lunes, 25 de marzo de 2013

Los directores las prefieren rubias



Dos películas simultáneas echan luz sobre el mundo privado de Hitchcock

Si bien hasta la fecha no habían aparecido muchas biopics sobre el director, Hitchcock siempre se encargó de hacer de sí mismo un ícono estrictamente cinematográfico, en el que no sólo se dedicaba a aparecer fugazmente como actor de reparto en sus propias obras (algo que suscitaba el entretenimiento de muchos espectadores que se lanzaban a buscarlo en el set como si se tratara de un escenario de “¿Dónde está Wally?”), sino asumirse a sí mismo como una propia marca, un elemento crucial en la promoción –e indistintamente financiación- de sus films.

El cine ha rebosado de directores mucho más físicamente agraciados, pero difícilmente haya alguno que iguale el reconocimiento visual inmediato de aquel gordo inglés que podía ser reducido a una mera conjunción de trazos de pluma. Justamente, la firma de Hitchcock era su propio perfil, al igual que tenía una propia intro musical que lo identificaba y los manierismos ingleses en las presentaciones de sus películas (algo revolucionario en el mundo de los trailers –aún hoy lo es, en contraposición al modelo estandarizado de sinopsis climáticas y emotivas) que no tardaron en convertirse en uno de las versiones paradigmáticas de lo que es y hace un director.

En este sentido, realizar una biopic del director es difícil justamente en lo sencillo que parece la empresa. No es difícil apelar y recurrir a la imagen consensuada de Hitchcock (su metódica y lenta forma de hablar, la papada asomando en la barbilla, los cigarros, los lustrosos trajes negros), pero es una tarea ardua bordear este retrato sin caer en la caricaturización que él mismo se encargó de enarbolar en torno a su persona.
Ante esta dificultad se enfrentaron dos películas que curiosamente salieron a la luz con sólo un año de diferencia: The Girl, película televisiva a manos de HBO dirigida por Julian Jarrod y protagonizada por Toby Jones y Sienna miller; y por otro lado, Hitchcock, dirigida por Sacha Gervasi y actuada por Anthony Hopkins, Helen Mirren y Scarlett Johansson. Ambos films, en vez de tratar de hacer un repaso longitudinal por la vida del director, intentan hacer un corte transversal de su obra, con The Girl centrándose en la asfixiante relación de Hitchcock y Tippi Hedren durante la filmación de Los pájaros y Marnie  y Hitchcock más enfocada a la relación marital del director con su esposa Alma durante el rodaje de Psicosis.

Si bien entre el emplazamiento histórico de un film y otro no hay más de cuatro años de diferencia (Psicosis fue filmada en 1960 y Marnie –y con ella la ruptura del vínculo de Hitchcock y Hedren- culminó en 1964) su trasfondo histórico y moral no podría ser más diferente.

La agenda feminista
Ambas parecerían tocar las mismas notas, pero en escalas diferentes. El principal tema que une a ambas –la particular relación que Hitchcock tenía con respecto a sus actrices protagónicas- por una es tomado como un mero obstáculo al verdadero amor entre el director y su esposa, mientras que en la otra adquiere una dimensión mucho más profunda, psicológica, casi política. En este asunto, podría decirse que las dos películas están sujetas a una agenda feminista, con diferentes focos y resultados a veces contradictorios. Hitchcock intenta rescatar a Alma como una de las verdaderas mentes maestras detrás del genio del director. No sólo en la dinámica clásica de “detrás de todo hombre hay una gran mujer” en la que solamente reuniría sus funciones como pilar emocional de artista torturado, sino como casi coautora del proceso creativo y desarrollo de sus films. Es conocido el secretismo con que Hitchcock guardaba la relación profesional que mantenía con su esposa, pero todo parece indicar –considerando la extensa labor como libretista que la precedía antes de conocer al gordo director-  que su función trascendía la mera asistencia y comentario de sus films.

En este empoderamiento que intenta hacer Hitchcock ante el egocentrismo y constante coqueteo del director con sus estrellas rubias, se le da a Alma la oportunidad de tener ella misma un proto amorío con un escritor mediocre, algo que la alejaría meramente de ser “la mujer de…” y asumirla como una señora con necesidades, sueños y brillanteces.
La Alma de The Girl es bastante diferente, como una mujer que opera mucho más entre las sombras, pero que a la vez guarda como mujer una relación mucho lejana a la verdadera fascinación del director (en este sentido, fisionómicamente Imelda Staunton se acerca mucho más en su vejez a la verdadera Alma que la notoriamente mucho más bella Helen Mirren). The Girl, más que ir hacia el empoderamiento de lo femenino en un mundo dominado por los hombres, iría encaramada en la denuncia de este mundo, en algo que trasciende a Alfred Hitchcock en específico. Godard habría dicho que el cine es la historia de hombres fotografiando a mujeres, y The Girl capta esta contraposición de la mirada de una forma elocuente y, por momentos, aterradora. En un momento del film, luego de varios avances fallidos hacia la mujer que ama, Hitchcock despechado planea la construcción de la escena de ataque de pájaros en la que Hedren está encerrada en una cabina telefónica, diciendo “el pájaro es ella, los pájaros son los hombres”. Esa posición de la mujer como un animalito encerrado en una jaula habla tanto de la relación del director y sus estrellas en los tiempos del tiránico “star system” (época en donde los actores prácticamente eran propiedades y productos de las grandes productoras, manteniendo un dominio sobre ellos que hoy en día parecería impensable), como de la construcción de la mirada masculina sobre las mujeres a lo largo de la historia del cine.
Quizás el punto más exacto de esta mirada masculina se da en la excelente escena sobre las indicaciones de actuación que el director le da a Tippi. No le pide que actúe, le pide que pose. La mujer sólo está para ser fotografiada, el hombre es el que se encarga de dotarle de emoción por medio del montaje.

En lo superficial, Hitchcock parece apuntar más directamente a rescatar el rol de la mujer, pero uno se da cuenta de que, al lado de The Girl, es prácticamente una comedia liviana, donde por momentos es minuaturizado a un nivel incómodo los conocidos acosos del director a sus estrellas, como si aquello fuera unas tímidas manías de un viejo verde y no el obsesivo y metódico proceso de dominación psicológica del director a todos los rincones de su vida. Hitchcock resume estos problemas a algunos momentos de flirteos evidentes y la minúscula escena de Alma entrando al despacho de su esposo y alarmándose por las fotos glamorosas de un montón de rubias sobre su escritorio. Uno podría aducir que es sencillamente un asunto de licencias históricas y cinematográficas –después de todo, no se sabe cien por ciento si todo aquello que se dice de Hitchcock fue verdad-, pero sí es molesto e hipócrita de parte de la película de Gervasi plantear una resolución de los conflictos de la pareja (ese “nunca seré capaz de encontrar una rubia Hitchcockiana tan linda como vos” al final del film), cuando todos manejan, casi como paradigma de la compleja relación del director con sus actrices, el vínculo tortuoso que más tarde tendría con Tippi Hedren.

Los pájaros de Hitchcock

Más que por asuntos estrictamente ideológicos, Hitchcock es una película mucho más políticamente complaciente que The Girl básicamente por no ser suficientemente hitchcockiana. Si bien la performance de Anthony Hopkins sigue estando a la altura de la mayoría de sus roles, el personaje aparece acartonado en algunas series de frases de cajón, especialmente la última y odiosa línea que cierra la película, casi como si estuviera haciéndole un guiño a la cámara. El logro de The Girl es el de no meramente contar una historia sobre Hitchcock, sino hacer de Hitchcock un personaje hitchcockiano. La forma en que el film juega con el adentro y afuera de las ficciones, la realidad y el mundo interno del director es mucho más riguroso e interesante que la escenificación burda de las conversaciones oníricas entre Alfred y el personaje de Ed Gein en el cual se inspiró Norman Bates, como correlato del torturado mundo interno del director.

Julian Jarrod, a diferencia de Gervasi, parece haber entendido que el secreto sobre Hitchcock no se encuentra en su biografía, sino en sus mismas películas. Aún siendo el caso de estar hipotetizando sobre situaciones de las que no se tienen pruebas exactas, el Hitchcock de Jarrod se desmonta y se pliega a muchos más discursos. La aparente violencia de las aves en la película Los pájaros ya no es, como diría Zizek, “la expresión del superyó materno abalanzándose sobre el vínculo entre su hijo y su nueva novia”, sino el mismo deseo de Hitchcock, abalanzándose sobre su actriz. La frigidez de Marnie ya no se explica desde la psicología del personaje, sino desde las proyecciones del propio director, impotente frente a la belleza de Hedren. Pero al mismo tiempo, abriéndose una nueva placa tectónica del film, la lucha de Tippi Hedren por tener una oportunidad de ser reconocida y llegar a ser alguien es también la historia de Sienna Miller, la actriz que la lleva a pantalla, quien ha interpretado numerosos papeles de rubias atormentadas, sin (al menos hasta la fecha) ser reconocida como la excelente actriz que es.

Ante todo esto, la posición de quien escribe frente a estos dos retratos de uno de los más importantes directores del cine es bastante transparente. Difícil es saber cuál película es más precisa, pero sí es claro qué cosas logra hacer una y qué no logra hacer otra.

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