Bresson pagano
La
escena que abre Hors Satan (en
español “Fuera de satán”) es de una economía bressoniana impecable. En un
primerísimo plano vemos unas manos tocar la puerta de un hogar, recibiendo sin
palabras intermediarias unas rodajas de pan. En un juego entre minuciosos
primeros planos e imponentes planos generales vemos a un hombre (la campera de
jean, su flacura y su porte extrañamente recto le da un aire al Bobby Perú
interpretado por Wilhem Defoe en Corazón
Salvaje) caminar por un pueblo del norte francés, cada tanto deteniéndose a
rezar en rodillas y retomar la marcha, hasta llegar a la casa desvencijada de
una chica pálida, con cierta estética gótica. El encuentro se da entre el
rostro serio y silencioso del hombre y el compungido de la chica. Ninguno dice
nada, pero entre lágrimas –no sabemos si de tristeza o nerviosismo- la chica
sigue a aquel hombre, emprendiendo marcha por la carretera (ejercicio
bressoniano: la cámara primero registra la mano masculina indicándole el
camino, luego posándose sobre la espalda y eventualmente alejándose viendo el
caminar de la pareja). Luego de caminar en silencio por la inmensidad verde y
nublada del campo, el hombre toma una escopeta y retorna a la casa de la chica.
Acodado entre chapas oxidadas el hombre apunta con total serenidad a un
cobertizo y ni bien sale un hombre le dispara sin movérsele un pelo. La escena
concluye sin ningún tipo de pathos ni
detención particular en lo gráfico; casi podría recortarse la escena y llamarla
“instrucciones para matar a un desconocido”, pero es justamente en ese
laconismo, en ese centramiento en los cuerpos y no tanto en la psicología y la
historia previa de los personajes que Bruno Dumont toma la posta de su
antecesor francés.
Luego
del asesinato inaugural descubrimos por medio de unos escasos intercambios de
palabra entre la joven y su madre que el finado era su padrastro, quien abusaba
de ella cotidianamente. Lejos de ser este crimen el centro gravitacional del
film, Hors satan prosigue sin
detenerse demasiado en el desenlace o los resultados de las investigaciones
policiales del mismo –personificadas en unos hombres que siempre parecen estar
retratados como lejanos e indiferentes puntos celestes. Entre los dos
personajes se tiende una relación asimétrica, en el que la chica parece
encontrar en aquel vagabundo su amor, un padre, o un maestro, al tiempo que el
extraño hombre no responde a ninguno de sus avances, casi todo el tiempo
permaneciendo en un ascético silencio. Esta serenidad prístina que rodea al
film sólo es sacudida por imprevistos estallidos de violencia –muy a lo Dumont,
quien recurriera a recursos similares en Flandres
(2006) y La humanidad (1999)-, pero
una violencia ni siquiera animal, desubjetivizada, mineral, la descarga autista
de un rayo cayendo en el medio del campo.
Uno
gira los cubos de Rubik y se da cuenta en una de las caras el frío retrato de
un asesino serial, pero casi en su contracara una meditación sobre Dios y su
silencio ante los actos de los hombres. Es justamente en el impecable juego de
escalas de primeros planos y planos generales en el cual se sostiene la
totalidad de la narratividad del film donde vemos que la misma pétrea
inescrutabilidad de los rostros se corresponde con el silencio de la
naturaleza. El vagabundo es un punto ciego que deambula por la comunidad. Sus
actos son prácticamente desapercibidos por la policía y nunca llegamos a saber
a ciencia cierta si tratamos con una figura celestial o demoníaca. Justamente,
los milagros efectuados por el vagabundo nos dejan en un interregno difícil, en
el cual un abuso sexual a una niña en estado catatónico es lo único capaz de
exorcizarla de aquel letargo, o donde, casi a la inversa, una escena sexual con
una desconocida la sume en un hondo estado confusional. En esta posición
paradojal de lo religioso podríamos quizás ver la diferencia entre Dumont y
Bresson, pudiendo aventurarnos a calificar a Hors Satan como una Mouchette
pagana.
Las
referencias se abren como un abanico, pudiéndose encontrar, no sólo por el
milagro final, sino también por ciertos puntos coincidentes en el retrato del
paisaje, un interesante diálogo con Luz
Silenciosa (2007), de Carlos Reygadas (un diálogo que inevitablemente está
arbitrado por Carl Theodor Dreyer, director cuya obra Ordet inspira el desenlace de ambos films), e incluso con Diario de una camarera (1964), de Buñuel.
Más
allá de estas ilustres comparaciones, si bien el férreo laconismo y la aparente
disyunción narrativa podrá tirar a atrás hasta a los más fieles defensores del
extremismo francés (cine sobre el cual Bruno Dumont parece tener puesto al
menos un pie), Hors Satan es una
película inusual, que parece hacer a hablar a Dios –o al Diablo- de una manera
impensada, en un mundo que hace tiempo parece haberse olvidado de ellos.
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