mirada masculina
se da en la excelente escena sobre las indicaciones de actuación que el
director le da a Tippi. No le pide que actúe, le pide que pose. La mujer sólo
está para ser fotografiada, el hombre es el que se encarga de dotarle de
emoción por medio del montaje.
En lo superficial, Hitchcock parece apuntar más directamente a rescatar el rol de la
mujer, pero uno se da cuenta de que, al lado de The Girl, es prácticamente una comedia liviana, donde por momentos
es minuaturizado a un nivel incómodo los conocidos acosos del director a sus estrellas,
como si aquello fuera unas tímidas manías de un viejo verde y no el obsesivo y
metódico proceso de dominación psicológica del director a todos los rincones de
su vida. Hitchcock resume estos
problemas a algunos momentos de flirteos evidentes y la minúscula escena de
Alma entrando al despacho de su esposo y alarmándose por las fotos glamorosas
de un montón de rubias sobre su escritorio. Uno podría aducir que es
sencillamente un asunto de licencias históricas y cinematográficas –después de
todo, no se sabe cien por ciento si todo aquello que se dice de Hitchcock fue
verdad-, pero sí es molesto e hipócrita de parte de la película de Gervasi plantear
una resolución de los conflictos de la pareja (ese “nunca seré capaz de
encontrar una rubia Hitchcockiana tan linda como vos” al final del film),
cuando todos manejan, casi como paradigma de la compleja relación del director
con sus actrices, el vínculo tortuoso que más tarde tendría con Tippi Hedren.
Los
pájaros de Hitchcock
Más que por asuntos estrictamente ideológicos, Hitchcock es una película mucho más
políticamente complaciente que The Girl
básicamente por no ser suficientemente hitchcockiana. Si bien la performance de
Anthony Hopkins sigue estando a la altura de la mayoría de sus roles, el
personaje aparece acartonado en algunas series de frases de cajón,
especialmente la última y odiosa línea que cierra la película, casi como si
estuviera haciéndole un guiño a la cámara. El logro de The Girl es el de no meramente contar una historia sobre Hitchcock,
sino hacer de Hitchcock un personaje hitchcockiano. La forma en que el film
juega con el adentro y afuera de las ficciones, la realidad y el mundo interno
del director es mucho más riguroso e interesante que la escenificación burda de
las conversaciones oníricas entre Alfred y el personaje de Ed Gein en el cual
se inspiró Norman Bates, como correlato del torturado mundo interno del
director.
Julian Jarrod, a diferencia de Gervasi, parece haber
entendido que el secreto sobre Hitchcock no se encuentra en su biografía, sino
en sus mismas películas. Aún siendo el caso de estar hipotetizando sobre
situaciones de las que no se tienen pruebas exactas, el Hitchcock de Jarrod se
desmonta y se pliega a muchos más discursos. La aparente violencia de las aves
en la película Los pájaros ya no es, como diría Zizek, “la expresión del
superyó materno abalanzándose sobre el vínculo entre su hijo y su nueva novia”,
sino el mismo deseo de Hitchcock, abalanzándose sobre su actriz. La frigidez de
Marnie ya no se explica desde la psicología del personaje, sino desde las
proyecciones del propio director, impotente frente a la belleza de Hedren. Pero
al mismo tiempo, abriéndose una nueva placa tectónica del film, la lucha de
Tippi Hedren por tener una oportunidad de ser reconocida y llegar a ser alguien
es también la historia de Sienna Miller, la actriz que la lleva a pantalla,
quien ha interpretado numerosos papeles de rubias atormentadas, sin (al menos
hasta la fecha) ser reconocida como la excelente actriz que es.
Ante todo esto, la posición de quien escribe frente
a estos dos retratos de uno de los más importantes directores del cine es
bastante transparente. Difícil es saber cuál película es más precisa, pero sí
es claro qué cosas logra hacer una y qué no logra hacer otra.
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