lunes, 11 de marzo de 2013

Hors Satan (Bruno Dumont, 2011)



Bresson pagano
La escena que abre Hors Satan (en español “Fuera de satán”) es de una economía bressoniana impecable. En un primerísimo plano vemos unas manos tocar la puerta de un hogar, recibiendo sin palabras intermediarias unas rodajas de pan. En un juego entre minuciosos primeros planos e imponentes planos generales vemos a un hombre (la campera de jean, su flacura y su porte extrañamente recto le da un aire al Bobby Perú interpretado por Wilhem Defoe en Corazón Salvaje) caminar por un pueblo del norte francés, cada tanto deteniéndose a rezar en rodillas y retomar la marcha, hasta llegar a la casa desvencijada de una chica pálida, con cierta estética gótica. El encuentro se da entre el rostro serio y silencioso del hombre y el compungido de la chica. Ninguno dice nada, pero entre lágrimas –no sabemos si de tristeza o nerviosismo- la chica sigue a aquel hombre, emprendiendo marcha por la carretera (ejercicio bressoniano: la cámara primero registra la mano masculina indicándole el camino, luego posándose sobre la espalda y eventualmente alejándose viendo el caminar de la pareja). Luego de caminar en silencio por la inmensidad verde y nublada del campo, el hombre toma una escopeta y retorna a la casa de la chica. Acodado entre chapas oxidadas el hombre apunta con total serenidad a un cobertizo y ni bien sale un hombre le dispara sin movérsele un pelo. La escena concluye sin ningún tipo de pathos ni detención particular en lo gráfico; casi podría recortarse la escena y llamarla “instrucciones para matar a un desconocido”, pero es justamente en ese laconismo, en ese centramiento en los cuerpos y no tanto en la psicología y la historia previa de los personajes que Bruno Dumont toma la posta de su antecesor francés.
Luego del asesinato inaugural descubrimos por medio de unos escasos intercambios de palabra entre la joven y su madre que el finado era su padrastro, quien abusaba de ella cotidianamente. Lejos de ser este crimen el centro gravitacional del film, Hors satan prosigue sin detenerse demasiado en el desenlace o los resultados de las investigaciones policiales del mismo –personificadas en unos hombres que siempre parecen estar retratados como lejanos e indiferentes puntos celestes. Entre los dos personajes se tiende una relación asimétrica, en el que la chica parece encontrar en aquel vagabundo su amor, un padre, o un maestro, al tiempo que el extraño hombre no responde a ninguno de sus avances, casi todo el tiempo permaneciendo en un ascético silencio. Esta serenidad prístina que rodea al film sólo es sacudida por imprevistos estallidos de violencia –muy a lo Dumont, quien recurriera a recursos similares en Flandres (2006) y La humanidad (1999)-, pero una violencia ni siquiera animal, desubjetivizada, mineral, la descarga autista de un rayo cayendo en el medio del campo.
Uno gira los cubos de Rubik y se da cuenta en una de las caras el frío retrato de un asesino serial, pero casi en su contracara una meditación sobre Dios y su silencio ante los actos de los hombres. Es justamente en el impecable juego de escalas de primeros planos y planos generales en el cual se sostiene la totalidad de la narratividad del film donde vemos que la misma pétrea inescrutabilidad de los rostros se corresponde con el silencio de la naturaleza. El vagabundo es un punto ciego que deambula por la comunidad. Sus actos son prácticamente desapercibidos por la policía y nunca llegamos a saber a ciencia cierta si tratamos con una figura celestial o demoníaca. Justamente, los milagros efectuados por el vagabundo nos dejan en un interregno difícil, en el cual un abuso sexual a una niña en estado catatónico es lo único capaz de exorcizarla de aquel letargo, o donde, casi a la inversa, una escena sexual con una desconocida la sume en un hondo estado confusional. En esta posición paradojal de lo religioso podríamos quizás ver la diferencia entre Dumont y Bresson, pudiendo aventurarnos a calificar a Hors Satan como una Mouchette pagana.
Las referencias se abren como un abanico, pudiéndose encontrar, no sólo por el milagro final, sino también por ciertos puntos coincidentes en el retrato del paisaje, un interesante diálogo con Luz Silenciosa (2007), de Carlos Reygadas (un diálogo que inevitablemente está arbitrado por Carl Theodor Dreyer, director cuya obra Ordet inspira el desenlace de ambos films), e incluso con Diario de una camarera (1964), de Buñuel.
Más allá de estas ilustres comparaciones, si bien el férreo laconismo y la aparente disyunción narrativa podrá tirar a atrás hasta a los más fieles defensores del extremismo francés (cine sobre el cual Bruno Dumont parece tener puesto al menos un pie), Hors Satan es una película inusual, que parece hacer a hablar a Dios –o al Diablo- de una manera impensada, en un mundo que hace tiempo parece haberse olvidado de ellos.

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